lunes, 3 de diciembre de 2012

DE LA TIERRA A LA LUNA CON JULIO VERNE. Por William BIRNIE


Hace 104 años el ingenioso novelista francés predijo con admirable precisión que los norteamericanos enviarían un vehículo tripulado desde la Florida hasta la Luna y lo traerían otra vez, al Pacífico.
                                             EL ESTRUENDOSO despegue en la Florida resultó casi perfecto y he aquí que la nave espacial volaba a encontrarse con la Luna. En el interior, los intrépidos “aeronautas” se levantaron de sus “divanes” y decidieron que había llegado el momento de festejar la empresa.  Uno de ellos sacó una botella de vino de Borgoña y juntos brindaron felices de la “unión de la Tierra con su satélite”.
   Esta escena no aconteció durante el vuelo del Apolo 11 (acaecido este verano), sino hace 104 años, en la fértil imaginación de un escritor francés llamado Julio Verne (1828-1905).
   En 1865 Verne escribió la narración de un viaje (De la Tierra a la Luna, y Alrededor de la Luna) que ostenta extraordinarias semejanzas con la gran hazaña de 1969.
   La cápsula espacial de Verne llevaba tres hombres: dos norteamericanos y un francés. Las dimensiones de la cápsula de Verne y la real, sorprendentemente, casi las mismas. La cáscara cilindrocónica de aluminio imaginada por el francés tenía 4,57 m. de altura y 2,74 de diámetro; mientras que el módulo de mando del Apolo tiene 3,21 de altura y 3,90 de diámetro.
   Los sitios del lanzamiento son casi idénticos : Verne escogió un lugar cerca de los 27 grados de latitud, en la Florida, ¡a sólo 225 km. al oeste de Cabo Kennedy! En la novela de Verne, Tejas pelea hasta el último instante por el honor de convertirse en el lugar de la partida, en la vida real, Tejas fue el emplazamiento del Centro de Control de la Misión.
   La velocidad inicial para la navecilla de Verne se calculó en 11.000 m. por segundo ; tras el encendido del motor de su tercera sección, la velocidad del Apolo 11, fue de ¡10.830 m. por segundo!
   Verne daba a su cápsula 97 horas, 13 minutos y 20 segundos para llegar a la Luna. El tiempo del Apolo fue de 103 horas, 30 minutos.
   La cápsula de Verne describía varias órbitas en torno a la Luna, y pasaba muchas veces a la altura precisa a que voló el módulo de mando del Apolo.
   En ambas cápsulas los hombres del espacio experimentaron el fenómeno de la ingravidez. Unos y otros tomaron muchas fotografías y anotaciones de la superficie lunar, y los personajes de Verne incluso levantaron un mapa del Mar de la Tranquilidad, donde Neil Armstrong y Edwin Aldrin habrían de dar su fabuloso paseo. Inclusive los finales de ambos viajes son increíblemente parecidos. En ambos casos las cápsulas caen en el océano Pacífico ; los astronautas son recogidos por una nave norteamericana de guerra y devueltos al continente norteamericano, donde se les prodiga de costa a costa un recibimiento triunfal.
   Verne no era un clarividente ni un místico. Era un notable maestro de la ficción científica, y escribía en una época en que la ciencia inflamaba la imaginación de la gente. A mediados del siglo XIX la máquina de vapor y otros inventos empezaban a hacer comprender a las personas sensibles que el mundo estaba sufriendo un cambio radical.
   Verne era una de esas personas, y convirtió sus ideas del futuro en narraciones de aventuras. Así, escribió Veinte mil leguas de viaje submarino antes de que el submarino se inventara; en La vuelta al mundo en 80 días, imaginó la más rápida circunnavegación del globo antes del nacimiento del aeroplano.
   En su epopeya lunar, los cálculos de Verne resultaron precisos porque los basó en las leyes de la física y en las inmutables realidades de la astronomía, la más antigua de las ciencias. La tecnología moderna dio al Apolo 11 la potencia necesaria para escapar de la gravedad terrestre; Verne dotó a su cápsula con el poder de su bien informada imaginación.
   Apuntó su nave (exactamente lo mismo la NASA apuntó al Apolo 11) hacia la posición en que se encontraría la Luna en el momento de la llegada. Pero la potencia de propulsión en Verne no venía de un cohete, sino de un cañón de 275 metros de largo, cargado con 180.000 kilos de algodón pólvora. Sin embargo, llevaba por nombre Columbiad (la nave de mando del Apolo 11 se llamó Columbia). Y ningún testigo del despegue del Apolo se atrevería a poner reparos a la descripción hecha por Verne en 1865 :
    “Al instante se produjo una aterradora y sobrenatural detonación, tal que no cabría compararla con nada conocido hasta entonces, ni siquiera con el trueno ni con el rugir de una explosión volcánica. Un inmenso chorro de fuego. La Tierra tembló, y con gran dificultad algunos espectadores pudieron vislumbrar fugazmente al proyectil que hendía victoriosamente el aire en medio de ígneos vapores”.
   En el interior de la nave de Verne, los astronautas reposan en fuertes divanes y cocinan los alimentos con gas. Llevan como compañeros de viaje dos perros y seis pollos. También llevan consigo algunos esquejes de viñas del Medoc, para plantar en la Luna, a fin de rociar más deleitosamente un día sus comidas de pollo.
   Los viajeros de Verne no alunizan porque cometen un ligero error de trayectoria (para su buena suerte, porque el autor se había olvidado de dotarlos con trajes espaciales semejantes a los del Apolo). Pero en cambio Verne había provisto a sus héroes con un juego de cohetes que los ingeniosos astronautas utilizarían para vencer la gravedad de la Luna e iniciar el viaje de vuelta hacia el Pacífico.
   Finalmente, la fantasía, la ficción y la realidad se fundieron no hace mucho en la ciudad francesa de Amiens, donde Verne, que había soñado el imposible sueño de un viaje a la Luna, pasó sus últimos años. Amiens declaró a los astronautas Collins, Armstrong y Aldrin ciudadanos honorarios.
SELECCIONES DEL READER´S DIGEST. DICIEMBRE 1969.

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