De unos pocos hechos
conocidos, mezclados con el brillante oropel de la tradición y un rico caudal
de mitos, ha surgido la leyenda de Santa Claus, celebrada en el mundo entero.
NADIE sabe cuándo fue la primera vez que Papá Noel
o Santa Claus entró en una sala, templada por el amor de la lumbre, para llevar
nueces a los niños; pero tras la leyenda del risueño anciano portador de
regalos, se yergue poderosa y resplandeciente la figura de un santo de los tiempos
antiguos: Nicolás, obispo de Mira.
Es una historia
extraña, y el misterio la envuelve desde el primer momento, pues aun durante su
vida, la singular benevolencia del santo hizo de él una leyenda. En los 16
siglos trascurridos desde su muerte, la tradición ha dado cuerpo a su borroso
perfil y nos ha legado una grata mezcla de realidad y fantasía. San Nicolás pervive porque, en su
personalización de universal bienhechor conocido en todos los hogares, fue creado
por el pueblo para el pueblo.
En verdad, el santo
que en su tiempo no fue más que una estrella de segunda magnitud en el
firmamento de la Iglesia
cristiana, se ha convertido en uno de sus más brillantes luminares. Salvo los grandes personajes del Evangelio,
ningún santo disfruta de una popularidad tan general entre protestantes y
católicos a la vez. En Rusia, donde la religión ortodoxa vive todavía, sigue en
rango de santidad a la Virgen María.
Millares de iglesias de toda la cristiandad están consagradas a su advocación,
más de 400 tan sólo en Inglaterra. En monedas y sellos de correo vemos a su
imagen, y las pinturas de grandes maestros inmortalizan sus milagros.
Los marinos en
peligro de naufragio le dirigen sus oraciones, e incontables relatos hablan de
su aparición ante muchas tripulaciones acosadas por la tempestad. Se dice que
el santo devolvió la vida a un marinero ahogado, y las barcas pesqueras del
Mediterráneo suelen llevar su imagen, con la que dan vueltas al puente en los
momentos de peligro.
Este vínculo entre
San Nicolás y el mar tiene su origen en un hecho histórico. Mira era una
laboriosa población de la costa meridional de Asia Menor, en la actual Turquía.
Es indudable que, para visitar las aldeas de su diócesis ribereña, Nicolás
viajaba en barco (aún hoy los caminos locales son malos y a menudo los
destruyen las lluvias) y debió de ser entonces un espectáculo familiar el del
obispo marino, de pie ante el mástil y bendiciendo a los fieles que lo
saludaban desde la playa o desde una embarcación que se cruzaba con la suya.
Nicolás fue hijo de
un matrimonio de posición desahogada y nació alrededor del año 270 en Patara,
puerto en que había hecho escala San Pablo durante su tercer viaje misionero.
Como dio muestras de honda religiosidad, el niño fue destinado al sacerdocio.
Recibió una excelente educación y estudió la filosofía griega al mismo tiempo
que la teología cristiana. Mira (la moderna Demre), donde fue consagrado
obispo, estaba a un corto día de viaje de su ciudad natal.
Estos son casi los
únicos hechos ciertos que conocemos. Algunos creen que Nicolás fue perseguido y
encarcelado en tiempos del emperador Diocleciano, y que durante el reinado de
Constantino asistió al primer concilio ecuménico de la Iglesia , en Nicea; pero no
hay prueba de ello. Lo que sabemos es que era de corazón notablemente
bondadoso. Una de las más famosas historias que de él se cuentan se refiere a
un vecino que, no pudiendo mantener a sus tres hijas ni darles dote para que
encontrasen marido, temía que se vieran obligadas a dedicarse a la prostitución.
Nicolás llegó una noche sigilosamente a la casa y arrojó un puñado de monedas
de oro por la ventana. Como constituían una apetitosa dote, el feliz padre pudo
casar a su hija mayor. Nicolás hizo poco después lo mismo y la segunda hija
encontró marido. La tercera vez, el vecino estaba en acecho para descubrir a su
bienhechor y, al reconocer a Nicolás, cayó de rodillas y le expresó su
gratitud, pero el santo se llevó el índice a los labios y le hizo prometer que
guardaría silencio.
El celebrado
episodio, contado y repetido a lo largo de los siglos, ha servido como tema de
inspiración para gran número de obras pictóricas.
Otro relato, que
circuló poco después de su muerte, cuenta que tres generales fueron falsamente
acusados por Constantino. La noche anterior a su ejecución invocaron en sus
preces a Nicolás. Aunque estaba a muchos centenares de kilómetros de allí, el
obispo se presentó inmediatamente a Constantino en su sueño y, amenazándolo con
un castigo terrible si desobedecía, le ordenó que perdonase a los tres
generales, cosa que el aterrorizado emperador se apresuró a hacer.
Pronto se atribuyó
un milagro tras otro al diligente prelado. Una vez, cuando la ciudad de Mira
sufría hambre, anclaron allí unos barcos cargados con trigo de Egipto. Pero el
trigo estaba destinado a los graneros del emperador en Constantinopla y los
capitanes eran responsables con su vida de entregar los cargamentos completos.
