Yo y mi
Julio, madre mía, hemos venido del campo fatigados. Habíamos corrido todo el
día por las llanuras luminosas y perfumadas con la misma despreocupación que
cómo cuando tú te quedabas en casa procurando la sopa reparadora.
Al llegar al umbral, felices los dos, hemos
apretado el paso para ganar tu regazo de miel. Hemos disputado la puerta, como
dos paladines. Y hemos injuriado malamente, como dos chiquillos. De pronto, ha
paralizádose nuestro ardimiento. Ambos nos hemos helado mirándonos… ¡Tú no
estabas!...
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