HOY hacen 390 años que nació Blas Pascal, geómetra, físico, pensador y prosista insigne, cristiano ascético y ardiente. Nace en Clermont de nobles progenitores. Pierde a su madre a los tres años, y Esteban Pascal, su padre, hombre distinguido y culto, se dedica a la educación de su hijo, que jamás tiene otro mentor que él. La precocidad del muchacho es sorprendente: sin haber hecho estudios geométricos, tiene asombrosa intuición, que a los doce años ha descubierto por sí mismo hasta la proposición trigésima segunda de Euclides. Estudia entonces, y a los 16 años compone un tratado sobre las secciones cónicas que admira a Descartes, aunque es verdad que éste escribe al P. Mersenne que casi todo aquello se encuentra en Desargues. A los 18 años inventa una máquina de calcular en que pueden hacerse las cuatro operaciones aritméticas. Más tarde, utilizando los experimentos de Torricelli, inventor del barómetro, hace las famosas experiencias en la cumbre del Puy-de-Dome sobre la pesantez del aire. Imagina la prensa hidráulica; escribe notables estudios sobre el triángulo aritmético; en dos tratados echa los cimientos de la estática de los flúidos; concibe la idea de un nuevo carruaje que más tarde será el ómnibus; con su teoría de la ruleta o cicloide preludia el cálculo integral. Sus actividades científicas son múltiples y fecundas.
Como filósofo, entrégase a la lectura de Epicteto y Montaigne, y siente atractivos por la doctrina cartesiana. iPero él necesita más! Aunque siempre ha sido religioso, de 1652 a 53 parece disiparse un poco, y viene luego un período de disgusto, de hastío, hasta aquella noche memorable del 23 de noviembre de 1654, en que en una especie de éxtasis siente la paz, la certidumbre, el gozo que Dios se acerca a él; "el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, no de los filósofos y los sabios", y quiere entregarse a una "renunciación total y dulce". Pascal ha escrito estas palabras y otras breves, perpetuando la luz de aquella noche, en un famoso pergamino que llevaba cosido siempre en su traje y se le halló al morir. Encamínase entonces a Port-Royal, convento de religiosas de París, a cuyo lado hacen vida ascética algunos hombres de estudio: los famosos Solitarios de Port-Royal.
Otro suceso influyó tal vez en su decisión: el accidente del puente de Neuilly, en que se desbocaron los caballos que tiraban su coche y Pascal vióse colgado entre la vida y la muerte: el pensamiento de la eternidad quedó grabado a fuego en su espíritu, y hasta algunos quieren afirmar que, en una especie de alucinación, Pascal veía siempre a su lado un abismo.
-Alfonso JUNCO
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