Con frecuencia nos enteramos de un hijo se hace cargo de
los negocios del padre y sale triunfante. Pero no es tan a menudo que se da el
caso del caso de padre que se hace cargo de los negocios del hijo y tiene éxito
en ellos.
Uno de los
ejemplos de esta anomalía es John Dollond, nacido en Londres en el año 1706 de
ascendencia francesa. Su familia había emigrado de Francia cuando Luis XIV
revocó un edicto real que garantizaba la libertad de cultos. La familia
Dollond, junto con muchas otras de exilados franceses, se dedicó en Inglaterra
al tejido de la seda.
A los cinco años
de edad, Dollond quedó huérfano, mas era ambicioso y esforzado y aun cuando
carecía de ayuda personal, se dedicó, industriosamente, a educarse a sí mismo
trabajando en los talleres. Aprendió idiomas, matemáticas y, especialmente,
óptica y astronomía.
Aun después de
haber constituido una numerosa familia y pese haberse visto obligado a trabajar
más duramente, siguió estudiando. Y cuando su hijo Peter a la edad de adulto,
él mismo lo educó.
Peter Dollond no
quiso ser tejedor de sedas y se valió de la educación que le había dado su
padre para hacerse fabricante de lentes. Tuvo éxito en la empresa y
eventualmente su padre dejó los telares y se unió a su hijo en la fabricación
de lentes.
El ideal del
viejo Dollond era Sir Isaac Newton quien, además de sus famosos trabajos en
matemáticas y física teórica, había ya escrito mucho sobre óptica.
Newton había
llegado a la conclusión de que los objetos vistos a través de un telescopio de
refracción tenían necesariamente que percibirse borrosos por causa de los
bordes de luces prismáticas, o colores, que rodeaban el objeto observado. Dijo
Newton que esto era falla incorregible de los telescopios de refracción que
jamás podría obviarse.
Este punto de
vista fue refutado por eminentes hombres de ciencia suecos y alemanes, quienes,
empero, no tenían la más remota idea de cómo demostrar que Newton estaba
equivocado.
Dollond se puso
a la tarea de demostrar que Newton estaba en lo cierto, proponiéndose construir
un telescopio de refracción que no produjera bordes de luces prismáticas.
Acometió la empresa con el fin deliberado de fracasar, cosa que ansiaba
sinceramente… Pero para sorpresa de todo el mundo –y para su propia
sorpresa—Dollond tuvo éxito. Se valió de un prisma hueco que llenó con agua y
pudo con él hacer ajustes finísimos que eliminaron las distorsiones. Después
descartó el prisma hueco y logró los mismos resultados con un prisma de vidrio
muy fino.
Se le otorgó la
medalla Copley de la Real Sociedad y fue elegido miembro de la misma por ésta y
otras mejorías que introdujo en los telescopios.
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