viernes, 6 de diciembre de 2013

EL AVIADOR DRO, UNA ÓPERA FUTURISTA / Julio-Enrique SIMONET

El 20 de febrero de 1909 publicaba el diario Figaro de París bajo el título Manifiesto del Futurismo una ardorosa proclama artístico-literaria firmada por el poeta italiano Filippo Tommaso Marinetti. Nacía así el ismo más importante y peor interpretado del siglo XX que no solo arremetía contra la sclerosis cultural; su violenta agresividad cuestionaba virulentamente todas las formas de la actividad humana con una energía vital tanto constructiva como destructiva. La contribución a la música del movimiento futurista llenaría un volumen; el presente comentario se limita a una de sus obras más representativas.

EL AUTOR
Francesco Balilla Pratella nace en Lugo de Romagna en 1880. Estudia en el liceo Musical de Pesaro con Gicognani y posteriormente con Mascagni. En 1905, tras algunas obras menores, dio a conocer en Lugo su ópera “El reino lejano” recibida con éxito prometedor que no repite su siguiente pieza escénica “La signa de Vergouin”al ser representada en Bologna en 1909. En esta obra exalta Pratella la música popular, veneración que permanecerá constante  a lo largo  de su labor compositiva.

En 1910 se adhiere al movimiento futurista liderado por Marinetti publiando en la revista Poesía, de Milán, el Manifiesto de la música futurista “dirigido a los jóvenes sedientos de cosas nuevas, presentes y vivas”. En él denuncia “la mediocridad intelectual, la bajeza mercantil y el retrogadismo del público, de los editores, y de los críticos que han convertido la música italiana en un melodrama vulgar. El futurismo –continúa- proclama un arte desinteresado, heroico, que desprecia el éxito fácil”; y concluye exhortando a los jóvenes músicos a alejarse de los conservatorios, a combatir a los críticos, no concurrir a los concursos y rechazar los ambientes convencionales y académicos. En suma, se trata de una declaración de principios predominantemente destructivos.

Seis meses después, ya en 1911, da a conocer un segundo manifiesto, La Música futurista, subtitulado “Manifiesto técnico”, de carácter más constructivo, en el que dicta normas para un quehacer compositivo correspondiente a la nueva sensibilidad. Entre otras recomendaciones proclama la síntesis –palabra clave del Futurismo en todas sus manifestaciones artísticas- como propiedad cardinal de la estética musical.
Finalmente, un año más tarde, publicaría Pratella un tercer manifiesto, la destrucción de la cuadratura, donde critica a los músicos coetáneos  que no han logrado desvincularse de la cuadratura “tara heredada de la música burguesa, género de salón bueno para una digestion plácida”-comenta sarcástico.

Sistematiza luego el libre procedimiento polirítmico esbozado en el manifiesto anterior: “Una conquista del Futurismo es música pura en cuanto expresa el estado de ánimo del compositor de una manera sintética”. Otro logro del futurismo musical sería –siempre según el manifiesto- la simultaneidad plurimodal y pluritonal, y la armonía o microtonalidad.

No tardó Pratella en llevar sus ideas a la práctica estrenando en 1913 en el teatro Costanzi, de Roma, su Himno a la vida subtitulado Música futurista para orquesta que desencadenó una sonada batahola entre el público como ocurriría en todas las actuaciones futuristas. Sin embargo, y casi unánimemente, los críticos de Pratella –Bianchi, Cangini, Mila, Gasco, Tintori…- han destacado una –según ellos- discordancia entre sus proclamas ideológicas y sus realizaciones compositivas; y argumentan que, siendo aquellas revolucionarias, éstas sean inconsecuentemente conservadoras, oponiéndose  a la belicosidad de sus manifiestos el presunto conformismo de sus obras sonoras; porque para ellos, significa pasatismo el culto que consagra Pratella a la música popular.

Ignoran tales detractores que el más acendrado revolucionarismo reviste en muchas ocasiones un retorno a modos arcaicos; vg. Stravinski replicando a Pergolesi, Ezra Pound evocando a los trovadores del Medioevo o Bartok bebiendo en las Fuentes de la genuina etnofonía. Y así, en infinidad de casos entre los que destaca la gran revolución de la música culta en Rusia, obra de Glinka, fundada en el venero popular: “El pueblo hace la música –decía el llamado padre de la música rusa- los compositores solamente le damos forma”. Y así en el devenir “sincopado” de la Música han venido alternando nacionalismo y cosmopolitismo situándose respectivamente unas veces en los arietes de la vanguardia y otras en las poternas de la retaguardia. El caso Pratella, a despecho de sus detractores, debe situarse entre las vanguardias.

De las obras que siguen la línea integrista de Pratella disponemos como exponente de una que por haber logrado excepcionalmente los “honores” de la grabación nos es dado conocer: el tríptico La Guerra, Op. 32 (casi simultánea de El Aviador Dro, Op. 33). En ella, la simplicidad rítmica, la fluidez melódica y la ausencia de retórica se hallan más próximos a los Microcosmos y otras obras revolucionarias “desde abajo”de lo que los críticos de Pratella han sabido –o querido- reconocer.

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