domingo, 20 de enero de 2013

EL PREMIO DE ROMA, ¿PREMIO O PENITENCIA? / Audioclásica


Los ganadores del Premio de Roma tenían poco tiempo para divertirse, encerrados como estaban en celdas para componer. Este artículo revela por qué Berlioz hacía novillos y por qué ataron a una silla a Boulanger.
Henry James dijo que no hay nada peor para un artista que trabajar en Italia : cada vez que levantas los ojos te distraes. Y eso era precisamente lo que les pasaba a los artistas en el Prix de Rome, el Premio de Roma : una competición anual en la que los ganadores tenían comida y alojamiento gratuitos mientras que disfrutaban de todo lo que Italia ponía a su alcance. Por supuesto, tenían que remitir envois, muestras de su trabajo para demostrar cuán concienzudamente estaban aprendiendo las reglas del arte. Durante muchos años los aspirantes tenían que ser varones y solteros, ya que se les alojaba en un monasterio cerca del centro de la ciudad : debían mostrar devoción monacal hacia su arte y evitar toda distracción.
No se admiten mujeres
Más adelante, los pensionnaires –como todavía se les llama-  fueron trasladados a la austera magnificencia de Villa Medici, un gran palacio con vistas sobre Roma. En el siglo XIX se permitió a los músicos mezclarse con los artistas visuales, pero las mujeres no fueron admitidas hasta el XX.
Los compositores tenían que pasar primero por un examen muy exigente para probar sus conocimientos técnicos: aislados unos de otros en habitaciones separadas, se les exigía la composición de una fuga elaborada o un motete con un contrapunto perfecto. En segundo lugar, los seleccionados eran aislados de nuevo; se reunían en las comidas, pero se les volvía a encerrar en sus celdas hasta que terminaba la competición. En esta ocasión tenían que escribir una cantata con letra determinada, generalmente aburrida en extremo, pero la recompensa era “una pensión de cinco años, los dos primeros (más tarde tres) de los cuales se pasarían en Roma”. El sueño de todo artista: cinco años libre de agobios económicos, cinco años en completa libertad para crear.
Berlioz, fue el primer gran compositor que ganó el Premio de Roma, lo consiguió a la quinta tentativa, y aún así tras crear una cantata –como él mismo admite- tan académica correcta que ni el juez más estricto podría ponerle un pero. En esa época –perdidamente enamorado- Roma era el último sitio al que quería ir, y a pesar de todos los riesgos (los pensionnaires estaban exentos del servicio militar sólo si permanecían en la Villa) hizo novillos repetidas veces y nunca completó el período de estancia exigido en la ciudad de sus sueños.
Locamente enamorado
Roma resultó aún de mayor distracción para Gounod : tímido como un conejo y bajo el dominio absoluto de su madre, se le vio subiéndose a las acacias a medianoche y tirar flores a Fanny Mendelssohn. Prestaba diligente atención a cuanto Roma le podía enseñar de música, pero la influencia  más provechosa parecía llegarle de sus distracciones: fue la encantadora hermana de Mendelssohn quien le introdujo el tema de su ópera Fausto.
Bizet, enojado por el frío recibimiento que tuvo su primer envío, en vez de la obra religiosa que se pidió al año siguiente mandó una ópera cómica, encontrando así su vocación; La pobre Lili Boulanger estaba tan enferma que nunca debió haber ido a Roma, pero allí encontró la fuerza necesaria para componer lo mejor de su música. Sólo podía trabajar  una hora al día y estaba tan débil que había que atarla a una silla, y hubiera vivido más tiempo si se hubiese quedado en su casa.
Debussy que abominaba de Roma y de “esa horrible Villa”, aprendió mucho más de lo que nunca estuvo dispuesto a admitir. Berlioz, cuando no se iba a París a comprobar que Camille Moke no se había fugado con otro (finalmente lo hizo), pasaba largas horas junto a Tíber leyendo a Virgilio o se iba de excursión a los Abruzzos jugando con la idea de convertirse en bandolero.
¿Quién ganaba más con el Premio de Roma? ¿Los que, atentos a su deber, se dedicaban con ahínco a estudiar a Palestrina y Frescobaldi o quienes sucumbían a los placeres de Italia? ¿Quiénes perdieron el tiempo en Roma y lo aprovecharon realmente? Cuando Jacques Ibert fue nombrado director de Villa Medici tuvo el acierto de presentar a los alumnos no sólo a Stravinsky y Milhaud cada vez que éstos pasaban por Roma, sino también a todo escritor, artista e incluso – con gran horror por parte de París- estrellas de cine. Como penssionaire, él mismo había roto todas las reglas: estba casado, y había llevado a su mujer con toda frescura; abandonó la Villa durante meses, y sorprendía a las autoridades parisinas con la levedad y modernidad de sus envíos. Acusado de ingratitud hacia la generosa dotación del Prix de Rome, respondió que si gratitud era sinónimo de esclavitud y de seguir a rajatabla las reglas de los mayores, el deber del artista era ser ingrato. Su respuesta a la frase de Henry James podría haber sido : “¿Qué objeto tiene ir a Italia si no te puedes distraer?”

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