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viernes, 25 de enero de 2013
ENIGMA DEL SANTO SUDARIO / Ernest HAUSER
Aunque no se ha comprobado su autenticidad, este raído trozo
de tela es una de las más valiosas reliquias del cristianismo.
EN NOVIEMBRE de 1973, cuando se exhibió por primera vez en la televisión el santo sudario de Turín (Italia), se volvió a desencadenar la controversia en torno a una de las más valiosas reliquias de la cristiandad. Millones de personas creen firmemente que este raído trozo de tela, de 4,36 m de longitud por 1,10 de anchura, es el lienzo con que originalmente fue sepultado el cuerpo de Jesucristo.
Otras la juzgan falsa. El papa Paulo VI la describió a los televidentes como una reliquia “sorprendente y misteriosa”, pero se abstuvo discretamente de calificarla de auténtica.
El lienzo muestra los contornos vagos y herrumbrosos de una forma humana vista por ambos lados, con la cabeza del uno tocando la del otro. Pero lo que aparece a la vista no es todo. Secondo Pia, abogado de Turín aficionado a la fotografía recibió en 1898 autorización para fotografiar el sudario. Al revelar su placa, observó con asombro que tenía ante los ojos una imagen mucho más detallada que la visible en los contornos. El negativo de Pia, que examiné recientemente en Turín, descubre, de cuerpo entero, la forma desnuda de un hombre barbado, bien constituido, con señales de haber sido azotado y crucificado. ¿Acaso se trataba de Jesucristo? De ser así, ¿cómo pudo quedar la imagen estampada en el lienzo?
El sudario se guarda permanentemente en una capilla adosada a la catedral de Turín y rara vez lo muestran al público. Antes del día que apareció en televisión, no lo habían exhibido desde 1933. Es evidente que, si se pudiera verificar la autenticidad de la reliquia, el sudario ejercería un enorme atractivo emocional, y sin duda la humanidad entera se enriquecería por esta prueba del suceso quizá más decisivo para la civilización occidental.
Las noticias que del entierro de Jesucristo nos da el Evangelio son breves. La noche de la muerte del Redentor, leemos en el de san Mateo, un rico de Arimatea, José “pidió el cuerpo de Jesús… envolviólo en una sábana limpia. Y lo colocó en el sepulcro suyo que había hecho abrir en una peña…”
Juan, el discípulo que estaba presente en la crucifixión, agrega que José y Nicodemo, quienes habían traído gran cantidad de áloe mezclado con mirra, extendieron estos bálsamos sobre el lino al envolver el cuerpo de Jesucristo para sepultarlo. Juan declara también que el Salvador resucitado dejó sus “cubiertas de lino” en la tumba, y envuelto aparte “el sudario que había estado sobre su cabeza”.
De allí a Turín el lienzo sigue un tortuoso camino. Quienes afirman la autenticidad de la reliquia declaran que es el mismo sudario venerado por los peregrinos de Jerusalén en el siglo VII, trasladado más tarde a la capilla del palacio imperial en Constantinopla. Cuando los cruzados saquearon esta ciudad en 1204, el sudario desapareció, junto con otros tesoros del lugar.
Alrededor de 1350 el noble francés Geoffroy de Charny donó un sudario a cierta iglesia de la aldea de Lirey, cerca de Troyes, en el nordeste de Francia. Se ignora dónde lo obtuvo Charny, pero los creyentes insisten en que es el lienzo que se daba por perdido. Un siglo después Margarite de Charny, nieta de Geoffroy y esposa del conde Humbert de la Roche, regaló el sudario a la Casa de Saboya. El actual cabeza de esta familia, el ex rey Umberto II, de 71 años de edad, sigue siendo el propietario legítimo de la reliquia, cuyo linaje, por cierto, está tan raído y tan solícitamente remendado por la tradición como el de otras muchas reliquias famosas del mundo.
En los últimos años la Santa Sede ha desautorizado algunas de sus reliquias más ilustres. El sudario de Turín, sin embargo, goza aún de buena fama. El lienzo revela una edad venerable. Es una tela de lino con punto espigado, de un tipo empleado en el Oriente Medio durante los primeros siglos de nuestra era. Su longitud corresponde a la de una sábana propia para envolver un cuerpo al ser sepultado. Es posible que Jesucristo fuera tendido a lo largo de una de las mitades de la sábana, y que la otra parte se le haya cubierto la cabeza. Esto explicaría la posición de las huellas estampadas en el lienzo, en que la cabeza de un lado toca la estampada en el opuesto.
