viernes, 1 de mayo de 2015

HOMBRES DE CIENCIA: John DOLLOND



Con frecuencia nos enteramos de un hijo se hace cargo de los negocios del padre y sale triunfante. Pero no es tan a menudo que se da el caso del caso de padre que se hace cargo de los negocios del hijo y tiene éxito en ellos.

   Uno de los ejemplos de esta anomalía es John Dollond, nacido en Londres en el año 1706 de ascendencia francesa. Su familia había emigrado de Francia cuando Luis XIV revocó un edicto real que garantizaba la libertad de cultos. La familia Dollond, junto con muchas otras de exilados franceses, se dedicó en Inglaterra al tejido de la seda.

   A los cinco años de edad, Dollond quedó huérfano, mas era ambicioso y esforzado y aun cuando carecía de ayuda personal, se dedicó, industriosamente, a educarse a sí mismo trabajando en los talleres. Aprendió idiomas, matemáticas y, especialmente, óptica y astronomía.

   Aun después de haber constituido una numerosa familia y pese haberse visto obligado a trabajar más duramente, siguió estudiando. Y cuando su hijo Peter a la edad de adulto, él mismo lo educó.

   Peter Dollond no quiso ser tejedor de sedas y se valió de la educación que le había dado su padre para hacerse fabricante de lentes. Tuvo éxito en la empresa y eventualmente su padre dejó los telares y se unió a su hijo en la fabricación de lentes.

   El ideal del viejo Dollond era Sir Isaac Newton quien, además de sus famosos trabajos en matemáticas y física teórica, había ya escrito mucho sobre óptica.

   Newton había llegado a la conclusión de que los objetos vistos a través de un telescopio de refracción tenían necesariamente que percibirse borrosos por causa de los bordes de luces prismáticas, o colores, que rodeaban el objeto observado. Dijo Newton que esto era falla incorregible de los telescopios de refracción que jamás podría obviarse.

   Este punto de vista fue refutado por eminentes hombres de ciencia suecos y alemanes, quienes, empero, no tenían la más remota idea de cómo demostrar que Newton estaba equivocado.

   Dollond se puso a la tarea de demostrar que Newton estaba en lo cierto, proponiéndose construir un telescopio de refracción que no produjera bordes de luces prismáticas. Acometió la empresa con el fin deliberado de fracasar, cosa que ansiaba sinceramente… Pero para sorpresa de todo el mundo –y para su propia sorpresa—Dollond tuvo éxito. Se valió de un prisma hueco que llenó con agua y pudo con él hacer ajustes finísimos que eliminaron las distorsiones. Después descartó el prisma hueco y logró los mismos resultados con un prisma de vidrio muy fino.


   Se le otorgó la medalla Copley de la Real Sociedad y fue elegido miembro de la misma por ésta y otras mejorías que introdujo en los telescopios.

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