ES DIFÍCIL
la creación de un mito, o al menos, de una figura que se convierta en
“arquetipo”, en símbolo. Fausto es uno de los pocos mitos creados en nuestro
tiempo.
LA LEYENDA
Antes de
que viera la luz la historia de Fausto, el pacto con el Diablo había sido un
motivo recurrente en la literatura, siempre desde una significación religiosa.
Las leyendas de Teófilo o San Cipriano anuncian la de Fausto. Cipriano por
ejemplo, fue un erudito –mago y ambicioso- que pacta con el Diablo para seducir
a una joven, Justina… Sin embargo, al final triunfa la religión, y ambos
terminan sus vidas convertidas en santos. La leyenda toma un nuevo rumbo en la
época del Renacimiento y se encarna en un personaje real, George Faustus,
nacido hacia 1480: astrólogo, mago, perseguido por la justicia, consultado por
príncipes, odiado… Tras su muerte se elabora en torno a él una leyenda, en la que se cuenta que fue el
Diablo quien le ayudó, a cambio de su alma, a realizar extraordinarios
prodigios.
Durante los
siglos XVI y XVII se publican diversos libros que recogen la leyenda. Algo ha
cambiado respecto a los relatos antiguos de pactos con el Diablo: al protagonista,
en este nuevo tiempo, le mueven los deseos de saber, las ansias de conocer los
misterios de la naturaleza, la ciencia que equivale al poder… Es el espíritu de
la nueva época, el Renacimiento. La leyenda pasará así a convertirse en uno de
los mitos de la edad moderna.
GOETHE Y EL
NACIMIENTO DEL FAUSTO MODERNO
Se ha dicho
que el Fausto de Goethe, son en realidad, dos libros muy diferentes, que se
corresponden con las dos partes de la obra. La primera parte fue publicada en
1808 (hay versiones previas de 1775 y 1790). En 1820 se representó en diversos
teatros alemanes. La segunda parte se publicó en 1832. A pesar de la unidad
conceptual que puede encontrarse, fue la primera parte la que atrajo a los
compositores románticos.
En el
prólogo se expone el origen del conflicto: Dios y el Diablo hacen una apuesta
sobre un mortal. El Diablo debe lograr llevarle por el camino del mal. El
elegido es Enrique Fausto, un sabio y respetado doctor, que toda su vida ha
buscado el conocimiento. Ya anciano, encuentra
vacío de contenido sus saberes,
sus deseos. Piensa suicidarse. Unos coros lejanos que anuncian la Pascua le
hacen desistir de su propósito. Un paseo por el campo, el encuentro con los
aldeanos en una fiesta popular permiten a Fausto reflexiones sobre diferentes
posibilidades de enfrentarse a la
existencia. Ya en su estudio, se le
aparece Mefistófeles que le ofrece un pacto: el alma de Fausto a cambio de que
el Diablo sea su servidor en la tierra. Fausto acepta: “Lo que está repartido
entre la humanidad entera quiero yo experimentarlo en lo más íntimo de mi ser;
quiero abarcar con mi espíritu lo más alto y lo más bajo; acumular en mi pecho
el bien y el mal de ella”. No le mueve sólo el saber científico, sino el deseo
de experimentar todo –el bien y el mal-, “ser” todos los seres humanos.
El espíritu
burlón del Diablo se pone de manifiesto en la famosa escena con los estudiantes
en la taberna. Antes de proseguir sus andanzas, Mefistófeles devuelve a Fausto
su juventud, sin la que no podrá disfrutar todo lo que el Diablo piensa
ofrecerle.
Entra en
escena una joven, Margarita. Fausto queda enamorado de ella y con ayuda del
Diablo la seduce. Diversos engaños llevan a la muerte de la madre de Margarita
(envenenada por ella misma), el asesinato de su hermano por Fausto (en un
duelo)… Margarita también mata al hijo que había tenido con Fausto. Finalmente,
es condenada a morir. En la cárcel aparece Fausto, que intenta llevarla con él. Ella se niega y, finalmente,
muere en presencia de su antiguo amante.
