Pero prosigamos.
Dones de la Tierra
LA HISTORIA está sujeta a la geología. Cada día el mar roba algo a la tierra, y la tierra al mar. Las montañas se elevan y caen en su ritmo de plegamiento y erosión, los ríos crecen y se desbordan, o se secan, o cambian de cauce. Para el ojo del geólogo toda la superficie terrestre es una faz cambiante y sobre ella camina el hombre con tanta inseguridad como Pedro sobre las olas para ir en pos de Jesucristo.
A menudo el ingenio del hombre vence los obstáculos geológicos: puede regar los desiertos y acondicionar el aire del Sahara, arrasar o escalar las montañas, y tallar terrazas en las laderas de los cerros, construir una ciudad flotante para atravesar el océano, o pájaros gigantescos para navegar por el cielo; pero todavía un huracán puede destruir en una hora la ciudad que costó un siglo edificar. Si llega a faltar la lluvia, la civilización desaparece bajo la arena, como en Asia Central; si llueve furiosamente, la selva ahoga la civilización, como en Centroamérica.
La geografía es la matriz de la Historia, su madre nutricia y su hogar disciplinario. Sus ríos, lagos, oasis y océanos atraen colonos a sus orillas, porque el agua es la vida de los organismos y de los pueblos, y ofrece caminos baratos para el trasporte y el comercio. Egipto fue “el don del Nilo”. Austria creció sobre el Danubio, Alemania sobre el Elba y el Rin, Francia a lo largo del Ródano, el Loira y el Sena.
Los griegos, que habían multiplicado demasiado para el tamaño de su territorio, fundaron colonias en las orillas del Mediterráneo “como ranas en torno de un estanque”, según la expresión de Platón. Durante milenios el mar Mediterráneo fue teatro de las rivalidades de pueblos asentados en sus costas y en sus islas, pero después de 1492 los viajes de Colón y de Vasco de Gama invitaron al europeo a desafiar el océano. Surgieron las naciones atlánticas que finalmente se enseñorearon de medio mundo.
El progreso de la aviación volverá a alterar el mapa de la civilización. Países como Inglaterra y Francia perderán la ventaja que significaba la extensión de sus costas. Otros, como Rusia, China y el Brasil, perjudicados por el exceso de su masa territorial en comparación con sus costas, superarán en parte esta desventaja lanzándose al aire. Las ciudades costeras obtendrán menos riquezas con el engorroso oficio de trasbordar mercancías del buque al tren o del tren al buque. Cuando el poderío marítimo haya cedido finalmente el campo aéreo en el trasporte y en la guerra, habremos presenciado una de las revoluciones básicas de la Historia.
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