EL PENSAMIENTO Y EL ESTILO
ESTOY
conociendo a fondo a José de Maistre. Y me he asombrado. Su fama es grande,
pero él es más grande que su fama. Además, difiere de ella no poco.
Analítico y
sintético a la vez, hermana el paso firme, el sentido positivo, la precisión
maciza de Balmes, con el arranque
genial, la mirada aquilina, la aristocracia ingénita de Donoso Cortés: dos
colosos en uno.
La
parcialidad e algunos, la incomprensión de otros, la ignorancia repetidora de
casi todos, han envuelto al conde de Maistre en cierta rutinaria opinión de
alucinado, de paradójico, de exagerado, de truculento. Y del prejuicio padecen
contagio, poco o mucho, hasta espíritus escogidos, como Lamartine y la Pardo
Bazán.
Nada hay de
esto, sin embargo. Su originalidad potente; su osada franqueza, que desdeña los
ambages, rompe con las preocupaciones más admitidas y arraigadas y discutibles,
como Bossuet, Pascal, Bacon; su tono generalmente batallador, decisivo y
cortante; el carácter más bien
intelectual que cordial de sus
escritos públicos; la superioridad segura con que afirma –y afirma aun lo
futuro cuando lo prevé lúcidamente- ; su robusta fe monárquica; su páginas
extraordinarias sobre la guerra, el verdugo y los sacrificios sangrientos, todo
ello ha favorecido esa falsa opinión. Pero el que lea con atención e
inteligencia verá que todo está colocado en su sitio, diferenciado y discernido
con juicio maduro; verá, por ejemplo, que no quiere ni recomienda la guerra,
como se dice y cree por allí, sino que, deplorándola, expone sobre su
perpetuidad, su sentido y su función providencial, conjeturas preñadas de
razón; verá que es monárquico amante de la libertad, que en esa forma política
cree hallarla más honorablemente asegurada, en armonía con el principio de
autoridad, pero que no hay hombre menos cortesano
ni más enemigo de lo arbitrario; verá que tiene algunos rasgos detonantes o
paradójicos, pero esto generalmente es sólo externo –suerte de látigo para
despertar dormidos- y no toca a la íntima substancia del pensamiento; verá que
el sentido común, la conciencia de las realidades tangibles, la posesión de sí
mismo nunca abandonan a este hombre, ni en sus vuelos más audaces. No que sea
infalible: pero es un gigante que asienta firmemente los pies en la tierra,
mientras perfora con la frente las alturas vertiginosas.
He visto en
Sainte-Beuve –ilustre crítico y profundo escéptico, antípoda de de Maistre en
el mundo ideal- corroborado lo que pienso. No disimula su admiración y su
respeto por de Maistre, y expresa que “se le había fraguado a este escritor una
reputación enteramente particular de absolutismo; se le juzgaba por una página mal leída de uno de sus escritos, y no
se llamaba sino el panegirista del verdugo”… Y más adelante: “Mr. De Maistre,
como un hombre que habla solo y de lejos y que levanta la voz para ser
escuchado, da a la verdad misma el
aire de la paradoja y el acento del desafío”.
Tiene el
conde por “harto menos difícil resolver un problema que plantearlo”, y es
precisamente característica suya ser un gran planteador de problemas:
desembrolla en dos palabras las cuestiones más complejas y abstrusas, las
congrega y las saca a la luz de tal modo que la conclusión fluye por sí misma.
Y no pierde su tiempo: “gusto más de suprimir lo intermediario y correr a los
resultados”, escribe. Y más allá: “Probar en detalle esta proposición después
de lo que he dicho, paréceme que sería faltar al respeto a los que entienden y
hacer demasiado honor a los que no entienden”.
Aquí está pintado de cuerpo entero: porque “es el escritor patricio por
excelencia”, como dice Suárez Bravo. Y Sainte-Beuve escribe en justa y esencial
observación, clave en parte de las desorientadas opiniones sobre el Conde: “El
epígrafe que debería leerse con todas sus letras en el frontispicio de los
escritos de Mr. de Maistre, es este seguramente: Al buen entendedor, ¡salud!”
A todas esas
cualidades eminentes, enriquecidas por una erudición vasta y segura, júntase en
el Conde el asombro del estilo: un estilo de pétrea diafanidad, de opulenta
concisión, de elegancia sin galas, de nativa elocuencia, de gusto prócer, de
múltiple aptitud.
Naturalmente,
hay que leerlo en francés: no en ciertas achatadoras traducciones que suelen
correr por esos mundos.
Posee de
Maistre “el monosílabo, la punta acerada y centelleante –como expresa Barbey
d’Aurevilly-, ese clavo de oro, cuando no de diamante, que clavaba tan bien,
con su mano espiritual, entre los bloques lisos y cuadrados de su estilo de
cimiento romano”.”Su verdadero triunfo está en el estilo –llega a decir
Lamartine- Aquí él vive no sólo sin igual, sino sin semejante. Solidez,
esplendor, movimiento, imágenes, flexibilidad, osadía, originalidad, unción,
brusquedad misma, tiene todas las cualidades de la palabra que sabe hacerse
escuchar; y el único tal vez de su siglo…, él no imita nada a nadie… Su estilo
será la duradera admiración de los que leen por el placer de leer. Diríase que,
como ciertas fuentes petrificantes de su país, que en un momento petrifican lo
que se arroja a su cuenca, él tiene el don de petrificar en un instante lo que
cae en su pensamiento; todo lo que de él sale está modelado a su naturaleza,
revestido de una superficie imperecedera e inmortal. Para caracterizar su
estilo son precisos tres nombres: Bossuet, Voltaire, Pascal. Bossuet por la
elevación, Voltaire por el sarcasmo, Pascal por la profundidad”.
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