¿Huellas, decimos? No se sabe de ningún otro caso en que un cadáver haya dejado su impresión en el sudario. Los médicos han especulado con la posibilidad de que los vapores de amoniaco exhalados por el cuerpo provocaran una reacción química al mezclarse con el áloe que cubrió la sábana. O bien que la humedad del cadáver empapara el áloe, manchando el lienzo en los puntos en que estuviera en contacto con él. O quizá que, en la conmoción de Jesucristo al resucitar, el cuerpo haya despedido una especie de relámpago eléctrico, causante de la imagen que nos ocupa.
Pero ¿cómo explicar ciertas señales de color púrpura, más oscuras que los débiles contornos del cuerpo? Son como manchas de sangre y aparecen dispuestas en tétricos dibujos. Las rayas que cubren el cuerpo son señales de latigazos, de los que se han contado hasta 125. Las picaduras observadas alrededor de la cabeza evocan la corona de espinas. Parece que un clavo atravesó ambos pies y otro la muñeca izquierda (la derecha aparece oculta por la mano izquierda). A l,.o largo de los antebrazos corre un hilillo oscuro, y las llagas aparentes en los hombros indican que soportaron alguna carga muy pesada. La señal de una cortadura en un costado del cuerpo trae a la memoria el testimonio ocular de Juan : “… uno de los soldados con la lanza le abrió el costado, y al instante salió sangre y agua”.
La autenticidad del sudario estuvo en tela de juicio casi desde su aparición en el escenario europeo. A raíz de las cruzadas se empezaron a venerar en varias ciudades de Europa media docena o más de “santos sudarios”, la mayoría de los cuales mostraban impresiones de un cuerpo. Y todos eran falsos. El obispo de Troyes, Pierre d´Arcis, llegó a la conclusión de que también el sudario de Lirey era espurio y prohibió que se exhibiera. Respaldado por una comisión de sabios teólogos, el prelado declaró que se trataba de una imagen “hábilmente pintada”, que podría “inducir a las almas vacilantes a la idolatría”.
“¡Pero ningún artista pudo haber pintado el sudario de Turín!” es el grito de batalla de sus devotos en todo el mundo.
¿A quién creer?
El Evangelio no nos dice qué aspecto tenía el Salvador. Las primitivas representaciones de Jesucristo no lo muestran joven, bien parecido, sin barba. Hasta el año 300 no encontramos el tipo barbado y de largos cabellos que se impuso después en la pintura europea. El rostro que aparece en el sudario de Turín corresponde muy bien a aquel tipo. Los historiadores del arte convienen en que los pintores del medioevo no sabían suficiente anatomía para pintar el cuerpo que el sudario representa; sin embargo, hacia 1500 esos conocimientos eran ya del dominio de los artistas europeos. Y debemos tener presente que las imágenes expuestas a la veneración popular eran retocadas con nuevos colores cuando se debilitaban los originales. Y cada vez que retocaban una imagen, lo hacían según las normas artísticas de la época.
En la larga historia del sudario no faltaron oportunidades de restauración. En 1532, por ejemplo, estalló un incendio en la capilla del palacio ducal de Chambéry, capital de Saboya, donde entonces se guardaba la sábana santa. Cuando lo sacaron del cofre de plata en que reposaba y que ya había comenzado a fundirse, el lienzo aparecía chamuscado, y manchado por el agua empleada para apagar el fuego.. Las monjas Clarisas remendaron la reliquia con el mejor lino y la reforzaron cosiendo al reverso una pieza de lona fuerte. ¿No se retocaría la imagen del sudario en tal ocasión?
Para acallar los rumores de que el sudario dañado había sido sustituido por uno nuevo, el cardenal de Gorrevod, legado papal en Saboya, confirmó formalmente la identidad de la reliquia cuando la volvieron a poner en el altar una vez reparada. A decir verdad, los parches, quemaduras y manchas de agua eran claramente visibles cuando se exhibió la reliquia por la televisión. Si las imágenes mismas habían o no habían sido retocadas, sigue siendo una cuestión debatible.
