lunes, 17 de diciembre de 2012

CANTANDO A LA MELANCOLÍA / Othmar SCHOECK


UNA DE LAS OBRAS MÁS CARACTERÍSTICA DEL COMPOSITOR SUIZO OTHMAR SCHOECK ES UN CICLO DE CANCIONES SOBRE SER ENTERRADO VIVO.
DESCUBRA MOMENTOS DE RARA BELLEZA ENCERRADOS EN ESTAS COMPOSICIONES.
   Convencer a cualquiera para que dé una oportunidad a la música de Shoeck puede ser bastante difícil. Si le describimos como un suizo depresivo cuya obra más característica es una canción orquestal de 45 minutos llamada Lebendig Begraven (enterrado vivo) corremos el peligro de que nuestro interlocutor  salga corriendo. No ayudaría en nada el añadir que el ciclo comienza con una truculenta y realista impresión de cómo debe sonar la tierra cayendo sobre un ataúd para el que está dentro, y la claustrofobia causada por saberse confinado en una caja estrecha de madera bajo dos metros de tierra es evocada  de forma escalofriante. Schoeck la planteó como una alegoría: la del artista incomprendido que prefiere ser enterrado vivo que vivir y luchar en un mundo dominado por las trivialidades y las modas. Era una especie de conservador desde el punto de vista musical, amargado por el olvido y resentido por la atención que el público prestaba a Stravinsky y Schoenberg (a quien comparaba con Gengis Khan). Quizá sea mejor que dejemos de hablar de ese ciclo de canciones y nos centremos en sus óperas.
   Amores fallidos
La mejor de éstas, Penthesilea, es sobre la muerte de la reina de las amazonas, una ópera en la que el amor y el odio son tan próximos que llegar a ser indistinguibles: en un juego de palabras intraducible, Penthesilea afirma que “besos” rima con “mordiscos” o “picaduras” (en alemán: Küsse” y “Bisse”), “y quien ama de verdad no puede diferenciar uno del otro”. La ópera es producto de la profunda misoginia de Schoeck (tuvo una serie de amores frustrados y traumáticos), como en Venus, en la que un hombre joven abandona a su prometida y encuentra la muerte en brazos de una mujer ideal: una estatua de bronce. En ambas, como en el ciclo de canciones, Schoeck escribe sobre sí mismo: gran parte de su música es autobiográfica, y ¿qué puede haber más aburrido que un artista que se queja de sus propias desgracias?
   La eternidad en una sola bocanada de aire
Pero la música guerrera y la ambigua música amorosa de Penthesilea son tan emocionantes como la de Strauss, y la coloración única de su orquesta (cuatro violines solistas, un ejército de villas, violoncelos y contrabajos, dos pianos en vez de arpas, siete trompetas, diez clarinetes) es muy vívida y original. El héroe de su Venus se ve profunda y auténticamente enajenado por la belleza de la estatua, y la música está llena de lirismo y pasión. En el clímax de su obsesión grita una frase que debió ser el “motto” de Schoeck, y que de hecho está grabada en su lápida: “La única virtud es conmoverse”. Y por su depresión, su misoginia y su pesimismo, Schoeck se solía conmover por naturaleza, por coraje, por los recuerdos de la infancia y por las cosas más simples. Una vez pasado su terrible comienzo, Lebendig Begraven es una obra llena de belleza. El hombre enterrado vivo recuerda, mediante una música de una riqueza maravillosa, a una chica a la que amó. Las tablas de pino de su ataúd le recuerdan primero el mástil de un navío, después al primer pino que vio, a un árbol de Navidad adornado con velas, y finalmente a otro árbol adornado para la fiesta de un pueblo.
   Cada una de estas recopilaciones resume exquisitos cuadros musicales –por ejemplo, un árbol “con la cabeza llena de cantos de pájaros”--, pero lo más característico de Schoeck, a la vez grotesco y bello, es cuando en hombre enterrado vivo descubre que se ha comido la rosa que le han puesto entre sus manos antes de cerrar el ataúd y clavar la tapa: dice que nunca sabrá  si era una rosa roja o blanca. Y la imagen final del ciclo es una imagen de éxtasis: la visión de “un mar de vida emergente”, de un amplio paisaje sin horizonte, de la eternidad captada en una sola bocanada de aire. No termina de forma pesimista ni triste, sino con una afirmación triunfante.
   Alemania : la relación amor-odio
Schoeck estaba muy conmovido también por las obras maestras de la poesía alemana y por la tradición germana del canto, de la que formaba parte. No sólo eso: se vio apartado de la corriente principal de esa tradición por culpa no sólo de su época, sino del nacionalismo suizo y de su repulsión hacia las dos guerras mundiales por las que pasó Alemania a lo largo de la vida del compositor. Además vio que la tradición era salvajemente destruida por “Gengis Khan” Schoenberg; por ello, inevitablemente, su música es nostálgica, triste, llena de añoranza por un pasado más feliz. Empezó a componer Venus en Ginebra, ciudad a la que se había desplazado para estar cerca de una joven pianista de la que se había enamorado. El final de esa relación le llevó a la desesperación y a retrasar el final de la ópera. En sus últimas páginas, cuando el héroe quiere morir por el amor de su belleza ideal, se oye un tema breve, pero bellísimo y apasionado. Unos años después Schoeck utilizó el mismo tema en su ciclo de canciones Elegía, donde el poeta desea la muerte pero espera que los tilos susurren suavemente sobre su tumba para recordarle los “viejos y bellos tiempos”.
   Hesse, convencido del genio de Schoeck
En cualquier caso, Schoeck no era un simple conservador que componía en un idioma pasado de moda porque no podía aceptar que el mundo había cambiado. Tenía sentimientos muy profundos, y respondía con profundidad a los poetas que mostraban su mismo estilo.
   En muchas de sus canciones –escribió más de trescientas- destila la misma esencia de la emoción poética, de una forma personal y tradicional.
   Su amigo, el gran poeta y novelista Hermann Hesse, dijo que “puso su dedo con una seguridad terrible en el punto donde se encuentra la vida del poema, en una sola palabra o en la vibración entre dos palabras”. Para Hesse, esta era la prueba del genio de Schoeck. Hay momentos en sus canciones en los que una melodía muy simple que subraya el texto se combina con una serie de acordes para evocar una emoción tan poderosa que acaba poniendo los pelos de punta. En momentos así es un gran compositor de canciones digno de figurar junto a  Schubert, Brahms, Schumann o Wolf.

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