(Especial para LA PRENSA en Lima)
No va tanto a la búsqueda de
Dios el hombre caído como va Dios a la búsqueda del hombre. Cuando lee uno las
primeras páginas del Génesis, tiene respuesta a esta pregunta : ¿En qué fue lo primero que Dios pensó según
las Escrituras? Habría sido posible considerar que el primer pensamiento de
Dios fue en sí mismo; su vida eterna; Su verdad total; Su amor extático. No lo
dice así el Génesis. Dios no recita un monólogo acerca de Él mismo. Su primer
pensamiento es el hombre: “Hagamos al hombre”.
Luego que el
hombre descarrió su alma con un abuso de su libertad, la primera pregunta de
Dios fue : “Hombre, ¿dónde estás”, y la segunda pregunta de Dios fue: “Hombre,
¿dónde está tu hermano? No fue Adán quien buscó a Dios, sino Dios quien buscó a
Adán y así ha seguido siendo desde entonces: “Nadie busca a Dios”. Fue Dios
quien buscó a Jacob en Betherl cuando huía de las consecuencias de su maldad;
fue Dios quien buscó a Moisés fugitivo en Madián; fue Dios quien buscó a los
apóstoles cuando pescaban para poder decirles: “No me habéis escogido; Yo os
escogí”. Fue el mismo Hombre Dios que se llamaba a sí mismo el Buen Pastor,
quien salió en busca de las ovejas descarriadas; “Le amamos porque Él nos amó
primero”. Fue Cristo quien buscó al acosado Saulo: “La luz ha brillado en la obscuridad”. La historia bíblica está
constituida de capítulos progresivos en los cuales el mal que cae sobe el mundo
por la vía del pecado es rechazado una y otra vez.
Renuncia,
incertidumbre, ansiedad, temor y espanto llevan al hombre a enfrentarse
negativamente a Dios. El odio de una parte y la fuga de otra no serían tan
intensos si no fuera por la infinidad de Quien nos retraemos. Así, como precisa
el impulso de cargas explosivas para enviar un cohete a la Luna, así también es
preciso el impulso de Dios para explicar por qué se huye de Él. Cada vez que la
fuga nos aleja de Dios, allí mismo su ausencia se hace sentir. Como dijo el
salmista: “Si desciendo hasta el infierno, allí también estarás Tu presente”. Y
como dijo Max Picard en su “Huir de Dios”: “Están perseguidos por Dios y pueden
huir con tanta ligereza porque Dios les persigue. Aun así, esto es Amor de Dios
puesto que Él, y nadie más que Él, se dispone a perseguir a los que huyen para
que Él, el más veloz, sea quien siempre esté más cercano de los que huyen”.
Va tras ellos;
en la persecución se les anticipa. Llegan, y ya Él está allí; a todos los
lugares llega Él antes que ellos. Ellos siguen tras de Él. Nadie en fuga puede
distinguir entre perseguidor y perseguidos. Esto es también Amor de Dios.
A lo largo de
los siglos los santos han sentido siempre la Presencia de Dios y unas almas más
que otras lo han percibido negativamente. Pueden establecerse tres edades de
experiencia negativa: El mundo pagano de la antigüedad conocía a Dios
negativamente como el Destino, bajo cuyos juicios y tronadas vivían
constantemente; los años del cristianismo, le percibieron como sentido de
culpabilidad o Aquel a Quien lastimamos. El alma moderna percibe a Dios a
través del vacío y de la insensatez.
Tal vez los dos
grandes dolores del mundo sean estar demasiado cerca de Dios y sin embargo tan
alejado de Él. Estar demasiado cerca es como estar demasiado próximos a una llamarada,
cuya luz es demasiado fuerte y cuyo amor es demasiado extático para poder
tolerarlos nuestra pobre estructura humana. En el caso, por otra parte, de
quienes tienen el corazón hecho pedazos por los sinsabores de la vida, sus
sentimientos pueden ser muy bien idénticos a la inscripción que hay en la tumba
del filósofo español Miguel de Unamuno: “Acógeme, Padre Eterno, en tu seno; ese
misterioso hogar; allí dormiré, pues estoy deshecho por la lucha agobiante de
la vida”.
Los que alardean
de que el hombre llega a la perfección cuando se divorcia de Dios, reflejan en
sus poesías y en sus prosas a los hombres más lastimeros del mundo. En su obra
“Las Moscas”, Sartré presenta a un personaje, Orestes, como el hombre libre
perfecto porque “se ha emancipado de todas las esclavitudes y de todas las
creencias, sin religión, sin profesión; libre de todo compromiso y sabedor de
que nunca debe adquirirlos”. Pero, ¿qué le depara su libertad, ya que se ha
liberado de todo y nada lo compromete? Orestes da muerte a su madre y al amante
de ésta con el fin de elevarse por encima de ansiedades y remordimientos. Pero,
¿qué son estas ansiedades y estos remordimientos en el alma de un ateo sino
jadear de los pulmones en busca del mismo aire que les ha negado?
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