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lunes, 4 de mayo de 2015
EL DÍA DEL TRABAJO / André MAUROIS
(De la Academia Francesa)
(Exclusivo para "El Comercio" en el Perú)
Trabajar es crear. O algunas veces, conservar, por ejemplo, repintar una puerta o limpiar una pared. Pero conservar es todavía crear, porque sin el trabajo la cosa desaparecería. El trabajador la ha creado otra vez.
El mundo está de tal modo que, sin el trabajo, el hombre no conservaría nada. Si permanece ocioso junto a un terreno que sus padres prepararon y la selva volverá a cubrirlo. Primero aparecen las malas hierbas, luego los renuevos de arbustos que van creciendo y en pocos años el terreno, no cultivado, se hace inaccesible.
De donde se desprende que el trabajo es la sola riqueza, porque ninguna sobrevive sin él. Por esto es que es raro que una fortuna sobreviva más de tres generaciones. Es hecha por un hombre trabajador, es perdida por otro que cae en manos de individuos que no hacen nada o no hacen bastante.
El Día del Trabajo debiera ser para que todos mediten en estas ideas. El filósofo Hegel escribió que el esclavo, mediante el trabajo, se hace el amo de su amo y éste, por no trabajar, se hace esclavo del esclavo. Esto ha sido siempre cierto y lo será más cada vez.
Hubo un tiempo en que quien llegaba, por su nacimiento, a posiciones de administración podía, si las cosas llegaban a lo peor, desempeñarlas trabajando un poco. Dirigir los negocios en este siglo demanda tal experiencia que uno puede prepararse para ello sólo mediante trabajo constante. Los hombres que están a la cabeza de una compañía importante tienen que ser individuos de gran mérito o de otro modo la compañía desaparece.
El favor y la herencia pueden jugar un papel al comienzo, tanto en un régimen comunista como capitalista, pero el trabajo impone pronto sus leyes inexorables. Quien fue elevado por favoritismo a una posición que no merecía no tarda en terminar en ruina y desgracia. El balance de fin de año es un juez, equitativo y despiadado.
El 1 de mayo es, por tradición, el día de fiesta de los trabajadores, de aquellos que cultivan los campos y hacen funcionar las fábricas. Ellos son más poderosos que nunca, primero porque están unidos en sindicatos que constituyen un poder dentro del estado; luego, porque en nuestras complejas sociedades nadie puede pasarse sin los servicios de todos los otros. En un mundo rural en que cada uno vivía en su granja, un hombre o una familia aislados podían alimentarse y sostenerse por meses. Esto era así todavía en el mundo semirrural y semi-obrero del siglo XVII. Pero una gran ciudad moderna sería asfixiada o acabada por el hambre en pocos días por una huelga general. Esto confiere a los sindicatos inmensa autoridad y les impone el deber de estar bien informados.
Porque ellos, también, dependen del trabajo de la administración; ellos, también, están interesados en la prosperidad de la nación. Si hay una huelga de transportes, declarada en un momento inoportuno, ella mata la industria del turismo, afectará por años a los empleados de transportes, sus familias y la nación. El soberano trabajo debe ser un soberano prudente. Como todos los que encabezan grandes compañías, quienes dirigen los grandes sindicatos deben ser hombres de gran mérito y discreción, capaces de medir las consecuencias a largo alcance de sus decisiones. Debe reconocerse que muchos de ellos reconocen su responsabilidad.
Nuestro tiempo es uno de máquinas y hasta hay unas que mandan a otras. Ciertas señales contienen severas advertencias. "Atención, la máquina va a reemplazar al hombre. El autómata tomará el lugar del trabajador. La automatización engendrará desempleo". Yo no creo que sea así ni que el peligro sea inminente. Cuando uno vive en el campo comprueba que un número de trabajos tiene que ser hechos todavía por la mano del hombre y que en muchos casos la máquina no sería ventajosa. En Francia hay ya "tractores psicológicos", que complacen al hijo del granjero pero que son demasiado costosos para éste.
Empero, debemos admitir que la agricultura moderna demanda menos trabajadores. Una parte de la población rural se irá a las ciudades. ¿Hallará trabajo? Las predicciones son peligrosas, pero hay razones para esperarlo. Las máquinas de oficina son de compleja construcción y un personal numeroso será empleado por quienes las fabrican. Reduciendo los costos de producción, la automatización aumenta el consumo. Dentro de ciertos límites, la creciente automatización está reduciendo las horas de trabajo y esto, a su vez, favorece las industrias de recreación. ¿Quién hubiera previsto, hace diez años, la importancia de las industrias de radio, televisión y discos, o de las que están vinculadas a las vacaciones anuales o los grupos de turistas?
Debe establecerse un equilibrio entre los nuevos empleos y el tiempo de trabajo. Esto no será logrado sin dificultades, ciertamente. De todas las maquinarias, la social es más compleja. La mejor velocidad para un motor puede ser establecida mediante cálculos y pruebas. ¿Por qué pensar que no podrá hallarse también la de aquella?
Si todas las reservas del trabajo que integran la economía nacional son conocidas, los salarios y cambios sociales pueden ser dirigidos hacia un mismo nivel. Pero a través de las transformaciones, el trabajo seguirá siendo la única riqueza y, cuando es libre, la mayor felicidad. Es justo y sano celebrarlo. "Dad paso al cargador", dijo Napoleón haciéndose a un lado ante un hombre que llevaba un pesado fardo. Y el 1 de mayo hay que dar paso al trabajador.
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