jueves, 11 de julio de 2013

JOSÉ ENRIQUE RODÓ - FISONOMÍA / Alfonso JUNCO

   JOSÉ ENRIQUE RODÓ  es un alto ejemplo de pulcritud: pulcritud en los pensamientos, pulcritud en las líneas, pulcritud en los vocablos. Jamás desenfrenado el ademán, violento el rostro, ni descompuesta la túnica. Tiene la mesura, la agilidad, la gracia de los griegos, cuya cultura le parece "una sonrisa de la historia" y a quienes rinde devoción. Pagano por su idolatría de la belleza y de las formas; cristiano por la sangre y el aliento, por el propósito moral y la gravedad del apostolado; pensador respetuosamente ajeno a toda vinculación  confesional, tiene todas las sugestiones y peligros de esa atitud equilibrista y errabunda.

   Gran amador de España, de las raíces castizas, de la genuina floración y los destinos perennes de la raza, enamórase al par del genio francés, y su espíritu se abre como un surco a la buena semilla de todos los vientos  - en estos tiempos de punto y seguido -  asume clásica amplitud armoniosa que, huyendo lo pomposo como lo trivial, hermánase con una feliz modernidad de intensión y de matices, y constitúyele maestro de estilistas contemporáneos.

   Poco amigo de la "contentadiza espontaneidad del que no opone a la afluencia de la frase incolora, inexpresivas, ninguna resistencia propia; ninguna altiva terquedad a la rebelión de la palabra que se niega a dar de sí el alma y el color", su acrisolada prosa surge henchida, plástica y musical. Paladín y cantor de la "gesta y de la forma" en esa página soberbia  - quizá única en él por la trepidación pasional - exalta las fiebres, los desmayos, las torturas y los triunfos de de los "enfermos de perfección - que ha dicho alguien -. La palabra, ser vivo y voluntarioso, os mira entonces desde los puntos de la pluma, que la muerde para sujetarla; disputa con vosotros; os obliga a que la afrontéis; tiene un alma y una fisonomía". "Y hay veces en que la pelea con esos monstruos minúsculos, os exalta y fatiga como una desesperada contienda por la fortuna y el honor". Pero él, dichoso adalid, sólo deja en sus páginas un esplendor tranquilo de victoria.

   Oigámosle en estas palabras reveladoras de su norte: "Decir las cosas bien, tener en la pluma el don exquisito de la gracia y en el pensamiento la inmaculada linfa de luz donde se bañan las ideas para aparecer hermosas, ¿No es una forma de ser bueno?... La caridad y el amor ¿no pueden demostrarse también concediendo a las almas el beneficio de una hora de abandono en la paz de la palabra bella; la sonrisa de una frase armoniosa; el beso en la frente de un pensamiento cincelado; el roce tibio y suave de una imagen que toca con su ala de seda nuestro espíritu?..."

   Rodó es el huerto primoroso, no la selva virgen. En sus elementos de filosofía como de arte es siempre el discreto. Fáltanle el grito,el rapto, la garra. Mas ¿por qué pedírselos? Con ellos sería genial... pero ya no sería Rodó. Y perderíamos acaso este altísimo ejemplo -tan provechoso a nuestra agresiva unilateralidad de latinos- de ecuanimidad comprendedora, de hidalga distinción, de concertada pulcritud.

La obra, Ariel, en 1990, dilató el nombre juvenil de Rodó por América y Europa, y fue saludado por la crítica de más clara estirpe. Ariel, genio del aire que sirve al mago Próspero en La Tempestad de Shakespeare, simboliza lo alado y prócer del espíritu en contraposición de Calibán, encarnación de todos los "bajos estímulos de la irracionalidad". La obra de Rodó es una disertación ética, estética y social dirigida a la juventud hispanoamericana, por boca del viejo maestro llamado Próspero por alusión, que se despide de sus discípulos: alta convocación al ideal y al esfuerzo, al optimismo vigoroso y consciente, al ardor incesable de perfección humana.
(Mayo, 1920) 

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