Biológicamente
los humanos somos seres carentes (Mangelwesen). No estamos dotados de
ningún órgano especializado que nos garantice la supervivencia o nos defienda de
los peligros, como ocurre con los animales. Algunos biólogos llegan a decir que
somos un «animal enfermo», un “faux pas”, (un paso en falso), un «paso»
(Übergang) hacia otra cosa, y por eso nunca fijado, enteros pero
incompletos.
Tal
verificación nos obliga continuamente a garantizar nuestra vida mediante el
trabajo y la intervención inteligente en la naturaleza. De este esfuerzo nace la
cultura que organiza de forma más estable las condiciones infraestructurales y
también humano-espirituales para vivir humanamente en sociedad.
Hay que añadir
todavía otro dato, presente también en todos los seres del universo, pero que
adquiere especial relevancia a nivel humano. Existen dos fuerzas: una es la
autoafirmación, y la otra la integración, que actúan siempre en
conjunto en un equilibrio difícil y siempre dinámico.
Por la fuerza
de la autoafirmación cada ser se centra en si mismo y su instinto es
conservarse, defendiéndose frente a todo tipo de amenaza contra su integridad y
su vida. Nadie quiere morir; quiere vivir, evolucionar y crecer. Esta fuerza
explica la persistencia y la subsistencia del individuo.
En este punto
necesitamos superar totalmente el darwinismo social según el cual solamente los
más fuertes triunfan y permanecen. Es esta una media verdad que está a
contramano del proceso evolutivo. Este no privilegia a los más fuertes y
adaptables. Si fuera así, los dinosaurios estarían todavía entre nosotros. El
sentido de la evolución es permitir que todos los seres, también los más
vulnerables expresen virtualidades latentes dentro de la evolución. Este es el
valor de la interdependencia de todos con todos y de la solidaridad cósmica.
Todos, débiles y fuertes, se ayudan para coexistir y coevolucionar.
Por la fuerza
de la integración, el individuo se descubre envuelto en una red de relaciones,
sin las cuales, sólo como individuo no viviría ni sobreviviría. El individuo
existe, pero viene de una familia, forma parte de un grupo de trabajo, vive en
una ciudad y habita en un país con un tipo de organización social. Está ligado a
toda esta cadena de relaciones. Así todos los seres están interconectados y
viven unos por los otros, con los otros y para los otros. El individuo se
integra, pues, por naturaleza, en un todo mayor. Y aunque el individuo muera, el
todo garantiza que la especie continúe permitiendo que otros representantes
vengan a sucedernos.
Es sabiduría
humana reconocer que llega cierto momento de la vida en el cual la persona debe
despedirse para dejar lugar, hasta físicamente, a los que vendrán.
El universo,
los reinos, los géneros y las especies y también los individuos humanos se
equilibran entre estas dos fuerzas: la de autoafirmación del individuo y la de
integración en un todo mayor. Pero este proceso no es lineal y sereno; es tenso
y dinámico. El equilibrio de las fuerzas nunca es algo dado, sino por algo por
hacer y ser alcanzado en todo momento.
Y aquí entra el
cuidado responsable. Si no cuidamos, puede prevalecer la autoafirmación del
individuo a costa de una insuficiente integración y entonces predomina la
violencia y la autoimposición, o por el contrario, puede triunfar la integración
a costa del debilitamiento y hasta la anulación del individuo y entonces gana la
partida el colectivismo y el achatamiento de las individualidades. El cuidado
aquí se traduce en la justa medida y en la autocontención para no privilegiar
ninguna de estas fuerzas.
Efectivamente,
en la historia social humana, han surgido sistemas que o bien privilegian el yo,
el individuo, su desempeño, su capacidad de competición y la propiedad privada
como es el caso del orden capitalista o bien hacen prevalecer el nosotros
colectivo, la cooperación y la propiedad social como es el caso del socialismo
real que fue ensayado en la Unión Soviética y todavía se mantiene, en parte, en
China.
La exacerbación
de una de estas fuerzas en detrimento de la otra, lleva a desequilibrios,
conflictos, guerras y tragedias sociales y ambientales. En lo que se refiere al
medio ambiente, tanto el capitalismo como el socialismo fueron depredadores y
empeoraron las condiciones de vida de la mayoría de las poblaciones. En ambos
sistemas desapareció el cuidado responsable para dar lugar a la voluntad de
poder, al enfrentamiento entre ambos e incluso a la brutalidad en las relaciones
mundiales, rivalizando en la carrera armamentista y la dominación del mundo.
¿Qué reto se le
plantea al ser humano? El del cuidado responsable de buscar el equilibrio
construido conscientemente y hacer de esta búsqueda un propósito, una actitud de
base y hasta un proyecto político. Portador de conciencia y de libertad, el ser
humano tiene esta misión que lo distingue de los demás seres. Sólo él puede ser
un ser ético, un ser que cuida de sí y que se responsabiliza de la comunidad de
vida. Él puede ser hostil a la vida, situarse como individuo dominador sobre las
cosas, pero también puede ser el ángel bueno que se siente integrado en la
comunidad de vida, al lado de las cosas. Depende de su empeño mantener el
equilibrio entre la autoafirmación y la integración en un todo y no permitir que
fuerzas desgarradoras dirijan la historia.
Por ser ético,
debe colocarse al lado de aquellos que tienen dificultades en autoafirmarse y
así sobrevivir e impedir una integración que destruye las individualidades en
nombre de un colectivo amorfo. Es la síntesis a ser siempre construida.
- Leonardo BOFF / 30-octubre-13