Un buen día, el Hijo de Dios quiso saber cómo andaban los
niños y las niñas, a los que en otro tiempo, cuando estuvo entre nosotros,
“tocaba y bendecía”, y de los había dicho: “dejad que los niños vengan a mí
porque de ellos es el Reino de Dios” (Lucas 18, 15-16).
Como en los mitos antiguos, montó en un rayo celeste y llegó a
la Tierra unas semanas antes de Navidad. Asumió la forma de un barrendero que
limpiaba las calles. Así podía ver mejor a la gente que pasaba, las tiendas
todas iluminadas y llenas de cosas envueltas para regalo y especialmente a sus
hermanas y hermanos más pequeños que andaban por ahí, mal vestidos y muchos con
hambre, pidiendo limosna. Se entristeció sobremanera porque se dio cuenta de que
casi nadie seguía estas palabras que él había dicho: “quien recibe a uno de
estos niños en mi nombre a mí me recibe” (Marcos 9,37).
Vio también que ya nadie hablaba del Niño Jesús que venía,
escondido, en la noche de Navidad a traer regalos a todos los niños. Su lugar
había sido ocupado por un vejete bonachón, vestido de rojo, con largas barbas y
un saco a la espalda, que gritaba tontamente a todas horas: “Oh, Oh, Oh, Papá
Noel está aquí”. Sí, en las calles y dentro de los grandes almacenes estaba él,
abrazando a los niños y sacando de su saco regalos que los padres habían
comprado y puesto dentro. Se dice que vino de lejos, de Finlandia, montado en un
trineo tirado por renos. La gente había ido olvidando a otro viejito, este sí
realmente bueno: San Nicolás. De familia rica, por Navidad hacía regalos a los
niños pobres diciendo que era el Niño Jesús quien se los enviaba. De todo esto
nadie hablaba. Sólo se hablaba de Papá Noel, inventado hace poco más de cien
años.
Tan triste como ver a niños abandonados en las calles, era ver
como se embobaban, seducidos por las luces y por el brillo de los regalos, de
los juguetes y por mil cosas que los padres y madres suelen comprar para regalar
con ocasión de la cena de Nochebuena.
Los reclamos publicitarios, muchos de ellos engañosos, se gritan
en voz alta, suscitando el deseo de los pequeños que luego corren hacia sus
padres pidiéndoles que les compren lo que han visto. El Niño Jesús, travestido
de barrendero, se dio cuenta de que aquello que los ángeles cantaron de noche
por los campos de Belén “os anuncio una alegría, que lo será también para todo
el pueblo porque hoy os ha nacido un Salvador… Gloria a Dios en las alturas y
paz en la tierra a la gente de buena voluntad” (Lucas 2, 10-14) ya no
significaba nada. El amor había sido sustituido por los objetos y la jovialidad
de Dios, que se hizo niño, había desaparecido en nombre del placer de consumir.
Triste, montó en otro rayo celeste, pero antes de volver al
cielo, dejó escrita una cartita para los niños y las niñas. La encontraron
debajo de las puertas de las casas y, especialmente, de las chabolas de los
montes de la ciudad, llamadas favelas. La carta decía así:
Queridos hermanitos y hermanitas:
Si al mirar el portal y ver allí al Niño Jesús, junto a José y
María, os llenáis de fe en que Dios se hizo niño, un niño como cualquiera de
vosotros, y que es el Dios-hermano que está siempre con nosotros.
Si conseguís ver en los demás niños y niñas, especialmente en
los más pobres, la presencia escondida del niño Jesús naciendo dentro de ellos.
Si sois capaces de hacer renacer el niño escondido en vuestros
padres y en las otras personas mayores que conocéis, para que surja en ellas el
amor, la ternura, el cuidado y la amistad en lugar de muchos regalos.
Si al mirar el pesebre y ver a Jesús pobremente vestido, casi
desnudo, os acordáis de tantos niños igualmente mal vestidos, y os duele en el
fondo del corazón esta situación inhumana, y quisierais compartir lo que tenéis,
y deseáis desde ahora cambiar estas cosas cuando seáis mayores para que no haya
nunca más niños y niñas que lloran de hambre y de frío.
Si al descubrir a los tres Reyes Magos que llevan regalos al
Niño Jesús pensáis que hasta los reyes, los jefes de estado y otras personas
importantes de la humanidad vienen de todas partes del mundo para contemplar la
grandeza escondida de ese pequeño Niño que llora sobre unas pajas.
Si al ver en el nacimiento la vaca, el burrito, las ovejas, las
cabritinas, los perros, los camellos y el elefante, pensáis que todo el universo
está también iluminado por el divino Niño y que todos, estrellas, soles,
galaxias, piedras, árboles, peces, animales y nosotros, los seres humanos,
formamos la Gran Casa de Dios.
Si miráis al cielo y veis la estrella con su cola luminosa y
recordáis que siempre hay una Estrella como la de Belén sobre vosotros, que os
acompaña, os ilumina, y os muestra los mejores caminos.
Si aguzáis bien los oídos y escucháis a través de los sentidos
interiores una música suave y celestial como la de los ángeles en los campos de
Belén, que anunciaban paz en la Tierra.
Sabed entonces que yo, el Niño Jesús, estoy naciendo de nuevo y
renovando la Navidad. Estaré siempre cerca, caminando con vosotros, llorando con
vosotros y jugando con vosotros, hasta el día en que todos, humanidad y
universo, lleguemos a la Casa de Dios, que es Padre y Madre de infinita bondad,
para ser juntos eternamente felices como una gran familia reunida.
Firmado: Niño Jesús.
Belén, 25 de diciembre del año 1.
- Leonardo BOFF/ 25-diciembre-13
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