El 20 de febrero de 1909 publicaba el diario Figaro de
París bajo el título Manifiesto del Futurismo una ardorosa proclama
artístico-literaria firmada por el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti.
Nacía así el ismo más importante y peor interpretado del siglo XX que no solo
arremetía contra la sclerosis cultural; su violenta agresividad cuestionaba
virulentamente todas las formas de la actividad humana con una energía vital
tanto constructiva como destructiva. La contribución a la música del movimiento
futurista llenaría un volumen; el presente comentario se limita a una de sus
obras más representativas.
EL AUTOR
Francesco Balilla Pratella nace
en Lugo de Romagna en 1880. Estudia en el liceo Musical de Pesaro con Gicognani
y posteriormente con Mascagni. En 1905, tras algunas obras menores, dio a
conocer en Lugo su ópera “El reino
lejano” recibida con éxito prometedor que no repite su siguiente pieza
escénica “La signa de Vergouin”al ser
representada en Bologna en 1909. En esta obra exalta Pratella la música
popular, veneración que permanecerá constante a lo largo
de su labor compositiva.
En 1910 se adhiere al
movimiento futurista liderado por Marinetti publiando en la revista Poesía, de Milán, el Manifiesto de la música futurista
“dirigido a los jóvenes sedientos de cosas nuevas, presentes y vivas”. En él
denuncia “la mediocridad intelectual, la bajeza mercantil y el retrogadismo del
público, de los editores, y de los críticos que han convertido la música
italiana en un melodrama vulgar. El futurismo –continúa- proclama un arte
desinteresado, heroico, que desprecia el éxito fácil”; y concluye exhortando a
los jóvenes músicos a alejarse de los conservatorios, a combatir a los
críticos, no concurrir a los concursos y rechazar los ambientes convencionales
y académicos. En suma, se trata de una declaración de principios
predominantemente destructivos.
Seis meses después, ya en
1911, da a conocer un segundo manifiesto, La
Música futurista, subtitulado “Manifiesto técnico”, de carácter más
constructivo, en el que dicta normas para un quehacer compositivo
correspondiente a la nueva sensibilidad. Entre otras recomendaciones proclama
la síntesis –palabra clave del Futurismo en todas sus manifestaciones artísticas-
como propiedad cardinal de la estética musical.
Finalmente, un año más
tarde, publicaría Pratella un tercer manifiesto, la destrucción de la cuadratura, donde critica a los músicos
coetáneos que no han logrado
desvincularse de la cuadratura “tara heredada de la música burguesa, género de
salón bueno para una digestion plácida”-comenta sarcástico.
Sistematiza luego el libre
procedimiento polirítmico esbozado en el manifiesto anterior: “Una conquista
del Futurismo es música pura en cuanto expresa el estado de ánimo del
compositor de una manera sintética”. Otro logro del futurismo musical sería
–siempre según el manifiesto- la simultaneidad plurimodal y pluritonal, y la
armonía o microtonalidad.
No tardó Pratella en llevar
sus ideas a la práctica estrenando en 1913 en el teatro Costanzi, de Roma, su Himno a la vida subtitulado Música futurista para orquesta que
desencadenó una sonada batahola entre el público como ocurriría en todas las
actuaciones futuristas. Sin embargo, y casi unánimemente, los críticos de
Pratella –Bianchi, Cangini, Mila, Gasco, Tintori…- han destacado una –según
ellos- discordancia entre sus proclamas ideológicas y sus realizaciones
compositivas; y argumentan que, siendo aquellas revolucionarias, éstas sean
inconsecuentemente conservadoras, oponiéndose
a la belicosidad de sus manifiestos el presunto conformismo de sus obras
sonoras; porque para ellos, significa pasatismo el culto que consagra Pratella
a la música popular.
Ignoran tales detractores
que el más acendrado revolucionarismo reviste en muchas ocasiones un retorno a
modos arcaicos; vg. Stravinski replicando a Pergolesi, Ezra Pound evocando a
los trovadores del Medioevo o Bartok bebiendo en las Fuentes de la genuina
etnofonía. Y así, en infinidad de casos entre los que destaca la gran
revolución de la música culta en Rusia, obra de Glinka, fundada en el venero
popular: “El pueblo hace la música –decía el llamado padre de la música rusa-
los compositores solamente le damos forma”. Y así en el devenir “sincopado” de
la Música han venido alternando nacionalismo y cosmopolitismo situándose
respectivamente unas veces en los arietes de la vanguardia y otras en las
poternas de la retaguardia. El caso Pratella, a despecho de sus detractores,
debe situarse entre las vanguardias.
De las obras que siguen la
línea integrista de Pratella disponemos como exponente de una que por haber
logrado excepcionalmente los “honores” de la grabación nos es dado conocer: el
tríptico La Guerra, Op. 32 (casi
simultánea de El Aviador Dro, Op. 33).
En ella, la simplicidad rítmica, la fluidez melódica y la ausencia de retórica
se hallan más próximos a los Microcosmos y
otras obras revolucionarias “desde abajo”de lo que los críticos de Pratella han
sabido –o querido- reconocer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario