Ninguna figura contemporánea ha participado más que André Malraux en la
actividad y la pasión de su época. Sucesivamente revolucionario, aventurero,
héroe de la guerra, ministro en el gobierno francés y el más persuasivo
defensor de Charles de Gaulle, Malraux ya de 73 años de edad, se ha ganado un
lugar permanente en la historia de Francia y del mundo entero.
Es también uno de los gigantes
de la literatura del siglo. Inspirado en su singular experiencia personal, ha
compuesto varias novelas épicas, seguidas de una serie de disertaciones acerca
del arte, el hombre y la civilización. Tal vez su rasgo más notable haya sido
la misteriosa exactitud de sus profecías. Por ejemplo, él fue de los primeros
en prever que el “fascismo extenderá sus negras alas sobre Europa”. En la
entrevista que sigue, Malraux expone algunas de sus opiniones acerca de los
profundos cambios que están ocurriendo en el mundo.
ENTREVISTA CON ANDRÉ MALRAUX
POR CABELL BRUCE
Pregunta. ¿Cree usted que la democracia está en peligro?
Respuesta. La democracia atraviesa por un período de crisis en todo
el mundo. La democracia que hoy conocemos se fundó en Francia y en Estados
Unidos, y nació con un concepto muy firme de mayoría. Cuando Rousseau hablaba
de voluntad general, se refería al tercer estado frente a los privilegiados,
esto es, a una mayoría fuerte, bien definida, del 80 al 90 por ciento de los
ciudadanos.
Ahora nos acercamos a un punto en que las mayorías son muy ligeras. John
Kennedy, Harold Wilson de Gran Bretaña, y nuestro presidente Giscard d´Estaing,
resultaron elegidos por márgenes de aproximadamente el uno por ciento. Esto es
muy grave, pues la moral de cualquier democracia siempre ha dependido de una
importante diferencia cuantitativa entre la mayoría y la minoría. Así pues,
donde sólo hay un margen pequeño, resulta extremadamente dudosa la legitimidad
de cualquier gobierno.
Conoce usted bien lo que se cuenta de aquel primer ministro británico
que dijo : “Si debo gobernar con mayoría de un voto, con mayoría de un voto
gobernaré”. Perfecto, pero no gobernará muy bien. En primer lugar, los que
perdieron lo acusarán de haber hecho trampa en las elecciones. Por último, en
todos los estados democráticos hay siempre un gran número de ciudadanos que no
votan. Esto significa que una mayoría de 51 por ciento es sólo el 51 por ciento
de los votantes. Por consiguiente, una minoría decidida se puede convertir en
mayoría.
Este fenómeno no se había producido hasta después de la segunda guerra
mundial. Anteriormente las mayorías democráticas eran significativas. Si los
revolucionarios franceses hubieran propuesto destronar al rey con una simple
mayoría de 51 por ciento, es claro que nadie los habría secundado.
P. ¿Qué papel corresponde a Francia en una Europa que busca la unidad?
R. Europa no busca la unidad, ni busca nada. Ahora se suspira por
una Europa mítica, deseable para todos, pero que no toma forma como
organización administrativa, política o militar. En lo económico, la crisis del
petróleo demostró que no hay Europa. A mi modo de ver, existirá unidad europea
desde el momento en que haya un enemigo común. Así se formaron los Estados
Unidos ; si no se hubiesen unido contra los ingleses, no existirían.
En los próximos 50 años podrá
surgir un enemigo importante, que sería la humanidad misma. Se dice ahora
que, en lo biológico y lo social, nuestra civilización ha llegado a un máximo
de poderío jamás visto. Somos la primera generación en que una especie, llamada
humana a sí misma, es tan fuerte como la Tierra. Nuestra bomba atómica
puede acabar con el planeta, y esa posibilidad no la hubo antes.
Creíamos, por tradición,
que el fin de la ciencia es facilitar el progreso del hombre, pero ahora hemos
de reconocer sus posibilidades destructivas
: tenemos antibióticos, pero tenemos también la bomba. Y es posible que
plateemos problemas cuya solución no incumba a algunas naciones, sino a todo el
género humano. en una situación así, creo que se formarían mucho más fácilmente
y con apego a la realidad los lazos entre las naciones. Todos se sentirán
afectados, pues las amenazas contra el orden biológico y social son graves y se
extienden por el mundo entero. Citemos, por ejemplo, el peligro de una escasez
de agua. El asunto es muy serio. Todo el mundo está consciente de la
contaminación del ambiente. Supongamos que realmente comenzara a amenazar a
Europa. Entonces los europeos empezaríamdso a tomar medidas unificadas. Y desde
el momento mismo en que Europa se uniera para alcanzar una meta previamente
señalada, es probable que su unión siguiera creciendo.
P. ¿Qué doctrinas configurarán el
pensamiento del mañana?
R. Lo decisivo en los 50 años
próximos no serán las doctrinas filosóficas, sino cómo adquirirá confianza el
género humano en la vastedad de sus descubrimientos.
Sabemos que en biología el hombre ha aprendido más desde que terminó la
segunda guerra mundial hasta ahora, que en todo el tiempo trascurrido antes.
Somos parte de un mundo que ha cambiado radicalmente desde 1870 a causa del
extraordinario número de nuevos descubrimientos. Nuestra antigua civilización
ha dejado de existir. Por ejemplo, si Einstein tuviese que hablar con Voltaire,
tendría que darle toda clase de explicaciones, pues Voltaire no entendería una
palabra. En cambio, si éste hablara con San Agustín, no tendrían ninguna
dificultad para comprenderse, aunque no se pusieran de acuerdo. En mi opinión,
los descubrimientos que hayamos trasformado en conceptos será lo que tenga
importancia perdurable.
Otra forma de de exponer lo mismo es la siguiente : ¿De qué
descubrimientos tendrá conciencia la humanidad en general? La respuesta es muy
debatible, pues muchos de nuestros descubrimientos son sumamente
especializados. Sin embargo, tarde o temprano serán menos especializados, ya
que adquieren un significado nuevo y diferente. Comienza un proceso con un
punto de vista acerca de la energía, y después, cuando hemos hecho la bomba
atómica, ha dejado de ser un simple punto de vista. Añádase a ello que cierto
número de descubrimientos son empíricos (como los de la química del cerebro) y
llegaremos a la conclusión de que, casi seguramente, la humanidad habrá
trasformado dentro de 50 años su investigación empírica en verdadera ciencia.
En otras palabras, ahora podemos curar fácilmente la enfermedad, pero no
sabemos por qué. Lo averiguaremos en el curso de los próximos 50 años.
P. ¿Cree usted que nos
encontramos en un período histórico de renacimiento cultural?
R. No. Vivimos en un período
de grandes descubrimientos, pero nuestro progreso aún no es claro. Por ejemplo,
fue un descubrimiento enorme ir a la
Luna , pero no estamos obligados por la
Luna. No nos sentimos ni amenazados ni
compelidos por el provecho de esa empresa. Como descubrimiento, lo único que
pareció significar fue mucho dinero para los navegantes.
Creo que el drama de nuestra civilización es el siguiente : el siglo XIX tuvo un dios supremo :
la ciencia. Ésta era fuerte porque todos sus descubrimientos traían
considerables progresos. No trataba de resolver problemas metafísicos, pues se
decía que la ciencia estaba en su infancia, y que el siglo XX se encargaría de
resolverlos.
Pero ahora comprendemos las limitaciones de la ciencia. Se creía que
íbamos a entender al hombre cuando las diversas ciencias hubiesen alcanzado sus
respectivas metas ; pero, llegados a cierto punto, empezamos a ver que las
relaciones del ser humano consigo mismo dependen de la “formación” del hombre,
lo cual es ajeno a a la ciencia.
La ciencia puede hacer todo a favor del hombre, excepto formarlo . Lo que siempre le ha formado
ha sido la creencia en un carácter ejemplar. Y tan cierto es eso, que los
países que dejaron una huella precisa en la formación de sus hombres han
encontrado nombres peculiares y exclusivos para esa figura ejemplar. La palabra
gentleman, por ejemplo, no tiene
equivalente en Europa. Y antes de forjarse esa palabra, había en España caballero. Cuando España creía en un
tipo de hombre reconocido universalmente, se producía una gran “formación” de
hombres y existía una España muy grande.
Así, la tarea de la humanidad consiste hoy en descubrir una manera de
formar hombres, y todos sabemos que la ciencia no nos va a mostrar el camino.
Por eso hay crisis de la juventud y rebelión de los jóvenes contra los medios
científicos de determinación humana. De ahí que yo no crea en un renacimiento
presente, pues, para mí, será imposible un renacimiento cultural mientras no se
resuelva nuestra presente crisis humana.
Por el momento sería posible cierto renacimiento en Rusia y en China,
porque en esos dos países se ha fijado una idea del hombre. La palabra rusa bolchevik tiene la misma fuerza que la
palabra gentleman. El tipo humano puede ser ejemplar o imaginario, pero domina
el pensamiento soviético. En Occidente no hemos satisfecho esta necesidad, y en
mi opinión ahí está el mayor problema que tenemos por delante.
P. Escribió usted en “La
cabeza de obsidiana” que la civilización occidental se acerca a su fin. ¿Qué
prevé usted en el futuro?
R. No es la civilización
occidental la que se acerca a su fin, sino la civilización de la máquina. Ésta
es el alma del mundo, y cuando la estructura del poder se funda en la máquina,
todas las inversiones (aun con el comunismo) van dirigidas a la obtención de
más máquinas. Así, existe una lucha entre nosotros y ellas. Esta civilización,
que comenzó con Napoleón, se encuentra indudablemente en un período de crisis.
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