“No temáis nada”, les dijo Nicolás. “Descargad aquí suficiente grano para
alimentar a mi rebaño”. Los capitanes lo hicieron y Mira se salvó. Además, para
pasmo de los marinos, cuando los barcos llegaron a su destino no faltaba ni un
grano de cada partida.
Nicolás murió
alrededor del año 340 y fue sepultado con grandes honras fúnebres. Pero la
gente en apuros seguía invocándolo y su fama de taumaturgo se extendió hacia el
norte, por Rusia, y hacia el oeste, por Europa. Los marinos la llevaban de
puerto en puerto, los gabarreros la difundían río arriba y los buhoneros la
esparcían por los caminos. Muy pronto todos los viajeros perdían la protección
de San Nicolás. Podía encontrarse su imagen en los nevados pasos de montaña, en
los puentes y en las encrucijadas solitarias. Gremios y profesiones se ponían
bajo su patronazgo, y se convirtió en especial protector de los navieros,
comerciantes en vinos, farmacéuticos, estudiantes y abogados.
En el nutrido
santoral no hay nadie que pueda rivalizar en popularidad con San Nicolás. Fue,
por tanto, general el desconsuelo cuando, unos siete siglos después de su
muerte, la ciudad de Mira cayó en poder de los musulmanes, y el santuario del
venerado santo quedó en manos de infieles. Las muestras de dolor fueron
intensas, sobre todo en Italia, cuyos marinos habían ido a menudo a orar en la
tumba de Nicolás, que se conservaba en Mira.
Fue así como el año
1087 unos cincuenta marineros del puerto meridional de Bari (centro de comercio
con el Cercano Oriente en aquella época) se hicieron a vela en tres barcos
mercantes, desembarcaron en Mira y marcharon audazmente hacia la tumba,
guardada sólo por cuatro monjes. La oferta de una buena suma de dinero fue
rechazada y entonces los marineros rompieron la losa de la tumba y se llevaron
los huesos. Regresaron triunfalmente a Bari y fueron recibidos con delirante
júbilo por el pueblo.
La iglesia de
piedra blanca erigida en el muelle de esa ciudad para guardar las reliquias del
santo es todavía hoy una de las más hermosas construcciones de la cristiandad.
Año tras año sus amplias naves se han llenado de peregrinos, y los cruzados han
orado allí antes de embarcarse para la Tierra
Santa. En la actualidad, entre los 200.000 peregrinos que se
arrodillan cada año ante la tumba hay jovencitas que piden marido, así como
marinos y pescadores que van a venerarlo antes de afrontar los peligros del
tempestuoso Adriático.
La corriente de
fieles llega a su máximo punto en mayo, cuando Bari celebra el aniversario de
la expedición que rescató los restos del santo. Un vistoso desfile medieval
culmina en el traslado de la gran imagen de madera, vestida con su enjoyada
túnica, al puente de una barca pesquera. Ondean las banderas, suenan las
sirenas y varias barcas alegremente adornadas siguen a la que lleva la figura
del santo, que se mece suavemente, en su recorrido por la bahía.
¿Cómo llegó a
identificarse con la fiesta de Navidad este santo popular de ropas
sacerdotales? La reforma desaprobaba el culto de los santos, pero el de Nicolás
había llegado a ser una institución demasiado arraigada para que desapareciera.
Su fiesta, que se celebra el 6 de diciembre, día que se cree fue el de su
muerte, se convirtió poco a poco en un festival de la infancia, y en muchos
países europeos los niños lo aprovechaban para gastar bromas a sus mayores y éstos para distribuir regalos en nombre del santo.
En las regiones
germánicas de Europa septentrional, donde los recuerdos de las deidades paganas
subsistían en el fondo de las costumbres cristianas, la túnica del obispo se
trasformó en una larga casaca de invierno, y la mitra en un gorro de pieles. En
muchos países cristianos el día de San Nicolás y el de Navidad se fusionaron en una sola festividad, y el anciano prelado de Mira tomó el rango de bondadoso
patrono de esas horas de alegría y de esperanza.
En el siglo XVII
San Nicolás se embarcó una vez más, en esta ocasión para cruzar el Atlántico.
Unos colonos holandeses que desembarcaron en Nueva Amsterdam, rebautizada luego
como Nueva York, llevaron consigo su propia versión del jocundo distribuidor de
juguetes y golosinas : Sinterklaas. Pronto los niños de habla inglesa que vivían
en las regiones costeras aplicaron el nombre a su personificación del Padre
Navidad, llamándolo Santy Klaas o Santa Claus. Los escandinavos le dieron su
reno y ya estuvo en marcha la nueva figura.
Lo cual era muy apropiado,
en realidad. Hace mucho tiempo el pueblo creó su imagen de San Nicolás con unos
pocos hechos históricos. Así, pues, ¿por qué no dar un rostro nuevo al
bondadoso anciano que tenía el mismo viejo corazón de oro?
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