La sinfonía
más desolada de un músico que busca la expresión de su intimidad.
El 28 de
octubre de 1893 Tchaikovsky dirige el estreno de su sexta sinfonía, que es
recibida fríamente por el público. Nueve días después muere el compositor, como
consecuencia del cólera. Esta sinfonía se convierte así en el testamento del
compositor. Se ha escrito mucho sobre la presencia de la muerte en esta obra y
el supuesto suicidio de Tchaikovsky. Queremos dejarnos de rumores, de
ficciones, de mistificaciones y escuchar –como si fuera la primera vez- esta
sinfonía. Y si alguien debe decir algo será el propio compositor a través de
sus cartas. Lo demás no es sino la transformación de una obra de arte y una
muerte en un argumento de folletín romántico.
SINFONÍAS Y
BALLETS: REALIDAD Y SUEÑO
“El hado,
nefasta potencia, se opone a la conquista de nuestra felicidad y malignamente se
las arregla para que el bienestar y la paz no sean nunca completas, nunca libres
de nubarrones. Es aquella potencia que cuelga, como la espada de Damocles,
sobre nuestras cabezas y amarga sin tregua nuestro ánimo”. Estas palabras las
escribe Tchaikovsky a su mecenas, Nadezhda von Meck, ante la petición que ella
le hace para conocer el sentido de la cuarta sinfonía. Es una extensa carta en
la que el compositor intenta explicar –quizás también explicarse- qué quiere
decir esa música. Ante este hado no existen salidas, reconoce el compositor:
“No hay más remedio que someterse”.
Aunque, quizás, existe un camino para la
evasión: ¿No sería mejor abandonar la
realidad y profundizar en los sueños? Esa diferencia entre la realidad y los
sueños, esa dualidad la encontramos en la música de sus últimos años, que
culminarán con la escritura de la sexta sinfonía. A veces nos puede causar
cierta extrañeza que Tchaikovsky componga con pocos meses de diferencia obras
como El cascanueces, de 1892, y la última sinfonía, de 1893.
Se ha dicho
con frecuencia que el arte nos ayuda a huir de la realidad, mediante la creación
de un mundo bello en el que todo es posible, el mundo en los sueños. Hay
artistas que dedican sus esfuerzos a construir ese mundo, lejos del dolor y el
sufrimiento. Para otros esa idea es una deserción, una claudicación ante la
llamada de la realidad. Para creadores como Tchaikovsky el arte es un camino
que va y viene del dolor a los sueños. Unas veces sufre y transforma este
sufrir en música. Otras veces, desde el dolor, sus pentagramas huyen y hace
suyo el verso de Eliot: “Los hombres no pueden soportar demasiada realidad”. Es
posible que sin esa tensión de la huida no nos causara tanta fascinación la
música de El cascanueces: porque, a pesar de su aparente brillantez, es la
búsqueda de la imposible felicidad por parte de un hombre que sufre. Lo
consideramos fundamental para entender la última sinfonía, es la otra cara de
esa obra trágica.
AÑOS DE
FAMA
Es difícil
escribir una biografía de un artista, pues lo importante sucede en el alma, que
se refleja en la música. Y muchas veces lo que no sabemos, los sucesos que nunca
vieron la luz, los diálogos perdidos, el
llanto o la risa serían la clave de las obras. Son la clave. Anotemos
unos cuantos datos, para saber cómo era la vida de nuestro protagonista. La vida
externa porque, como decíamos, lo que sucedía en su difícil interior está en
las partituras. Para saber cómo vivía. Un hecho importante, trascendente. En
octubre de 1890 su protectora (y amiga epistolar) Nadezhda von Meck rompe con
él y le retira la importante asignación económica que le había permitido vivir
sin complicaciones. Aunque en ese momento el dinero no es para él el mayor
problema, pues sus ingresos le permiten llevar una vida desahogada. Le afecta
la ruptura de una amistad de muchos años. Pero son, sobre todo, años de gira en
las que, como director, presenta sus obras. París, Londres, Nueva York… De
todas partes le reclaman, pero ansía la tranquilidad necesaria para componer. Y
mientras el mundo le aclama, su interior continua atormentándole.
EL ARTISTA
COMO CREADOR: DOLOR Y FELICIDAD
Las cartas
del compositor nos permiten asistir al proceso de creación de la sexta
sinfonía. Quizás el significado de la música esté más allá de las palabras,
pero sabremos algo más de la extraña relación entre un hombre que sufre y la
capacidad de transformar ese dolor en arte.
Debemos
retroceder unos años. Tchaikovsky se encuentra cansado: se ve mayor aunque tiene
tan solo cincuenta y un años. Dice de sí mismo: “El anciano está en declive. El
cabello se está volviendo blanco como la nieve, sus dientes se caen y no
quieren masticar la comida, sus ojos están cansados, sus piernas se arrastran
más que caminan”.
En 1892
comienza una sinfonía, que pronto abandona, ya que la considera “un molde vacío
de sonidos sin inspiración“. Se encuentra en una crisis de confianza en sus
posibilidades como artista y lo sabe: “Necesito
creer en mí mismo de nuevo, porque mi confianza está hundida. Es como si mi misión hubiera concluido”.
