Al publicar
“El Arte de los Ruidos” de Luigi
Russolo, quiero sacar al músico italiano del pozo en que injustamente se
halla sumido y darle el lugar que merece en el paraíso de los genios musicales. -Maurice Lemáitre.
Luigi Russolo
nació en Portogruaro, ciudad del Véneto, en 1885. Él y su hermano Antonio se
diplomaron en el Conservatorio de Milán, pero Luigi se dedicaría seguidamente a
la pintura aunque sin perder su afección a la música, de lo que sería inicial
testimonio el cuadro así titulado que pintó en 1911 y donde se apunta una
singular sintropía propia de los futuristas que trata de concatenar las
diversas formas artísticas (Carlo Carrá publicaría en 1913 un manifiesto sobre
“La pintura de los sonidos, los ruidos y los olores).
Un año antes
se había adherido al cenáculo futurista, que liderado por Marinetti incluía en
el ámbito de las artes plásticas a los pintores Siverini, Balla, Carrá y el
pintor escultor Boccioni, firmando Russolo con ellos el manifiesto de la Pintura
Futurista. En 1913, sugestionado por la Música
Futurista de F. B. Pratella sintió reavivarse su vocación musical y como
resultado publicó L’ Arte dei Rumori,
manifiesto consecuente con la estética maquinista –leit-motiv del futurismo-
que redactó como carta abierta a Pratella, y en cuyo texto pueden sintetizarse
los siguientes principios:
“Toda manifestación de nuestra
existencia está acompañada de un ruido; el sonido es extraño a la vida.
La música primitiva buscó acariciar el
oído con sonidos armoniosos; hoy persigue sonidos ásperos al oído, lo que le
aproxima al sonido-ruido.
La vida antigua fue silenciosa; en el
siglo XIX nace el ruido con la invención de las máquinas que al haber originado
tal variedad de ruidos, el sonido puro ha dejado de suscitar emoción.
Hay que romper el cerco reducido de
los sonidos puros y conquistar la infinita variedad de los sonidos-ruidos.
No se podrá objetar que el ruido sea
desagradable al oído; es inútil enumerar todos los ruidos delicados que crean
sensaciones acústicas placenteras.
El ruido se diferencia del sonido en
que es irregular; lo entonaremos y reglaremos armónicamente. Todo ruido posee
un tono que puede ser afinado sin perder el timbre que lo caracteriza; así será
posible obtener una escala cromática.
El arte de los ruidos no debería
limitarse a una reproducción imitativa”.
A continuación, tras exponer las seis
familias de ruidos que generará la orquesta futurista, establece entre otras
las siguientes conclusiones:
“La tendencia de los compositores
actuales a las más abruptas disonancias no alcanzará una plena satisfacción
hasta la situación de los sonidos por la infinita variedad de los ruidos o la
unión de estos con aquellos.
Los ruidos se obtendrán mediante
nuevos instrumentos construidos según leyes acústicas que regularán la altura
dividiéndola en tonos, semitonos y cuartos de tono sin alterar el timbre
característico.
No se reproducirán los ruidos
naturales; estos serán elaborados y combinados en orden a la fantasía del
autor”.
Concluye el
manifiesto con una esperanza insólita: la de afinar motores y máquinas en las
ciudades industriales para convertir cada fábrica en una “embriagadora orquesta
de ruidos”.
Los “intonarumori”
No tardó
Russolo en llevar a la práctica tales ideas mediante la construcción de unos
instrumentos, los “intonarumori” (entonarruidos) realizados en colaboración de
Ugo Piatti y de acuerdo con los principios enunciados. Los términos con que los
denominaron son indicativos de sus respectivas sonoridades: zumbador,
atronador, rugidor, silbador, crujidor, chirriador, roncador -¿Existirá algún
sentido oculto en el hecho de que la palabra italiana “ruso” signifique
ronquido?- y así hasta veintisiete instrumentos, algunos de los cuales eran
variantes de otros (a la manera de la familia de los saxofones) en orden al
registro sonoro: alto, tenor, barítono… Su concepción era rudimentaria;
constaban de una caja de resonancia con
forma de paralelepípedo de dimensiones variables en cuyo interior una cuerda
tensa era pulsada por un disco dentado accionado por una manivela cuya
velocidad de rotación determinaba la frecuencia, así como una palanca actuaba
sobre la longitud de la cuerda graduando la altura del sonido al que una
membrana vibrante ampliaba a su paso al exterior a través de un embudo
abocinado. Según los materiales con que estuvieran fabricados cuerda y rueda
así resultaban los diferentes timbres. La extensión variaba de una octava a dos
y media, y en orden a la habilidad del ejecutante podían obtenerse tonos,
semitonos, cuartos de tono claramente diferenciados y glissandos. La mayoría de
los intonarumori eran mecánicos pero
otros empleaban corriente de unos acumuladores (Russsolo desconocía el tubo
electrónico ya inventado pero aún no difundido). No pretendían los intonarumori una reproducción
naturalista sino una síntesis de los ruidos tal como enunciara Russolo en su
manifiesto; no una mimesis sino una ampliación
ilimitada del campo acústico.
Algún
intonarumori había sido presentado ya colaborando con una orquesta sinfónica
–En la obra “Gioia” de F.B. Pratella, Russolo concedió el que los intonarumori fueran introduciéndose
paulatinamente en las orquestas. El 2 de abril de 1914 tuvo lugar en el Teatro
dal Verme de Milán un concierto de 18 intonarumori
en el que se interpretaron tres obras de Luigi Russolo y una de Marinetti;
dirigido por el propio inventor, este debía ser un hito en la historia de la
Música como el tumulto más descomunal que se haya desencadenado jamás en una sala
de conciertos. Al evocarlo, Carrá lo calificó de pandemonio, Bianchi de putiferio y, según Rovinelli, un público
enardecido convirtió el escenario en un almacén de frutas, hortalizas y otras
ofrendas arrojadizas. En medio de ensordecedores pateo, griterío y abucheos,
algunos futuristas, encabezados por Marinetti, irrumpieron en el patio de
butacas armados de bastones para hacer proselitismo entre los detractores,
mientras Russolo continuaba impertérrito dirigiendo la orquesta. La eutrapelia
campal se saldó con la intervención de la fuerza pública y un notable balance
de heridos y detenidos, más un amplio tributo de desperfectos.
Conclusión
Podemos
concluir que la aportación del Futurismo a la Cultura es de tanta importancia
como cualquiera de los otros ismos del siglo 20 y posiblemente sea la música
donde más certeras se hayan revelado sus premoniciones.
El
significado de Russolo es el de un grito liberador que derrumba todos los
límites impuestos convencionalmente a la sonorización musical: su radical postura,
trascendental en el mundo de la Música, ha influido diversamente y de manera
más o menos consciente en una gran disparidad de compositores: Philippe
Arthuys, Ramón Barce, Luciano Berio, John Cage, Luc Ferrari, Philip Glass,
Vinko Globokar, Iannis Xenakis y cuantos han marcado posiciones inconformistas
con las restricciones del ámbito acústico para una renovadora creación sonora.
Russolo,
medio siglo después, espera todavía el lugar que merece en el paraíso de los
genios musicales.
Julio-Enrique
Simonet
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