martes, 1 de octubre de 2013

LOS BAILES DE ANTONIA MERCÉ / Antenor ORREGO

El milagro rítmico y el valor expresivo de su arte.- La estética del movimiento, de la línea y de la nota.- La línea melodiosa y el sonido pictórico.- La sugerencia estética y psicológica de la danza.- Su valor representativo en el caso de la Mercé.

El arte de la danza puede definirse como la sugerencia musical de la línea y del movimiento. O, dicho en otras palabras, la danza es la traducción pictórica de la música; la reproducción gráfica, corpórea, carnal y dinámica del sonido. La nota se resuelve en la línea, y la línea se define en movimiento. La vibración auditiva se trueca en vibración visual. Se realiza un fenómeno de traslación entre un sentido y otro. Hay correspondencia absoluta, conjunción correlativa inmediata y perfecta, entre ambas modalidades de percepción, es decir, entre lo que se oye y lo que ve. De allí que se puede hablar, con rigurosa propiedad, de línea “melodiosa” y de sondo “pletórico”.

   La música es el sonido sin imagen. La escultura es la imagen sin sonido: la línea en perfecto reposo, en potencia estática. La pintura es la insinuación del movimiento sin sonido.

   La danza realiza el sonido en imagen, y la imagen en movimiento. Por eso es el arte más completo,  porque participa de la esencia estética de las tres artes anteriores. Es un arte de síntesis porque en él se manifiestan íntegramente los elementos primarios de la expresión estética; allí se sustancializan, se auxilian, se complementan, se acoplan y engloban armónicamente.

   Toda nota o conjunto de notas es, pues, susceptible de ser traducidas en línea y en movimiento.

   Sin esta concordancia absoluta, sería imposible, no existiría el arte de la danza.

   De allí que una bailarina será tanto más genial cuando mayor sea su aptitud para expresar esta concordancia o correlación, que existe, de modo inmanente entre el sonido, la línea y el movimiento.

   He querido hilvanar estas reflexiones sobre estética, antes de hablar del arte de Antonia Mercé, a riesgo de fatigar al lector, cediendo a una premiosa urgencia de generalización porque el arte de esta mujer admirable –como todo gran arte-  estimula hacia las consideraciones generales y primarias de la estética, hacia la sintetización de los valores expresivos.

   El público que asistió al teatro Ideal del sábado y del domingo presenció la maravillosa transustanciación de la expresión musical en expresión pictórica. Las notas  acudían al llamamiento de la artista con su íntegra resonancia y con su íntegro valor de sugerencias. Las tomaba en sus manos y las plasmaba en vibración; las recogía en sus ojos y las resolvía en luz; las transfundía en su cuerpo y  las devolvía en línea, en contorno y en movimiento; las acogía en su seno y las transformaba en ondulación y en esguince; las recibía en sus labios y las hacía aflorar en sonrisa.

   El valor musical de cada sonido tenía su representación gráfica en el cuerpo de la bailarina. El plano auditivo transmutándose en plano visual, en íntimo, estrecho y armónico acoplamiento. La demolía haciéndose estatua, la estatua haciéndose imagen.

   En realidad, la mujer era toda la orquesta corpórea. Era la perfecta traducciٕón plástica de la música.

   Tomaba las notas, las mimaba, los ajonjeaba con delectación, les daba todo su amor y ternura de mujer, las acariciaba como hijas de su carne, las estrechaba contra su pecho, las llevaba a sus labios, las cobijaba en el regazo de sus pupilas verdes, las amparaba en sus manos, les abría el refugio de su corazón, las abrazaba, las ceñía, las besaba…

   Era la apoteosis de la línea y del sonido emparejándose en férvida fraternidad. La mujer existía para la música y la música para la mujer.
   Ondulaba el torso armonioso; rimaban los brazos sutiles, expresivos y flexibles como alas; se desprendía del suelo los pies ágiles, prestos, ligeros y melodiosos; se alzaban y turgían los senos eurítmicos.

   Por primera vez hemos presenciado una caracterización estética, una estilización de la danza española. En este sentido, el arte de la Mercé es de un enorme valor representativo. Los motivos psicológicos de la raza tienen allí su expresión más pura, primaria y fundamental. Alcanzan un excepcional poder de síntesis y de simplificación.

   En el arte de la Mercé no hay nada mecánico, académico o de puro valor decorativo. Es la intuición  de una individualidad poderosa que salvas la tiranía de la técnica. La adivinación de un temperamento en perpetua urgencia creadora. La libertad fervorosa de un espíritu que persigue su manifestación expresiva con vivaz espontaneidad.

   Muchas de sus danzas, en las que llega a un máximo de poder expresivo, son la revelación más transparente y real de lo que tiene de genuino y privativo el espíritu español. Muchos densos y graves infolios cargados de erudición, de notas y de pedantería, no nos darían una mejor comprensión psicológica.

   La presentación de la Mercé en Trujillo ha sido un éxito pleno y rotundo. Raras veces hemos escuchado ovaciones más espontáneas comprensivas y fervorosas.

- Antenor ORREGO

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