Las voces celestiales anuncian la salvación de la joven.
FAUSTO Y EL
ROMANTICISMO
No podemos
aquí profundizar en las complejas
interpretaciones a que ha dado lugar esta obra de Goethe, tan sólo queremos
apuntar algunas de sus relaciones con los compositores románticos. ¿Qué les
atraía tanto de la obra? ¿Por qué su identificación con Fausto?
En Fausto
se encarna una de las ideas centrales del siglo XIX, la insatisfacción
permanente del hombre romántico, “el mal del deseo”. En palabras del pintor
Géricault: “Haga lo que haga, siempre quisiera haber hecho algo distinto”. Ese
deseo siempre insatisfecho se encarna en la figura de Fausto, que recurre a
Mefistófeles, aun sin la esperanza de que él pueda colmar todos los deseos. De
estos anhelos nunca colmados nace el continuo vagar de los artistas, un vagar
que es tanto físico como espiritual. Pensemos, por ejemplo, en los viajes de Byron
o en la búsqueda espiritual de Liszt.
La fascinación por el mal está en el interior de muchos
artistas románticos. La oposición a lo establecido les lleva a una exploración
del lado oscuro del hombre. La rebelión de Lucifer contra Dios se asimila a la
de Prometeo: la lucha contra la opresión, contra el orden, contra la tiranía… ¿Serán capaces las fuerzas oscuras de liberar al hombre?
Otra idea
que recoge el libro de Goethe es la del amor como posibilidad de salvación. Ese mal, esa
insatisfacción chocan contra el amor. ¿Es éste tan fuerte como para anular la
fuerza del pacto con el diablo? Aquí las respuestas son varias: el amor de
Margarita la exime de sus crímenes. Pero ¿Fausto? Berlioz, por ejemplo, no duda
en condenarlo en su composición. Pero ¿no es la condena el triunfo máximo del
hombre que se niega aceptar el orden establecido?
LOS
COMPOSITORES
No
pretendemos hacer aquí un recuerdo exhaustivo por las obras que tienen como
motivo el pacto con el diablo, tan solo citaremos algunas de las composiciones
que sobre el mito de Fausto nacieron en el siglo XIX.
En Schubert
encontramos varias canciones que tienen su origen en el Fausto de Goethe. De
entre ellas la más famosa es Margarita en
la rueca. Pero hay otras, como una escena para dos voces y coro: Margarita,
en la catedral, escucha las voces del coro (el Dies irae) y la de un espíritu maligno.
Esta escena
quizás pertenezca a una ópera nunca terminada, y nos ilustra acerca de uno de
los problemas con los que se enfrentaron los compositores: ¿desde qué género
abordar una obra tan compleja? Parecía difícil la escritura de una ópera que
respetara la profundidad de la obra original: Ludwig Spohr lo intentó; Gounod
transforma en una historia de amor convencional el drama; Arrigo Boito, el
libretista de Verdi, se acercó con más acierto a la obra.
La solución
fue la composición de “escenas”, cantatas, utilización de fragmentos del texto…
Nacieron así las Escenas del Fausto,
de Liszt, en la que cada movimiento está dedicado a uno de los protagonistas;
el último –con coro y tenor- incluye texto de la obra. La condenación de Fausto, de Berlioz, quizá sea la composición
más lograda sobre la obra que nos ocupa. Pero la verdadera fuerza del mito
Fausto está en su capacidad para revelarnos el interior del alma romántica, las
pasiones o miedos de los compositores, su anhelo nunca saciado.
-Ignacio
SANJUÁN / PALABRAS PARA LA MÚSICA.
Este mito, Fausto, nos revela el interior del alma romántica, las pasiones o miedos de muchos compositores; el anhelo nunca saciado, razón de dicha capacidad, para mantenerse como tal.
ResponderEliminar