La
proporcionalidad entre los anhelos y los medios de realización engendra la
eficacia de la obra. Es entonces cuando el ideal hecho esperanza se torna en
realidad. El pensamiento se resuelve en hecho; la voluntad moldea en acción y
el suceso. El pasado y el porvenir se abrazan, se estrechan, se constriñen, se
funden, al conjuro de no sé qué misteriosa coincidencia, de no se qué
predestinada conjunción. El primero para ser depurado de su sustancia efímera e
incorporarse definitivamente en el alma universal; el segundo para recibir su
fecundación y abrir nuevas posibilidades de perfeccionamiento y selección al
espíritu humano. Los acontecimientos se precipitan con fulmínea violencia
cargados de significación y de patética grandeza, cual convocados por los dioses
para rematar y definir una etapa. Son las horas intensas, excesivas y trágicas
de una civilización. En ellas se percibe con más entera precisión el majestuoso
y pavoroso vocerío de los siglos, el vivaz y ululante rumor de las
civilizaciones selladas y consagradas ya para siempre.
La humanidad
está preparada para recibir el advenimiento de una nueva era. Lentamente,
ascendiendo su calvario de lágrimas y de duelos, ha vivido cada una de las
verdades que en prestancia espiritual, vuelve a plantearse en nueva y trágica
ecuación, para arrancar una más depurada expresión de su esencia perdurable. La
incógnita que yace esparcida y disgregadas en todo el mundo, y que constituye
la justicia de una época, se integra y se formula en el corazón, en la
voluntad, en la acción y el pensamiento de un predestinado. El fátum de la
máxima eficacia espiritual ha presidido el nacimiento de este hombre, que es
reflejo del alma universal y, por consiguiente, la mayor autoridad moral y
justiciera del humano linaje en un periodo determinado. Su potestad ética hace
posible la colaboración y el concurso de todas las razas. De allí la plena
eficacia de su obra. Su acción, tanto como su palabra y su pensamiento, expresa
la justicia de su tiempo, la revela en su proporcionalidad actual, en su nuevo
planteamiento de valores espirituales. La justicia de hoy no es la justicia de
ayer. Es una verdad fluida y relativa que solo se cristaliza con la vida. Es a
su vez una ecuación cuyos términos varían. El
concepto abstracto solo existe como ente de razón y, por consiguiente, no
influye en la creación de la historia. Cada época dicta sus términos propios,
que reclaman una nueva solución; y así la justicia de ayer, acatando la
libertad contemporánea, puede convertirse en la injusticia de hoy y en la
tiranía de mañana. No hay, no puede haber, un dogma de la justicia que sea
realmente vital.
El problema de la
justicia es pues siempre el problema central de una época, el eje de la
historia. Se puede medir la intensidad y fineza espiritual de una civilización
por las soluciones que de ella formula.
El presidente Wilson,
colocado en lo más alto solio de una poderosa democracia, director supremo de
un conjunto de fuerzas materiales y espirituales que podía balancear cualquier potencia del mundo, exaltado en
momentos en que chocaban y se equilibraban dos concepciones radicalmente
diferentes de la historia, y en circunstancias en que los intereses económicos
de su patria coincidían con los intereses morales de la humanidad, dueño además
de una extraordinaria sensibilidad ideológica y de un profundo sentido
histórico, reunió la justa proporción de anhelos y de medios de realización
para asumir la máxima eficacia de un ideal. Tal vez sea el único caso en la
historia, caso estupendo y maravilloso en que las misteriosas manos del
destino, o las ciegas fuerzas del azar, pusieron al arbitrio de un solo hombre
la mayor suma de poder material, espiritual y moral de una época. La razón
humana es impotente para seguir y explicar, paso a paso, el grandioso proceso,
la ruta arcana e innumerable en que los designios de la historia se patentizan
con inequívoca clarividencia. Fuerza es pensar en una predestinación, en una
potencia inmanente, en una providencia histórica que rebasa la pujanza y las
capacidades de nuestro pensamiento. Nos encontramos cara a cara al gran
misterio del mundo y de la vida, del cual la criatura humana no parece ser sino
un juguete mezquino.
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