(Tomado de la Obra Escritos del tiempo de guerra y condensado por el editor).
Teilhard de Chardin: sacerdote jesuita francés, filósofo, teólogo, antropólogo, defensor del procesualismo del Universo.
Resulta pasmoso ver a un hombre comprometido como camillero en terribles combates y que la mayor parte del tiempo vive en el barro de las trincheras en la primera guerra mundial, aprovechar los más menudos períodos de descanso para dejar sobre el papel notas y planes para redactar a continuación ensayos concernientes a los más elevados problemas.
SIENTO CIERTO deseo de analizar y justificar este sentimiento de plenitud y sobrehumano que he experimentado tantas veces en el Frente y cuya nostalgia temo sentir después de la guerra.
En la trinchera, tengo miedo de los obuses como los demás. ¿No es absurdo hallarse hasta este extremo polarizado por la guerra? ¿Cuáles son, en palabra, las propiedades de esa línea fascinante y mortal?
El primer sentimiento "clasificado" al que podría yo comparar mi emoción presente, es la pasión de lo desconocido y de lo nuevo. Vuelvo a ver la hora en que, en las estaciones, se encienden las luces multicolores para guiar los grandes trenes apresurados hacia una mañana prestigiosa y encantada.
Poco a poco, las trincheras, iluminadas de señales, se confunden en mi espíritu con una vasta línea trascontinental que condujera excesivamente lejos... a alguna parte, más allá de todo. El Frente sigue siendo para mí el Continente, lleno de misterios y de riesgos, que ha surgido en nuestro Universo truncado y agujereado de parte a parte. Sigo viendo el Frente como la frontera del Mundo conocido, "la Tierra prometida" abierta para los audaces, la orilla del no man´s land. Comienzo así a descifrar el secreto de mi nostalgia.
Tengo necesidad del Frente porque soy, como todo hombre debe serlo, un explorador y un exótico. ¿Qué es lo que yo he visto en el Frente, y qué es lo que yo tengo tanto interés por encontrar en él, a pesar de mi estremecimiento ante el dolor y el mal?
La experiencia inolvidable del Frente es la de una inmensa libertad. Que no haya error sobre esto. El adiós un poco irónico dado por el soldado a las sabias ordenanzas de retaguardia no es solamente un licenciamiento de la regularidad. Simboliza y anuncia una emancipación mucho más íntima, la del egoísmo pernicioso y la estrecha personalidad.
Ir al Frente, nadie me lo contradirá, equivale a ascender a la paz.
A medida que la retaguardia se pierde en lontananza más definitiva, la túnica molesta y devoradora de las pequeñas y grandes preocupaciones, la salud, la familia, el éxito, el futuro..., se resbala espontáneamente del alma, como una vieja vestimenta. El corazón se rejuvenece. Renuncio a hacer comprender la serenidad de la zona en que el alma se descubre cuando, al abrigo de un peligro demasiado amenazador, tiene huelgo suficiente para
contemplar qué claridad reina en ella.
Yo era libre, y me sentía libre. Todo lo que interesa o me inquieta en la retaguardia, yo lo amaba en aquel momento, pero de una manera dominada, un poco distante. Mi vida me parecía más preciosa que nunca, y, sin embargo, la hubiera abandonado sin pena, porque ya no me pertenecía a mí mismo. Me hallaba liberado, y aliviado, hasta de mí mismo. Me sentía de una ligereza inexplicable.
En el Frente, la potencia desencadenada de la materia, la grandeza espiritual del conflicto entablado, la dominación triunfante de las energías morales en juego, unen sus llamadas al orgullo noble y a la necesidad de vivir, y vierten en el corazón una mixtura apasionada. Allí arriba, se establece como dominante una convicción victoriosa, que se puede "ir hasta allí", sobre el doble plano de la acción terrestre y celeste, con todas sus fuerzas y con toda su alma. Todos los resortes del ser pueden ponerse en tensión. Todas las osadías son admisibles. Por una vez, la tarea humana se nos muestra más grandiosa que nuestros deseos.
Una conciencia irresistible y pacificante acompaña, en efecto, en su papel nuevo y lleno de riesgos, al hombre a quien su país ha destinado al fuego. Este hombre tiene la evidencia concreta de que no vive para sí -ha sido desposeído de sí mismo-, que otra cosa vive en él y le domina. No tengo miedo de decir que esta individualización especial que hace alcanzar al combatiente una esencia humana más alta que él mismo, es el secreto último de la incomparable impresión de libertad que está experimentando, y que no olvidará jamás.
Y cuando uno se levanta, polvoriento e intacto, después de la explosión cercana de una marmita (obús), ¿a qué viene esa dilatación febril del corazón, esa alegría de la voluntad, ese nuevo perfume de la vida, que de ninguna manera se experimenta por haber logrado escapar vivo bajo un tren o haberle rozado a uno la bala de revólver que manejaba un imprudente? ¿Es únicamente la alegría de "subsistir", lo que llena de esa manera el alma de los escapados de la guerra y rejuvenece su mundo? Yo pienso, por mi parte, que el sabor inédito de vivir que sucede a un narrow escape tiene que ver ante todo con la intuición profunda de que la existencia que se reencuentra, consagrada por el peligro, es una existencia nueva. El bienestar físico que se esparce por el alma, en este instante, es un signo de la Vida superior en la que uno acaba de ser bautizado. Entre los hombres, el que ha pasado por el fuego pertenece a otra especie de hombre...
Cuando al fin venga la paz deseada de las Naciones, algo así como una luz se extenderá bruscamente sobre la Tierra. Pero la guerra ha abierto una desgarradura en la corteza de banalidades y de convenciones. Una "ventana" ha quedado al descubierto sobre los mecanismos secretos y los senos profundos del devenir humano. Se ha formado una región donde es posible a los hombres respirar un aire cargado de cielo. Con la paz, todas las cosas volverán a recubrirse con el velo de la monotonía y de las antiguas mezquindades.
¡Dichosos, quizá, aquellos a quienes la muerte ha arrebatado en el acto y la atmósfera misma de la guerra, cuando se hallaban revestidos, animados, de una responsabilidad, de una conciencia, de una libertad más grande que la suya, cuando habían sido exaltados hasta el borde del Mundo, tan cerca ya de Dios (1)!
(1) Se impone la comparación con Péguy: Dichosos los que han muerto en las grandes batallas acostados sobre el suelo, de cara a Dios...
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