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martes, 15 de enero de 2013
LAS LECCIONES DE LA HISTORIA : NI LIBRES NI IGUALES / Will y Ariel DURANT
(Continuación)
LA HISTORIA es un fragmento de la biología. A veces, paseando por el bosque un día de verano, oímos o vemos el movimiento de cien especies de criaturas que vuelan, saltan, trepan, se arrastran o se entierran. Los animales, asustados, huyen cuando sienten que nos acercamos; las aves se desbandan, los peces se dispersan en el arroyo.
Súbitamente percibimos qué peligrosa es la minoría en que estamos en este imparcial planeta, y por un instante sentimos –como claramente lo sienten estos diversos moradores del bosque- que somos intrusos pasajeros en su habitáculo natural. Entonces todas las crónicas y realizaciones del hombre adquieren humildemente su debida perspectiva: nuestras rivalidades económicas, nuestra lucha para asegurarnos compañera, nuestros amores, hambres, dolores y guerras son parecidos a la busca, el apareamiento, la lucha y el sufrimiento que se esconden bajo estos árboles caídos o estas hojas, o en el agua o en las ramas.
Por tanto las leyes de la biología explican las lecciones fundamentales de la Historia. Estamos sujetos a los procesos y ensayos de la evolución, a la lucha por la existencia. Si parece que algunos escapamos de la lucha, es sólo porque nuestro grupo, como tal, tiene que hacer frente a la prueba de la supervivencia.
Así pues, la primera lección biológica de la Historia es que la vida es competencia : pacífica cuando abundan los alimentos; violenta cuando hay más bocas que víveres. Los animales se devoran unos a los otros sin remordimientos; los hombres se acaban entre sí de acuerdo con el procedimiento legal. Los Estados, que somos nosotros mismos multiplicados, son lo que nosotros somos; describen nuestra naturaleza en tipo más visible; 0bran bien y obran mal como nosotros, aunque en escala elefantina.
Somos ambiciosos, codiciosos y pugnaces, porque nuestra sangre recuerda los milenios durante los cuales nuestros antepasados tenían que cazar y pelear y matar para sobrevivir, y tenían que comer todo lo que les permitía su capacidad gástrica, por temor de no poder capturar pronto otra presa. La guerra es la manera de comer de una nación. Mientras nuestros Estados no pasen a ser miembros de un grupo capaz de protegerlos eficazmente, seguirán actuando como los individuos y las familias en la etapa de la caza.
La segunda lección biológica de la Historia es que la vida es selección. En la competencia por la comida, o por la compañera, o por el poder, algunos organismos triunfan y otros fracasan. Como la Naturaleza no ha leído con mucho cuidado la Declaración de los Derechos del Hombre promulgada en Francia, ni la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, al nacer no somos iguales ni somos libres : estamos sujetos a nuestra herencia física y sicológica, diferentemente dotados en lo tocante a salud y vigor, capacidad mental y cualidades de carácter.
No sólo es natural la desigualdad, sino que aumenta con la complejidad de la civilización. Toda invención o descubrimiento es obra del individuo excepcional o redunda en provecho suyo, fortalece al fuerte, y al débil lo hace relativamente más débil. Si conociéramos de veras al prójimo, podríamos escoger un 30 por ciento de personas cuyas habilidades combinadas igualarían las de todo el resto de los hombres. Eso es precisamente lo que hacen la vida y la Historia.
La Naturaleza se ríe del maridaje que hacemos, en nuestras utopías, de la libertad e igualdad; porque libertad e igualdad son enemigas juradas y perpetuas, y cuando la una prevalece, la otra muere. Dejemos libres a los hombres, y sus desigualdades naturales se multiplicarían en proporción casi geométrica, como ocurrió en Inglaterra en los Estados Unidos en el siglo XIX cuando reinaba el principio del laissez-faire. Para detener el aumento de la desigualdad, hay que sacrificar la libertad, como en Rusia después de 1917. Aun cuando se la reprime, la desigualdad aumenta. Sólo los que están por debajo del término medio en habilidad económica desean la igualdad. Los que se sienten más capaces, quieren libertad, y al fin y al cabo la habilidad superior triunfa.
La tercera lección biológica es que la vida se tiene que reproducir. La cantidad apasiona a la Naturaleza como requisito previo para la selección de calidad. Más le interesa la especie que el individuo. No le importa que las civilizaciones de bajo nivel cultural se caractericen por su gran natalidad, ni que el bajo índice de natalidad sea propio del alto nivel de cultura. La Naturaleza se encarga de que la nación con bajo índice de nacimientos sea castigada periódicamente por algún grupo más viril y fértil.
Si la raza humana se hacía demasiado numerosa para los alimentos disponibles, la Naturaleza tenía tres métodos de restablecer el equilibrio : el hambre, la peste y la guerra. En su Ensayo sobre el principio de población (1798) Tomás Malthus explicó que, sin estas periódicas cortapisas, la natalidad excedería tanto a la mortalidad que la multiplicación de las bocas anularía cualquier aumento de producción de alimentos. El reciente espectáculo del Canadá y los Estados Unidos, que exportan millones de hectolitros de trigo sin que por ello se sufra de hambre ni peste dentro del país, parecería contradecir a Malthus; y si los conocimientos agrícolas que poseemos se aplicaran en todo el mundo, podríamos alimentar al doble de su actual población.
Malthus contestaría, sin embargo, que esta solución no hace sino aplazar el desastre. La fertilidad del suelo tiene su límite; todo progreso de la técnica agrícola queda anulado tarde o temprano por el exceso de nacimientos sobre defunciones; y mientras tanto, la medicina, la higiene y la caridad mantienen vivos a los ineptos, que así pueden multiplicarse.
A esto replica la esperanza : los avances de la industria, la educación y los niveles de vida en los países que hoy ponen en peligro al mundo por su fertilidad, probablemente tendrán allí el mismo efecto de reducir la natalidad que el que han tenido en Europa y América del Norte. Mientras llega ese equilibrio de producción y reproducción, lo humanitario es difundir el conocimiento y el uso de los medios anticoncepcionales. Idealmente, la paternidad debería ser el privilegio de la salud y no el subproducto de la agitación sexual.
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