Pero sin
que sepamos cómo –quizá ni el mismo compositor lo sabe- la música vuelve a él. Se lo cuenta a su sobrino,
confidente en sus últimos años. Como decíamos, son estos años de viajes.
Imaginemos uno de esos largos trayectos en tren: “Durante mi viaje tuve una
idea para otra sinfonía, esta vez con programa, pero con un programa que sera
un enigma para todos. Quien pueda, que lo resuelva… Será llamada Sinfonía de
programa. Este programa está basado en mis sentimientos personales y en el
viaje, componiéndola dentro de mí, lloré copiosamente”. Era frecuente que
escribiera con rapidez, pero esta vez hasta él mismo se sorprende: “Cuando
llegué a casa comencé a esbozar la sinfonía y el trabajo se desarrollaba tan
furiosamente que en menos de cuatro días tenía acabado completamente el primer
movimiento. Ahora la mitad del tercero ya está escrita y los restantes movimientos
están claramente delineados en mi cabeza”. En los seis meses siguientes
orquesta y completa la obra.
Regresemos
a este viaje en tren, a ese momento en que una nueva música –de la que hoy
disfrutamos- nace: “No puedes imaginar qué alegría es estar convencido de que mi
tiempo no ha terminado, y que todavía soy capaz de trabajar”. Nos enfrentamos
aquí a uno de los misterios del arte. Una sinfonía que lleva en sí todo el
dolor, el sufrimiento, la muerte, la desolación, un tiempo final que nos conduce
hacia la absoluta desaparición, la nada, el acabamiento… Y sin embargo,
consigue que el compositor recupere la fe en la vida. Quizás en la capacidad de
comunicación que tiene la música de Tchaikovsky esté la clave de esta aparente
contradicción. Tiene la necesidad de expresar aquello que no puede ser dicho a
través de las palabras. Los cuentos infantiles expresan los miedos del
subconsciente. Al ser transformados en literatura, mediante el relato, permiten
al niño enfrentarse a ellos y vencerlos. Quizás no puedan expresar esos
temores, pero los reconocen en esos cuentos que escuchan y repiten. Logran así
objetivar esos miedos, que desaparecen.
Tchaikovsky
convierte en música su intimidad, que no puede expresar de otro modo. Pero su
objetivo no es sólo la expresión, sino la comunicación. De ahí su permanente
éxito debido a la expresión verdadera de unos sentimientos y su transmisión a
los demás, gracias a la música.
LA SINFONÍA
POR DENTRO
Leíamos
arriba que, según el compositor, la sinfonía tiene un “programa oculto”.
Algunos lo han buscado. Creemos que no es necesario, porque para el propio
autor el lenguaje común no podía expresar los sentimientos. Afirma: “Siento
tormentos que no pueden expresarse por palabras, aunque hay un lugar en la
sexta sinfonía donde me parece que están adecuadamente expresados”.
Quizás nos
pueda ayudar otro testimonio del autor, aunque no está claro si se refería a
esta sinfonía o un proyecto anterior: “La esencia última del plan de la
sinfonía es la vida. Primera parte: todo impulso, confianza y sed de actividad.
Final: muerte, resultado del agotamiento. Segunda parte: amor. Tercera:
desilusión. Cuarta: acaba desvaneciéndose”. Pero cualquiera que escuche la obra
descubre los sentimientos que subyacen. Son los temas de su vida: El amor (la
imposibilidad del amor?), el destino, la muerte, las desilusiones y la
desesperanza final.
El primer
movimiento nos sorprende desde su sucesión de tiempos. Anotemos tan sólo
algunos: Adagio – Allegro non troppo – Andante – Moderato mosso – Andante –
Moderato assai – Allegro vivo. Es una sucesión de estados de ánimo, dominados
por la desesperanza. El Segundo movimiento es un vals: La felicidad? la
juventud? recuerdos? Pero es un extraño vals, ya que está en un compás
inusual. El compás habitual del vals es un ¾, es decir, como si contáramos:
Uno, dos, tres, con un acento en la primera parte. Pero este movimiento está
escrito en un compás que tiene cinco partes, algo extraño a finales del siglo
XIX. El tercer movimiento ha sido definido como una lucha contra el destino, en
la que éste, triunfante, aniquila los deseos y esperanzas del compositor, en un
final terrorífico. Este estallido de violencia nos conduce al ultimo
movimiento. Escuchemos, otra vez, al autor: “Formalmente, habrá elementos
novedosos en esta sinfonía. Entre otras cosas el final no será un Ruidoso
allegro, sino lo contrario, un adagio de movimiento muy pausado”.
Quizás por eso en su estreno el público
acogió fríamente la obra. Esperaban los platillos, el metal, las sonoridades en
fortissimo de últimos movimientos. Y encontraron un movimiento que lleva la
pasión al límite para terminar en la nada. Las palabras no pueden llegar a lo
que esa música quiere expresar.
-Ignacio
SANJUÁN
Lo novedoso en Tchaikovsky...
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