(Especial para LA PRENSA en Lima)
"La jornada más larga del alma es hacia el interior", escribió Dag Hammarskjold. ¿Por qué tan distante?
Porque la distancia se mide desde el punto de arrancada hasta el punto de arribo. ¿Y qué distancia es mayor que media entre el rostro enmascarado que presentamos al mundo y el adversario interior que está oculto en nuestro pecho?
La máscara es el rostro diario con el cual confiamos hacer amigos, influir en la gente y llenar nuestros bolsillos. El adversario interior es el espectro nocturno que, cuando despertamos, revela nuestras estupideces de la vida andante. Un poeta dijo de que una mujer que tuvo una cara falsa ante su cara verdadera tanto tiempo que cuando se la quitó lució exactamente como la máscara.
El adversario es lo que tratamos de ocultar a nosotros mismos, no sea que piensen que somos egoístas cuando hacemos alarde de nuestra generosidad y al final viene a repudiarnos. En su novela "La caída", Camus escribe primero la máscara: Jean Baptiste Clamence, abogado eminente dispuesto siempre a ayudar al pobre; caballero que en los trenes subterráneos da siempre el asiento a una mujer y filántropo que firmó generosos cheques en favor de causas liberales. Un día en una aglomeración del tránsito es golpeado por el autoista culpable y llamado imbécil. Súbitamente cae la máscara y estalla de furia revelando su yo interior. Primero, fue hombre violento frente a un insulto. segundo, un hombre de orgullo y vanidad cuando su concubina se volvió contra él y finalmente cobarde porque dejó de salvar a una joven que se ahogaba tratando de suicidarse.
¿Quién es el verdadero enemigo? ¿La Máscara o la conciencia? ¿Lo que parecemos o lo que somos? La máscara es el enemigo del yo interior y el yo interior el adversario de la máscara. Algunos van por la vida haciendo cada vez menos consciente el yo interior. La juventud lo hace con drogas; los padres con bebidas; los ricos lo hacen explicando sus faltas; los que nada tienen culpando a los demás; los aparentemente píos lo hacen con "iglesismo". Mientras mayor identificación con la máscara, menos conciencia de que la máscara tiene un adversario.
El fariseo que fue a la entrada del templo a decirle a Dios lo bueno que era, habló a través de su máscara. Incidentalmente la palabra "hipócrita" quiere decir "actor" en su original. El publicano al fondo del templo, viajó hacia su yo interior y lo encontró en necesidad de perdón. Traduciendo estos casos al idioma moderno, el fariseo es el tipo de aquellos que quieren mantener tal como están las manifestaciones externas de la ley y el orden, separando la buena conducta pública de la mala conducta privada. El publicano es, desde un punto de vista, como el joven que no tiene tiempo para el engaño, simulación y duplicidad para con sus padres. Se quita todas las máscaras. Pero se diferencia del publicano en que una vez removidas las máscaras, no tiene verdadero yo interior con significación, propósito y responsabilidad. Como escribió san Agustín: "Mientras menos atienda la gente a sus pecados, con mayor curiosidad mirará los pecados de los otros". De aquí la afición de hoy a biografías que revelan los pecados ocultos de los llamados hombres buenos. El lector es conducido inconscientemente a creer que su propia máscara está justificada. San Agustín continúa: Porque le preocupa, no corregir sino devorar. Y como no puede excusarse a sí misma, está siempre dispuesta a acusar a los otros".
Puede uno acercarse a la máscara de dos maneras: con examen del subconsciente y con examen del consciente. El primero es hecho por un extraño; el segundo por uno mismo.
El primero elimina el pecado explicándolo; el segundo confiesa y suplica perdón. El primero explica cómo el agua del mar entra en el buque que se hunde; el segundo ignora la química de las aguas / se marcha en busca del buque de rescate. Puede uno estar orgulloso del primero: "Doctor, ¿ha conocido usted alguna vez un caso como el mío?". Pero es humilde en el segundo al enfrentarse con su propia culpa. Por esto es que "la jornada más larga del alma es hacia el interior".
Ocurre una inversión de papeles cuando buscamos perdón para nuestras faltas. El Adversario Interior, que hasta entonces se oponía a la máscara no parece ya un adversario sino un amigo. De la misma forma, el corte por un cirujano lo convierte en amigo después de extirpar el cáncer. El adversario se hace entonces adversario, la falsedad es contrarrestada y el engaño negado. No tiene uno ya que vivir con el vecino. De aquí en adelante es cuestión de ser el verdadero uno mismo. Descubrirse a uno mismo es un largo y tortuoso viaje de exploración, pero vale la pena.
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