martes, 10 de diciembre de 2013

¿POR QUÉ ES INMORTAL UN LIBRO? / Mortimer ADLER

Seis señales para reconocer las obras maestras de la literatura de cualquier época.

 NUNCA dejarán de escribirse libros, ni, al parecer, de elaborarse listas de las “grandes obras. Siempre ha habido más libros de los que podamos leer, y conforme se han multiplicado a través de los siglos, ha sido necesario formular cada vez más listas de los de mayor mérito.

   Por larga que sea la vida del lector, podrá leer, cuando mucho, unos cuantos títulos, y entre estos deben figurar los mejores. Le alegrará saber que su número es relativamente pequeño.

   Catalogar los libros más sobresalientes es una costumbre tan antigua como las de leer y escribir. Los maestros y bibliotecarios de la antigua Alejandría lo hacían. Quintiliano elaboró una lista para la educación de los romanos, tomando, como él mismo señaló, tanto los clásicos antiguos como los modernos. En el renacimiento, figuras prominentes del movimiento de revivificación del saber, tales como Erasmo de Róterdam y Montaigne, enumeraron las grandes obras que leyeron.

   Lógicamente lo libros seleccionados cambian con el tiempo; sin embargo existe un asombroso parecido entre las listas que representan los mejores títulos de cualquier época. Quienes las hacen incluyen obras antiguas y modernas y siempre se preguntan si las segundas están a la altura de las primeras.

   ¿Cómo saber que un libro es grande? Mencionaré seis características que, si bien no son las únicas, han sido las más útiles para explicar mis preferencias a través de los años.

   Los grandes libros son probablemente los más leídos. No ocupan los primeros lugares de ventas sólo uno o dos años, sino mucho tiempo. Lo que el viento se llevó ha tenido relativamente pocos lectores en comparación con las tragedias y comedias de Shakespeare o Don Quijote. Sería razonable calcular que por lo menos 25 millones de personas han leído la Iliada de Homero en los 3000 años últimos.

   Un gran libro ni siquiera necesita ser un éxito en su momento. Acaso tarde en conquistar un vasto público. Según se dice, el astrónomo Kepler, cuya obra sobre los movimientos de los planetas es hoy un clásico, hizo el siguiente comentario de su propio libro: “Quizá deba esperar un siglo apara que alguien lo lea, así como Dios esperó 6000 años para que alguien observara su obra”.

   Los grandes libros son accesibles, y no pedantes. No los escriben especialistas, acerca de especialidades y par otros especialistas. Ya sea que traten de filosofía o ciencia, de historia o poesía, abordan problemas humanos, no académicos, y van dirigidos al hombre común, no al profesor. Para leer un texto destinado a estudiantes avanzados en la materia, antes hay que leer otro, algo más elemental. Los grandes libros, en cambio, pueden considerarse elementales o de iniciación, puesto que tratan de los elementos de cualquier tema. No están relacionados unos con otros como manuales escolares, ni ordenados según el grado de dificultad o los problemas técnicos que analizan.

   Con todo, existe una clase de lectura previa que nos ayuda a leer un gran libro, y esta no es otra que los demás grandes libros que el autor mismo ha leído. Permítanme ilustrar este punto con los Elementos de geometría de Euclides y los Principios matemáticos de la filosofía natural, de Newton. Para leer a Euclides no es preciso haber estudiado matemáticas. Su libro es una auténtica introducción a la geometría y a la aritmética básica. No puede afirmarse lo mismo en el caso de Newton, porque este recurre a las matemáticas para resolver problemas de física. Su estilo refleja cuán profundamente influyeron en él la razón y las proporciones euclidianas. Por tanto, la obra de Newton no es inteligible, ni siquiera para los científicos, a menos que antes hayan leído a Euclides.

   No quiero decir con esto que los grandes libros científicos puedan leerse sin esfuerzo, sino que, si se leen en orden cronológico, el esfuerzo será recompensado.  Así como Euclides explica a Newton y a Galileo, estos a su vez ayudan a entender a Einstein. Lo mismo se aplica a los libros filosóficos.

   Los grandes libros no pierden actualidad. En contraste, los que llamamos “contemporáneos”, por ser populares en nuestros días, duran sólo uno o dos años, diez a lo sumo. Probablemente en este momento el lector no recuerde los títulos de muchos éxitos de librería de años pasados, y tal vez ya no le interese leerlos. En cambio, los verdaderos grandes libros jamás pasan de moda al surgir nuevas corrientes del pensamiento o vientos cambiantes de doctrina y opinión.

   El público considera a los “clásicos” como a grandes obras venidas a menos, como a los grandes libros de épocas pasadas. Piensa: “Vivimos tiempos diferentes”. No obstante, los grandes libros no son vestigios polvorientos para investigación de los estudiosos. Actúan más bien, como poderosas fuerzas civilizadoras del mundo actual.

   Los problemas humanos fundamentales no varían con el correr de los siglos; basta asomarse a los discursos de Demóstenes y a las cartas de Cicerón, o a los ensayos de Bacon y Montaigne, para comprender  que la preocupación por la felicidad y la justicia, la virtud y la verdad, e incluso la estabilidad y el cambio han sido constantes. Acaso aceleremos el ritmo de la vida, pero jamás cambiaremos las rutas que conducen a sus metas.

   Los grandes libros se leen con placer. No es fácil abandonarlos. Tienen más ideas en una página que los demás en todo el texto. Por ello es posible leerlos una y otra vez sin agotar nunca su contenido.

  Pueden leerse a diferentes niveles de comprensión y con muy diversas interpretaciones. Ejemplos claros son Los viajes de Gulliver, Robinson Crusoe y la Odisea. Los niños pueden seguir esas narraciones con gusto, aunque sin descubrir toda la belleza y el significado que deleitan al intelecto adulto.

  Los grandes libros son los más instructivos.  Esto se debe a su originalidad; su contenido no se encuentra en otras obras. Esté o no de acuerdo el lector con lo que dicen, son los principales maestros de la humanidad, pues han colocado los cimientos del pensamiento humano.

   Casi sobra agregar que son los que ejercen mayor influencia. En la historia de aprendizaje, son los escritores mismos quienes más los han discutido. Basados en los grandes libros, han salido a la luz muchos otros, incontables y, en su mayoría, olvidados.

   Los grandes libros tratan problemas humanos que siguen sin solución. Hay en el mundo auténticos misterios que delimitan el conocimiento y el pensamiento. La investigación no sólo nace del asombro, sino que casi siempre  termina en él. Los grandes intelectos reconocen honradamente los misterios de la vida y del pensamiento. La sabiduría, lejos de destruirse, se fortifica al aceptar sus limitaciones.


  Como lectores, tenemos el privilegio de pertenecer a la más vasta hermandad, aquella que no reconoce fronteras nacionales. No sé cómo escapar de la camisa de fuerza del nacionalismo político, pero sí cómo nos hacemos amigos del espíritu humano en todas sus manifestaciones, sin tomar en cuenta el tiempo ni el lugar en que se expresen: leyendo los grandes libros.

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