Hace 104 años el ingenioso novelista francés predijo con
admirable precisión que los norteamericanos enviarían un vehículo tripulado
desde la Florida
hasta la Luna y
lo traerían otra vez, al Pacífico.
EL ESTRUENDOSO despegue en la Florida resultó casi
perfecto y he aquí que la nave espacial volaba a encontrarse con la
Luna. En el interior, los intrépidos
“aeronautas” se levantaron de sus “divanes” y decidieron que había llegado el
momento de festejar la empresa. Uno de
ellos sacó una botella de vino de Borgoña y juntos brindaron felices de la
“unión de la Tierra
con su satélite”.
Esta escena no
aconteció durante el vuelo del Apolo 11 (acaecido este verano), sino hace 104
años, en la fértil imaginación de un escritor francés llamado Julio Verne
(1828-1905).
En 1865 Verne
escribió la narración de un viaje (De la Tierra a la Luna , y Alrededor de la Luna ) que ostenta
extraordinarias semejanzas con la gran hazaña de 1969.
La cápsula espacial
de Verne llevaba tres hombres: dos norteamericanos y un francés. Las
dimensiones de la cápsula de Verne y la real, sorprendentemente, casi las
mismas. La cáscara cilindrocónica de aluminio imaginada por el francés tenía 4,57 m . de altura y 2,74 de
diámetro; mientras que el módulo de mando del Apolo tiene 3,21 de altura y 3,90
de diámetro.
Los sitios del
lanzamiento son casi idénticos : Verne escogió un lugar cerca de los 27 grados
de latitud, en la Florida ,
¡a sólo 225 km .
al oeste de Cabo Kennedy! En la novela de Verne, Tejas pelea hasta el último
instante por el honor de convertirse en el lugar de la partida, en la vida
real, Tejas fue el emplazamiento del Centro de Control de la Misión.
La velocidad
inicial para la navecilla de Verne se calculó en 11.000 m . por segundo ;
tras el encendido del motor de su tercera sección, la velocidad del Apolo 11,
fue de ¡10.830 m. por segundo!
Verne daba a su
cápsula 97 horas, 13 minutos y 20 segundos para llegar a la
Luna. El tiempo del Apolo fue de 103 horas,
30 minutos.
La cápsula de Verne
describía varias órbitas en torno a la
Luna , y pasaba muchas veces a la altura precisa a que voló el
módulo de mando del Apolo.
En ambas cápsulas
los hombres del espacio experimentaron el fenómeno de la ingravidez. Unos y
otros tomaron muchas fotografías y anotaciones de la superficie lunar, y los
personajes de Verne incluso levantaron un mapa del Mar de la Tranquilidad , donde
Neil Armstrong y Edwin Aldrin habrían de dar su fabuloso paseo. Inclusive los
finales de ambos viajes son increíblemente parecidos. En ambos casos las
cápsulas caen en el océano Pacífico ; los astronautas son recogidos por una nave
norteamericana de guerra y devueltos al continente norteamericano, donde se les
prodiga de costa a costa un recibimiento triunfal.
Verne no era un
clarividente ni un místico. Era un notable maestro de la ficción científica, y
escribía en una época en que la ciencia inflamaba la imaginación de la gente. A
mediados del siglo XIX la máquina de vapor y otros inventos empezaban a hacer
comprender a las personas sensibles que el mundo estaba sufriendo un cambio
radical.
Verne era una de
esas personas, y convirtió sus ideas del futuro en narraciones de aventuras.
Así, escribió Veinte mil leguas de viaje
submarino antes de que el submarino se inventara; en La vuelta al mundo en 80 días, imaginó la más rápida
circunnavegación del globo antes del nacimiento del aeroplano.
En su epopeya
lunar, los cálculos de Verne resultaron precisos porque los basó en las leyes
de la física y en las inmutables realidades de la astronomía, la más antigua de
las ciencias. La tecnología moderna dio al Apolo 11 la potencia necesaria para
escapar de la gravedad terrestre; Verne dotó a su cápsula con el poder de su
bien informada imaginación.
Apuntó su nave
(exactamente lo mismo la NASA
apuntó al Apolo 11) hacia la posición en que se encontraría la Luna en el momento de la
llegada. Pero la potencia de propulsión en Verne no venía de un cohete, sino de
un cañón de 275 metros
de largo, cargado con 180.000 kilos de algodón pólvora. Sin embargo, llevaba
por nombre Columbiad (la nave de
mando del Apolo 11 se llamó Columbia). Y ningún testigo del despegue del Apolo
se atrevería a poner reparos a la descripción hecha por Verne en 1865 :
“Al instante se
produjo una aterradora y sobrenatural detonación, tal que no cabría compararla
con nada conocido hasta entonces, ni siquiera con el trueno ni con el rugir de
una explosión volcánica. Un inmenso chorro de fuego. La Tierra tembló, y con gran
dificultad algunos espectadores pudieron vislumbrar fugazmente al proyectil que
hendía victoriosamente el aire en medio de ígneos vapores”.
En el interior de
la nave de Verne, los astronautas reposan en fuertes divanes y cocinan los
alimentos con gas. Llevan como compañeros de viaje dos perros y seis pollos.
También llevan consigo algunos esquejes de viñas del Medoc, para plantar en la Luna , a fin de rociar más
deleitosamente un día sus comidas de pollo.
Los viajeros de
Verne no alunizan porque cometen un ligero error de trayectoria (para su buena
suerte, porque el autor se había olvidado de dotarlos con trajes espaciales
semejantes a los del Apolo). Pero en cambio Verne había provisto a sus héroes
con un juego de cohetes que los ingeniosos astronautas utilizarían para vencer
la gravedad de la Luna
e iniciar el viaje de vuelta hacia el Pacífico.
Finalmente, la
fantasía, la ficción y la realidad se fundieron no hace mucho en la ciudad
francesa de Amiens, donde Verne, que había soñado el imposible sueño de un
viaje a la Luna ,
pasó sus últimos años. Amiens declaró a los astronautas Collins, Armstrong y
Aldrin ciudadanos honorarios.
SELECCIONES DEL READER´S DIGEST. DICIEMBRE 1969.
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