El milagro rítmico y el valor
expresivo de su arte.- La estética del movimiento, de la línea y de la nota.-
La línea melodiosa y el sonido pictórico.- La sugerencia estética y psicológica
de la danza.- Su valor representativo en el caso de la Mercé.
El arte de la
danza puede definirse como la sugerencia musical de la línea y del movimiento.
O, dicho en otras palabras, la danza es la traducción pictórica de la música;
la reproducción gráfica, corpórea, carnal y dinámica del sonido. La nota se
resuelve en la línea, y la línea se define en movimiento. La vibración auditiva
se trueca en vibración visual. Se realiza un fenómeno de traslación entre un
sentido y otro. Hay correspondencia absoluta, conjunción correlativa inmediata
y perfecta, entre ambas modalidades de percepción, es decir, entre lo que se
oye y lo que ve. De allí que se puede hablar, con rigurosa propiedad, de línea
“melodiosa” y de sondo “pletórico”.
La música es el sonido sin imagen. La
escultura es la imagen sin sonido: la línea en perfecto reposo, en potencia
estática. La pintura es la insinuación del movimiento sin sonido.
La danza realiza el sonido en imagen, y la
imagen en movimiento. Por eso es el arte más completo, porque participa de la esencia estética de
las tres artes anteriores. Es un arte de síntesis porque en él se manifiestan
íntegramente los elementos primarios de la expresión estética; allí se
sustancializan, se auxilian, se complementan, se acoplan y engloban
armónicamente.
Toda nota o conjunto de notas es, pues,
susceptible de ser traducidas en línea y en movimiento.
Sin esta concordancia absoluta, sería
imposible, no existiría el arte de la danza.
De allí que una bailarina será tanto más
genial cuando mayor sea su aptitud para expresar esta concordancia o correlación,
que existe, de modo inmanente entre el sonido, la línea y el movimiento.
He querido hilvanar estas reflexiones sobre
estética, antes de hablar del arte de Antonia Mercé, a riesgo de fatigar al
lector, cediendo a una premiosa urgencia de generalización porque el arte de
esta mujer admirable –como todo gran arte-
estimula hacia las consideraciones generales y primarias de la estética,
hacia la sintetización de los valores expresivos.
El público que asistió al teatro Ideal del
sábado y del domingo presenció la maravillosa transustanciación de la expresión
musical en expresión pictórica. Las notas
acudían al llamamiento de la artista con su íntegra resonancia y con su
íntegro valor de sugerencias. Las tomaba en sus manos y las plasmaba en
vibración; las recogía en sus ojos y las resolvía en luz; las transfundía en su
cuerpo y las devolvía en línea, en contorno y en
movimiento; las acogía en su seno y las transformaba en ondulación y en
esguince; las recibía en sus labios y las hacía aflorar en sonrisa.
El valor musical de cada sonido tenía su
representación gráfica en el cuerpo de la bailarina. El plano auditivo
transmutándose en plano visual, en íntimo, estrecho y armónico acoplamiento. La
demolía haciéndose estatua, la estatua haciéndose imagen.
En realidad, la mujer era toda la orquesta
corpórea. Era la perfecta traducciٕón plástica de la música.
Tomaba las notas, las mimaba, los ajonjeaba
con delectación, les daba todo su amor y ternura de mujer, las acariciaba como
hijas de su carne, las estrechaba contra su pecho, las llevaba a sus labios,
las cobijaba en el regazo de sus pupilas verdes, las amparaba en sus manos, les
abría el refugio de su corazón, las abrazaba, las ceñía, las besaba…
Era la apoteosis de la línea y del sonido
emparejándose en férvida fraternidad. La mujer existía para la música y la
música para la mujer.
Ondulaba el torso armonioso; rimaban los
brazos sutiles, expresivos y flexibles como alas; se desprendía del suelo los
pies ágiles, prestos, ligeros y melodiosos; se alzaban y turgían los senos
eurítmicos.
Por primera vez hemos presenciado una
caracterización estética, una estilización de la danza española. En este
sentido, el arte de la Mercé es de un enorme valor representativo. Los motivos
psicológicos de la raza tienen allí su expresión más pura, primaria y
fundamental. Alcanzan un excepcional poder de síntesis y de simplificación.
En el arte de la Mercé no hay nada mecánico,
académico o de puro valor decorativo. Es la intuición de una individualidad poderosa que salvas la
tiranía de la técnica. La adivinación de un temperamento en perpetua urgencia
creadora. La libertad fervorosa de un espíritu que persigue su manifestación
expresiva con vivaz espontaneidad.
Muchas de sus danzas, en las que llega a un
máximo de poder expresivo, son la revelación más transparente y real de lo que
tiene de genuino y privativo el espíritu español. Muchos densos y graves
infolios cargados de erudición, de notas y de pedantería, no nos darían una
mejor comprensión psicológica.
La presentación de la Mercé en Trujillo ha
sido un éxito pleno y rotundo. Raras veces hemos escuchado ovaciones más
espontáneas comprensivas y fervorosas.
- Antenor ORREGO
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