ESTAMOS en
presencia de un espíritu genial. Donoso Cortés, filósofo y artista, apóstol
simultáneo de la verdad y de la belleza, no es el genio paciente de Balmes,
suma de toda ecuanimidad, que desciende benévolo hasta el lector, le da la mano
y le va desbrozando el camino con la hoz de su lógica precisa, para llevarle
seguro a la meta de persuasión. Donoso expone comprensivo y lúcido, y de un
vuelo de águila llega a la cumbre fulgurante. Que le siga quien pueda.
De allí, en visión universal y
sintética, señorea el conjunto de la vida, los problemas eternos y temporales,
hondamente ligados, porque “en el fondo de toda gran cuestión política hay
siempre una gran cuestión teológica”, y arroja haces de luz, como regueros de
simientes, sobre todos los abismos. “Las palabras son a manera de semillas. Yo
se las doy a los vientos, y dejo al cuidado de Dios que las mande caer, según
sea su voluntad, sobre rocas estériles o sobre tierras fecundas”.
Todo es grande en el marqués de
Valdegamas: la vastedad del plan, la hondura de la visión, la valentía del
pensamiento, la rotundidad de la conclusión, alentando anchamente en la
maravilla de su estilo, la indeclinable majestad y soberana armonía, que hace
exclamar a Menéndez y Pelayo: “donde él está, sólo los reyes entran”. Y la
grandeza del pensamiento y de la pluma, arrebatada a instantes por la
inspiración, penetra los misterios más obscuros, vuela por las regiones
pavorosas donde se paraliza el respirar, y rompe triunfalmente las fronteras de
lo sublime.
Escuchémosle hablando de la gracia:
“¿Quién señalará los linderos de ese
imperio espiritual, entre la voluntad divina y el libre albedrío del hombre?
¿Quién dirá cómo concurren sin confundirse y sin menoscabarse? Sólo sé una
cosa, Señor: que pobre y humilde como soy, y grande y potente como eres, me
respetas tanto como me amas, y me amas tanto como me respetas. Sé que no me
abandonarás a mí mismo, porque por mí mismo nada puedo, sino olvidarte y
perderme; y sé que al tenderme la mano que me salva, me la tenderás tan blanda,
tan cariñosa y tan suave, que no la sentiré venir. Tú eres como silbo de viento
delgado en lo suave, como aquilón en lo fuerte. Soy llevado por Ti libremente,
como mecido por viento delgado. Me llevas como si me empujaras; pero no me
empujas, sino que me solicitas. Yo soy el que me muevo, y, sin embargo, Tú te
mueves en mí. Tú vienes a mi puerta y vuelves a llamar: sé que puedo no
responderte y perderme; sé que puedo responderte y salvarme; pero sé que no
podría responderte si Tú no me llamaras, y que cuando respondo, respondo lo que
me dices, siendo tuya la pregunta, y tuya y mía la respuesta.
“Sé que eres como la madre, y yo
como el niño pequeñuelo en quien la madre infunde el deseo de andar, y luego le
da la mano para que ande, y después le da un beso en la frente porque deseó
andar y anduvo con la ayuda de su mano”.
Vino al mundo el 6 de mayo de 1809,
en el Valle de la Serena, pueblo de Extremadura donde se refugiaron sus padres
empujados por la invasión napoleónica. Muere el 3 de mayo de 1853.
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