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miércoles, 9 de enero de 2013
SVIATOSLAV RICHTER / Ignacio SANJUAN
HOMENAJE A UN MAESTRO. Nada mejor que definir a Richter que, simplemente, el famoso verso de Verlaine : “De la musique avant toute chose” –“ante todo la música”. Pocas veces un verso encierra mayor verdad. Nació en marzo de 1915, en una ciudad ucraniana –Zitomir. En su familia, de origen alemán, existía una dedicación a la música. Una enseñanza más o menos autodidacta o familiar le lleva –a los quince años- a ser repetidor de la ópera de Odessa, y a los dieciocho director asistente, un camino, parece, alejado del instrumento. Pero en 1937 –con veintidós años- es admitido en el Conservatorio de Moscú, en la clase de Heinrich Neuhaus –recordemos, uno de los más importantes profesores de este siglo, con alumnos como Emil Gilels, compañero de Richter. Es una época de estudios, pero también de actividad concertística. En 1942 estrena la sexta sonata de Prokofiev, estableciendo una relación con el compositor que continuará hasta la muerte de éste, ya que Richter estrenará también con Rostropovich en el estreno de otras obras de Prokofiev. Son los años en los que empieza a ser reconocido en la Unión Soviética: ganador del premio nacional de música en 1945 –que en la modalidad de violonchelo ganó un joven llamado Mitislav Rostropovich-, y premio Satlin en 1949. Estos premios son la consagración oficial, pero ya era conocido y admirado entre el público. Casado con la soprano rusa Nina Dorliak, realizará con ella alguna de sus primeras grabaciones. Durante los años cincuenta da numerosos conciertos por Rusia y los países del Este- eran los tiempos del telón de acero, y no todos los músicos rusos podían actuar “al otro lado”. Su fama llega al Oeste a través de las noticias de otros pianistas, por ejemplo, su compañero Emil Gilels, que sí tocaba fuera de los circuitos “soviéticos”: “Antes de hablar de grandes pianistas, esperan a escuchar a Richter”. Estas declaraciones y algunos discos hicieron que sus primeros conciertos en América y Europa no pudieran estar precedidos de más expectación. Por fin, aparecería a la edad de 45 años. En 1960 se presenta en Estados Unidos (Chicago y Nueva York) y más tarde en Europa. Pero las apariciones concertísticas de Richter se han mantenido siempre, en cierta manera, al margen del sistema : alterna conciertos en festivales y ciudades importantes con festivales de pequeñas ciudades : Grange de Meslay, cerca de Tours, Schleswig-Holstein, Aldeburg-con Benjamin Britten- o Spoleto en Italia.
A una cancelación puede seguir un concierto casi imprevisto: en su última actuación en Madrid, en febrero de 1995, al aplazamiento por dos ves del concierto gratuito – en el Museo del Prado- para estudiantes de piano el día anterior a su definitiva actuación. En los últimos años tocaba con partitura y con tan sólo una pequeña luz junto al piano… Sobre esto comentaba el propio Richter en las notas que acompañaban su concierto en Madrid : “Es conveniente que la música llegue pura y directa”. Quizá sea la mejor definición de su acercamiento a la interpretación: revelar la verdad de la música, que siempre debe estar por encima del intérprete. Para Richter, la “libertad”, la “individualidad” del intérprete “no es más que falta de humildad y de respeto hacia la música”. Su absoluto dominio del piano –sondo, velocidad, profundidad… realmente, todo –hacen que esa entrega a la música haga poseer a sus interpretaciones una tensión y una intensidad poco comunes. Como si las obras aparecieran por primera vez ante nosotros, y ante él.
Esta visión tan personal que Richter tenía a la hora de interpretar viene dada en parte por su concepción global de la cultura, no en vano era un voraz devorador de libros y un gran aficionado a la pintura, afición que puso en práctica en más de una ocasión.
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