Sin embargo, fue el pueblo quien finalmente optó por la autenticidad del sudario. De muchas partes de Europa acudían peregrinos a Chambéry para venerar la reliquia. Y Roma siguió el camino marcado por las masas. Entre los patrocinadores de la sábana santa se contó el gran papa del Renacimiento, Julio II, protector de Rafael y Miguel Ángel. En 1578 el cardenal Carlo Borromeo, arzobispo de Milán, proyectó una peregrinación que cruzaría los Alpes a pie para postrarse ante la reliquia. Deseosos de facilitarle el viaje, los duques propietarios del sudario lo trasladaron a Turín, su nueva capital, asentada al sur de los Alpes.
En años recientes algunos prominentes católicos han insistido en que un cuerpo de especialistas examine el santo sudario. En 1970, por ejemplo, el sacerdote Peter Rinaldi, vicepresidente de la Congregación del Santo Sudario, lamentaba “la renuencia, realmente difícil de explicar, que muestran las autoridades de la Iglesia para estudiar o hablar siquiera del asunto”.
Tal vez, en parte, para responder a tanta impaciencia, se decidió sacar el sudario y mostrarlo en la televisión. Al mismo tiempo, una comisión de peritos italianos designada por el arzobispo de Turín en 1969 para que examinara el estado en que se halla la reliquia, recibió el encargo, más importante, de comprobar su autenticidad. Aunque la comisión está integrada en su mayor parte por católicos, incluye también un valdense y un agnóstico.
Uno de los principales comisionados, Giovanni Judica Cordiglia, profesor emérito de medicina forense, es el portavoz extraoficial del grupo. Cuando le pregunté si consideraba auténtica la reliquia, me contestó : “Como creyente, estoy por la afirmativa. Mas como médico debo manifestar mis reservas”. Los peritos, añadió, obtuvieron ya todas las muestras necesarias para hacer sus pruebas. Pero fue eliminada categóricamente la del carbono 14, con la cual se podría determinar la edad de la tela, pues, “para hacerla tendríamos que destruir un trozo grande del lienzo”.
El guardián oficial del sudario, el cardenal Michele Pellegrino, arzobispo de Turín, hombre de 73 años de edad, es un distinguido erudito que ha dedicado 40 años de su vida a la investigación de la literatura cristiana primitiva. “No tengo noticia de ningún nexo auténtico entre este sudario y el que se guardaba en Constantinopla antes de 1300”, me dijo. “Pero esperemos a ver hasta dónde pueden llegar los especialistas con el auxilio de los modernos métodos científicos”.
Es muy posible que los resultados del estudio sean incompletos. Y tal vez sea preferible, si ha de conservarse el secreto del santo sudario.
Es más : en el sombrío silencio que impera en la Capilla de la Sábana Santa la controversia carece de sentido. En cada visita que he hecho al lugar, en el curso de 20 años, me ha emocionado vivamente la penetrante magia de la capilla, una de las construcciones más impresionantes del barroco italiano. Al entrar se encuentra el visitante en una vasta cámara circular (de unos 20 metros de diámetro) con paredes de mármol negro y adornada con los monumentos, de mármol blanco, de los señores de Saboya. En lo alto se alza una airosa cúpula de seis andanas hasta un remate en forma de estrella, con sus muchas aberturas que dejan entrar rayos de luz, aparece tan prodigiosamente planeada que se diría una finísima tela tejida por miríadas de arañas. El oscuro lustre de las negras columnas, el fulgor de adularia de las estatuas fúnebres, la intrincada geometría de la enorme cúpula: todos esos elementos forman un aura mística rara vez lograda por el hombre, el constructor.
El santo sudario no está a la vista. Reposa, enrollado en una urna de plata, dentro de un cofre de madera, encerrado en una caja fuerte de reja que descansa sobre el altar mayor. Pero el visitante sabe que la reliquia está allí y que constituye el alma de este exquisito edificio. Y para los devotos que oran arrodillados en la penumbra no hay problema de autenticidad. Para ellos, allí está presente el Cristo que padeció en la cruz y al tercer día resucitó de entre los muertos.
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