lunes, 10 de diciembre de 2012

ÚLTIMAS PALABRAS / Por Richard DUNLOP


Hombres de ingenio, políticos, músicos, actores
filósofos, de mayor o menor renombre, se han
despedido de este mundo en alguna forma peculiar
y a menudo memorable.
Ludwig van Beethoven
   El editor del gran músico le envió una botella de vino. El maestro exclamó: “¡Qué lástima! ¡Qué lástima! ¡Demasiado tarde!” y acto seguido entró en coma.

Elisa Bonaparte
   Agonizaba esta hermana de Napoleón, y uno  de los presentes comentó que nada es tan ineludible como la muerte. “Salvo los impuestos”, interpuso Elisa… y expiró.

Gertrude Stein
   Cuando la distinguida poetisa e intelectual iba a exhalar el último suspiro, preguntó a una amiga suya que estaba a su lado: “¿Cuál es la respuesta?”
Su amiga guardó silencio. Gertrude Stein se volvió a mirarla serenamente e inquirió otra vez: “Entonces, ¿cuál es la pregunta?”

Henry Dupré Labouchère
   El acaudalado periodista y político inglés, de ascendencia hugonote, había soportado los vilipendios de la reina Victoria y del rey Eduardo VII de Inglaterra. Por tanto, no se asustó cuando, estando en su lecho de muerte en Florencia (Italia), un lacayo derribó una lámpara de aceite y provocó una llamarada.
   “¿Llamas?” comentó el moribundo “¿No es algo pronto?”

Sarah Bernhardt
   La divina Sarah se había desplomado sin sentido durante el ensayo de una nueva obra y agonizaba en París. Al recobrar el conocimiento preguntó si había periodistas afuera. Como le respondieran que sí, comentó : “Durante toda mi vida me  han atormentado los periodistas. Ahora podré vengarme un poco haciéndoles esperar”. Por desgracia, no los tuvo esperando mucho.

Óscar Wilde
   La vida de penuria que llevó en el exilio no había preparado al brillante dramaturgo inglés para los últimos días de su existencia en un lujoso hotel de París. El administrador ordenó que le proporcionaran la mejor habitación, el champán más fino, la comida más sabrosa. Las palabras con que Wilde se despidió de este mundo fueron : “Me estoy muriendo con más lujo del que puedo permitirme”.

María Antonieta
   Princesa de la casa de Habsburgo hasta el final, la desdichada reina no olvidó sus buenos modales mientras subía al cadalso para ser guillotinada. Pisó inadvertidamente al verdugo, y se excusó con exquisita cortesía : “le ruego, señor, que me perdone”. Por cierto que la respuesta que le dio el verdugo distó mucho de ser comedida.

H. L. Mencken
   El mordaz filósofo de Baltimore (Maryland), crítico y escritor, se bebió dos cócteles, se metió en la cama y se estuvo escuchando una sinfonía trasmitida por la radio. Murió en silencio, pues ya había dejado escritas sus últimas palabras: “Si, cuando haya abandonado este mundo, te acuerdas de mí y quieres complacer a mi espíritu, perdona a un pecador y guíñale el ojo a alguna chica poco agraciada”.

François Rabelais
   En un último chispazo de ingenio rabelesiano, el gran escritor francés dijo a quienes le rodeaban en su lecho de muerte: “¡La farsa ha terminado!”

Chuang-tzu
   El filósofo chino oía a sus amigos discutir si dejarían su cadáver a los milanos, como era costumbre, o si lo enterrarían.
   En un susurro de voz, el agonizante dispuso: “Sobre la tierra, alimentaré a los milanos ; bajo ella, a los topos, grillos y hormigas. ¿Para qué despojar a los primeros en beneficio de los segundos?”

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