domingo, 28 de julio de 2013

EL MARQUÉS DE TORRE TAGLE: SÍMBOLO DEL MOVIMIENTO DE LA INDEPENDENCIA PERUANA / Antenor ORREGO

   AMANECE EL 29 DE DICIEMBRE DE 1820. Las ásperas y ondulantes crestas de los Andes que se recortan en el plano azulado del oriente, aparecen como nimbadas con una cenefa de perlados resplendores, que se ciñe y se amolda alas depresiones y turgencias de los cerros. Diríase que detrás de esos broncos espaldares iban a surgir, de pronto, colosales lámparas cósmicas que fueran a dar a la batalla a las tinieblas. A poco la suave y tamizada luz del alba acababa de romper las nutridas sombras de la noche, que corrían a refugiarse en las hendiduras y quiebras de los altozanos y en los huecos y covachas de la llanura. La luz derramábase gozosa, en lámparas de resuelta claridad, con jocunda y desbridada alegría por el vasto predio de los chimús, poblado de imperiales y legendarias tradiciones. La inmensa sabana, de tierno y jugoso verdor que se extiende con muelle y perezosa languidez más allá de la vega del río Moche, acogía con el pasivo y voluptuoso rendimiento de una doncella, los besos gorjitantes, luminosos y voraces de la mañana. !Oh glástico y entremecido abrazo de la tierra y de la luz!

   Entre las ruinas milenarias que duermen su sueño de siglos cuyos altos y macizos paredones muestran melancólicos la zarpa del tiempo y los templos derruidos ya y que fueran erigidos a la gloria del Sol y de la Luna, duérmese mecida por la cantinela del mar, la ciudad colonial de rancias preseas hidalgas, de lúcidos y señoriles airones, de solemnes y orgullosas moradas solariegas, de  heráldicos blasones principescos, de gallardas y bizarras tradiciones caballerescas, cuna de estirpes ilustres, prez y gala del Virreinato, emporio de distinción y de castellana arrogancia, asiento de reales mercedes y de sonoros mayorazgos, cien veces ilustre y nobilísima ciudad, que el gran aventurero y capitán mayor de la conquista, Francisco Pizarro, bautizó con el nombre de su ciudad natal. Inútil advertir que he nombrado a Trujillo.

   Esta aurora no era como todas las auroras. Algo nuevo portaba en su piafante cabalgata triunfal. Una nueva luz fulgía y llegaba el bruñido acero de los bravos guerreros.

   Era que la mies de la gran revolución estallaba en henchidas yemas en las tierra labrantías de este solar señoril. Era que el clarín de la libertad repercutía en las hidalgas y blasonadas mansiones. Era que las ruinas de la civilización chimú estremecíase después de tantos siglos de yerta inmovilidad.
La ciudad hacía girar sus forradas puertas para acoger y hospedar al espíritu eterno de América. Brindóle leal y valeroso acogimiento, cual cumplía al honor nunca mancillado y a la clara prosapia del blasón. El espíritu del siglo tomó asiento en el señoril y castellano estrado.

   Y así es como Trujillo, de hidalguesco y resonante abolengo, fue la primera ciudad del Perú que se pronunciara por la Independencia de la patria, desafiando el orgulloso poderío de la soberbia testa coronada de las Españas.

   Renunciaba por la libertad a los blasones de su pasado. Pocos pueblos dan esta lección de valerosa grandeza. Pocos son los que sacrifican su posición circunstancial y su bienes convencionales y efímeros ante sus deberes de eternidad y de creación. Pocos son los que libertan su voluntad y su pensamiento de una determinada organización jurídica, consolidada por los siglos y la tradición para crear y auspiciar el nuevo derecho y el nuevo deber.
El Marqués de Torre Tagle, caballero de prócera traza, de heráldica estirpe y de más clara varonía espiritual, es el hombre que reasume el espíritu de la ciudad. Él es la figura central, el hombre símbolo de ese momento, poblado de los sones heroicos y de las tocatas triunfales de la democracia. El futuro llegó y encontróle en su puesto de hombre, con el espíritu libre y con el corazón ancho y nuevo, rebosante de acogimiento y de creación. La historia llegó sin sorprenderle en el pasado; cuando ya era un aliado del porvenir... Las manos finas, de hinchadas venas azules, en un amplio ademán lapidario hicieron correr la cuerda que suspendiera el el nuevo y arrogante pendón de la patria.

   Al marqués de Torre Tagle en ultratumba
   Marqués:
Después de una centuria de tu gesta gloriosa, en tu misma
heráldica ciudad de antaño que aún conserva la patina 
soberbia de su estirpe, y que aún está perfumada por las 
leyendas de sus blasones heroicos: bajo este mismo cielo 
gozoso y profundo, bajo el palio sangriento y miliunanochesco
de estos trágicos crepúsculos, bañados de púrpura y de eternidad;
frente a frente de este bronco espaldar de los Andes, de audaces
y ásperos lomos, cuyas crestas buidas otean la extensión azul 
del mar y atalayan tu grandeza, como centinelas del infinito, 
mi moceril y azulado ensueño, se inclina y medita.

Mi corazón nuevo se abre a todas las dianas de la gloria
y mi pensamiento, rampante como tus leones heráldicos
en urgencia de concreción y de unidad, de eternidad y 
de milagro, impetran tu sombra gloriosa y emulan tus 
pasos creadores, que vencieron al tiempo, que hicieron 
capitular a la muerte y que prendieron y encadenaron a su 
calcaño el porvenir...

Marqués:
Dame tu receta de Dios y de infinito, dámela, divino 
farmacéutico de la inmortalidad, que quiero defenderme
contra la muerte, tú que no probaste nunca, tú que no 
conociste y que no conocerás, por jamás de los jamases, 
el sigiloso y silencioso beleño del olvido...

Marqués:
!A cien años de distancia, mi amor se adelanta a 
encontrar el tuyo y peregrina anhelante hasta tu tumba, 
donde se ha quedado dormida para siempre la muerte...!

Trujillo, 29 de diciembre de 1920
(Tomado de Obras Completas: La Revolución Americana y su significado humano / Los hombres-símbolos del gran movimiento. Tomo I)

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