Seis señales
para reconocer las obras maestras de la literatura de cualquier época.
NUNCA
dejarán de escribirse libros, ni, al parecer, de elaborarse listas de las
“grandes obras. Siempre ha habido más libros de los que podamos leer, y
conforme se han multiplicado a través de los siglos, ha sido necesario formular
cada vez más listas de los de mayor mérito.
Por
larga que sea la vida del lector, podrá leer, cuando mucho, unos cuantos
títulos, y entre estos deben figurar los mejores. Le alegrará saber que su
número es relativamente pequeño.
Catalogar los libros más sobresalientes es una costumbre tan antigua
como las de leer y escribir. Los maestros y bibliotecarios de la antigua
Alejandría lo hacían. Quintiliano elaboró una lista para la educación de los
romanos, tomando, como él mismo señaló, tanto los clásicos antiguos como los
modernos. En el renacimiento, figuras prominentes del movimiento de
revivificación del saber, tales como Erasmo de Róterdam y Montaigne, enumeraron
las grandes obras que leyeron.
Lógicamente lo libros seleccionados cambian con el tiempo; sin embargo
existe un asombroso parecido entre las listas que representan los mejores
títulos de cualquier época. Quienes las hacen incluyen obras antiguas y
modernas y siempre se preguntan si las segundas están a la altura de las
primeras.
¿Cómo saber que un libro es grande? Mencionaré seis características que,
si bien no son las únicas, han sido las más útiles para explicar mis preferencias
a través de los años.
Los
grandes libros son probablemente los más leídos. No ocupan los primeros
lugares de ventas sólo uno o dos años, sino mucho tiempo. Lo que el viento se llevó ha tenido relativamente pocos lectores en
comparación con las tragedias y comedias de Shakespeare o Don Quijote. Sería razonable calcular que por lo menos 25 millones
de personas han leído la Iliada de
Homero en los 3000 años últimos.
Un
gran libro ni siquiera necesita ser un éxito en su momento. Acaso tarde en
conquistar un vasto público. Según se dice, el astrónomo Kepler, cuya obra
sobre los movimientos de los planetas es hoy un clásico, hizo el siguiente
comentario de su propio libro: “Quizá deba esperar un siglo apara que alguien
lo lea, así como Dios esperó 6000 años para que alguien observara su obra”.
Los
grandes libros son accesibles, y no pedantes. No los escriben
especialistas, acerca de especialidades y par otros especialistas. Ya sea que
traten de filosofía o ciencia, de historia o poesía, abordan problemas humanos,
no académicos, y van dirigidos al hombre común, no al profesor. Para leer un
texto destinado a estudiantes avanzados en la materia, antes hay que leer otro,
algo más elemental. Los grandes libros, en cambio, pueden considerarse
elementales o de iniciación, puesto que tratan de los elementos de cualquier
tema. No están relacionados unos con otros como manuales escolares, ni
ordenados según el grado de dificultad o los problemas técnicos que analizan.
Con
todo, existe una clase de lectura previa que nos ayuda a leer un gran libro, y
esta no es otra que los demás grandes libros que el autor mismo ha leído.
Permítanme ilustrar este punto con los Elementos
de geometría de Euclides y los Principios
matemáticos de la filosofía natural, de Newton. Para leer a Euclides no es
preciso haber estudiado matemáticas. Su libro es una auténtica introducción a
la geometría y a la aritmética básica. No puede afirmarse lo mismo en el caso
de Newton, porque este recurre a las matemáticas para resolver problemas de
física. Su estilo refleja cuán profundamente influyeron en él la razón y las
proporciones euclidianas. Por tanto, la obra de Newton no es inteligible, ni
siquiera para los científicos, a menos que antes hayan leído a Euclides.
No
quiero decir con esto que los grandes libros científicos puedan leerse sin
esfuerzo, sino que, si se leen en orden cronológico, el esfuerzo será
recompensado. Así como Euclides explica
a Newton y a Galileo, estos a su vez ayudan a entender a Einstein. Lo mismo se
aplica a los libros filosóficos.
Los
grandes libros no pierden actualidad. En contraste, los que llamamos
“contemporáneos”, por ser populares en nuestros días, duran sólo uno o dos años,
diez a lo sumo. Probablemente en este momento el lector no recuerde los títulos
de muchos éxitos de librería de años pasados, y tal vez ya no le interese
leerlos. En cambio, los verdaderos grandes libros jamás pasan de moda al surgir
nuevas corrientes del pensamiento o vientos cambiantes de doctrina y opinión.
El
público considera a los “clásicos” como a grandes obras venidas a menos, como a
los grandes libros de épocas pasadas. Piensa: “Vivimos tiempos diferentes”. No
obstante, los grandes libros no son vestigios polvorientos para investigación
de los estudiosos. Actúan más bien, como poderosas fuerzas civilizadoras del
mundo actual.
Los
problemas humanos fundamentales no varían con el correr de los siglos; basta
asomarse a los discursos de Demóstenes y a las cartas de Cicerón, o a los
ensayos de Bacon y Montaigne, para comprender
que la preocupación por la felicidad y la justicia, la virtud y la
verdad, e incluso la estabilidad y el cambio han sido constantes. Acaso
aceleremos el ritmo de la vida, pero jamás cambiaremos las rutas que conducen a
sus metas.
Los
grandes libros se leen con placer. No es fácil abandonarlos. Tienen más
ideas en una página que los demás en todo el texto. Por ello es posible leerlos
una y otra vez sin agotar nunca su contenido.
Pueden leerse a diferentes niveles de comprensión y con muy diversas
interpretaciones. Ejemplos claros son Los
viajes de Gulliver, Robinson Crusoe y la Odisea. Los niños pueden seguir
esas narraciones con gusto, aunque sin descubrir toda la belleza y el
significado que deleitan al intelecto adulto.
Los
grandes libros son los más instructivos. Esto se debe a su originalidad; su contenido
no se encuentra en otras obras. Esté o no de acuerdo el lector con lo que
dicen, son los principales maestros de la humanidad, pues han colocado los
cimientos del pensamiento humano.
Casi
sobra agregar que son los que ejercen mayor influencia. En la historia de
aprendizaje, son los escritores mismos quienes más los han discutido. Basados
en los grandes libros, han salido a la luz muchos otros, incontables y, en su
mayoría, olvidados.
Los grandes libros tratan problemas humanos
que siguen sin solución. Hay en el mundo auténticos misterios que
delimitan el conocimiento y el pensamiento. La investigación no sólo nace del
asombro, sino que casi siempre termina
en él. Los grandes intelectos reconocen honradamente los misterios de la vida y
del pensamiento. La sabiduría, lejos de destruirse, se fortifica al aceptar sus
limitaciones.
Como
lectores, tenemos el privilegio de pertenecer a la más vasta hermandad, aquella
que no reconoce fronteras nacionales. No sé cómo escapar de la camisa de fuerza
del nacionalismo político, pero sí cómo nos hacemos amigos del espíritu humano
en todas sus manifestaciones, sin tomar en cuenta el tiempo ni el lugar en que
se expresen: leyendo los grandes libros.
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