viernes, 25 de octubre de 2013

EL DON DE EFICACIA / WILSON / Antenor ORREGO

La proporcionalidad entre los anhelos y los medios de realización engendra la eficacia de la obra. Es entonces cuando el ideal hecho esperanza se torna en realidad. El pensamiento se resuelve en hecho; la voluntad moldea en acción y el suceso. El pasado y el porvenir se abrazan, se estrechan, se constriñen, se funden, al conjuro de no sé qué misteriosa coincidencia, de no se qué predestinada conjunción. El primero para ser depurado de su sustancia efímera e incorporarse definitivamente en el alma universal; el segundo para recibir su fecundación y abrir nuevas posibilidades de perfeccionamiento y selección al espíritu humano. Los acontecimientos se precipitan con fulmínea violencia cargados de significación y de patética grandeza, cual convocados por los dioses para rematar y definir una etapa. Son las horas intensas, excesivas y trágicas de una civilización. En ellas se percibe con más entera precisión el majestuoso y pavoroso vocerío de los siglos, el vivaz y ululante rumor de las civilizaciones selladas y consagradas ya para siempre.

   La humanidad está preparada para recibir el advenimiento de una nueva era. Lentamente, ascendiendo su calvario de lágrimas y de duelos, ha vivido cada una de las verdades que en prestancia espiritual, vuelve a plantearse en nueva y trágica ecuación, para arrancar una más depurada expresión de su esencia perdurable. La incógnita que yace esparcida y disgregadas en todo el mundo, y que constituye la justicia de una época, se integra y se formula en el corazón, en la voluntad, en la acción y el pensamiento de un predestinado. El fátum de la máxima eficacia espiritual ha presidido el nacimiento de este hombre, que es reflejo del alma universal y, por consiguiente, la mayor autoridad moral y justiciera del humano linaje en un periodo determinado. Su potestad ética hace posible la colaboración y el concurso de todas las razas. De allí la plena eficacia de su obra. Su acción, tanto como su palabra y su pensamiento, expresa la justicia de su tiempo, la revela en su proporcionalidad actual, en su nuevo planteamiento de valores espirituales. La justicia de hoy no es la justicia de ayer. Es una verdad fluida y relativa que solo se cristaliza con la vida. Es a su vez una ecuación cuyos términos varían. El concepto abstracto solo existe como ente de razón y, por consiguiente, no influye en la creación de la historia. Cada época dicta sus términos propios, que reclaman una nueva solución; y así la justicia de ayer, acatando la libertad contemporánea, puede convertirse en la injusticia de hoy y en la tiranía de mañana. No hay, no puede haber, un dogma de la justicia que sea realmente vital.

   El problema de la justicia es pues siempre el problema central de una época, el eje de la historia. Se puede medir la intensidad y fineza espiritual de una civilización por las soluciones que de ella formula.


   El presidente Wilson, colocado en lo más alto solio de una poderosa democracia, director supremo de un conjunto de fuerzas materiales y espirituales que podía balancear  cualquier potencia del mundo, exaltado en momentos en que chocaban y se equilibraban dos concepciones radicalmente diferentes de la historia, y en circunstancias en que los intereses económicos de su patria coincidían con los intereses morales de la humanidad, dueño además de una extraordinaria sensibilidad ideológica y de un profundo sentido histórico, reunió la justa proporción de anhelos y de medios de realización para asumir la máxima eficacia de un ideal. Tal vez sea el único caso en la historia, caso estupendo y maravilloso en que las misteriosas manos del destino, o las ciegas fuerzas del azar, pusieron al arbitrio de un solo hombre la mayor suma de poder material, espiritual y moral de una época. La razón humana es impotente para seguir y explicar, paso a paso, el grandioso proceso, la ruta arcana e innumerable en que los designios de la historia se patentizan con inequívoca clarividencia. Fuerza es pensar en una predestinación, en una potencia inmanente, en una providencia histórica que rebasa la pujanza y las capacidades de nuestro pensamiento. Nos encontramos cara a cara al gran misterio del mundo y de la vida, del cual la criatura humana no parece ser sino un juguete mezquino. 

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