lunes, 14 de octubre de 2013

EL DON DE DISCERNIMIENTO Y DE INTUICIÓN / WILSON: Antenor ORREGO

Los más grandes espíritus han tenido siempre desarrollada, en un grado extraordinario, la intuición, el sentido de la justicia. Swedenborg ha escrito: “No es prueba de genio el confirmar o demostrar cuando se nos antoja; pero quien discierne lo verdadero y lo falso puede ufanarse de ser un carácter y un hombre mental”. Distinguir lo verdadero y lo falso, lo justo e injusto, lo provisorio y lo eterno, no como mera elucubración especulativa sino cara a cara a la realidad histórica, cuando las pasiones, los prejuicios y las convenciones contemporáneas nos reclaman, nos perturban, nos extravían y nos incitan, es la función del genio de una época, del conductor de hombres y de pueblos, del supremo creador de realidades, del gran predestinado.

   Esa es la función grandiosa del genio: libertar la realidad de la justicia, en un momento dado, del entrecruzamiento inextricable de sofismas retóricos, de casuismos dialécticos, de ergotismos académicos: infundirle aliento vital, palpitación humana; restablecer su sentido primitivo y profundo, en una palabra, vivirla en su integridad verdadera y sangrante, en su entraña viva y fecunda.


   Wilson se nos aparece como el paladín, como la personificación de la justicia. Su intuición la lleva hacia el corazón del pueblo, donde adivina el manadero inextinguible de la historia. Vive su realidad actual, se nutre de su savia, formula sus anhelos anónimos, sus oscuras y vagas angustias. Con certera mirada discierne su verdad, se yergue como un esforzado campeón, desafía todo género de tempestades, y expresa, en acciones y palabras, las inquietudes de su siglo, la justicia de una época. Sus catorce principios son el evangelio de una civilización; la síntesis admirable y el remate luminoso del largo proceso de un ciclo ético y jurídico.

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