El
pensamiento más vigoroso, más amplio y más comprensivo de nuestra patria; la
voluntad más firme, más recta y más enérgica; la conciencia más pura y más
noble; el espíritu más combativo, más fecundo y universal; el gran forjador de
la nacionalidad peruana, acaba de morir (1918).
Con Manuel González Prada, desaparece la
figura más excelsa, la vida más genial y
más venerable de nuestra raza. Nacido en un país esclavo de todos los
convencionalismos tradicionales, tuvo, por fuerza, que ser un rebelde. Ninguna
pluma antes que él, hizo vibrar con más intensidad los sentimientos populares;
ningún pensamiento agitó más hondamente la conciencia peruana; ninguna palabra
se levantó con más elocuencia, con más autoridad, con más amplitud, con más poder
sugestivo que la de este recio sembrador de ideas y de entusiasmos. Las
generaciones intelectuales posteriores son hijas espirituales del gran
pensador.
Cuando la historia depure nuestros grandes
valores vitales, cuando se hayan extinguido las mezquinas pasiones del momento,
cuando la perspectiva de la pupila peruana haya rectificado las proporciones
reales y verdaderas de nuestros hombres, sólo entonces se podrá fijar con
justicia la influencia de González Prada en el espíritu de la nación.
Estas cuartillas escritas con la
precipitación de la labor periodística sólo aspiran a traducir nuestra íntima
congoja espiritual ante la desaparición del maestro, para unirla al coro de
voces que se levanta hoy de toda la República.
En los más tristes días de ignominia
nacional, la pluma y el corazón de este hombre extraordinario supieron librarse
de las bajas y ruines compadrerías que afrentaron a la mayor parte de sus
contemporáneos. Excepcional temperamento de luchador, provisto de todas las
armas para alcanzar el éxito: voluntad enérgica, corazón indomeñable, espíritu
fuerte y bueno, sensibilidad para percibir todas las vergonzosas claudicaciones
colectivas; potente cerebro para almacenar una copiosa cultura universal, forjó
su vida noble, día a día, modelándola y enriqueciéndola con cálido fervor de
artista.
La más profunda visión histórica; la más
aquilina mirada de pensador; la más grande probidad mental; la más austera y
abnegada dirección de una vida rica y múltiple en sugestiones espirituales, de
su generación, constituyen prócer figura del maestro, que ha realizado una de
las labores más fecundas, más bellas, más armoniosas y más puras.
En Horas
de lucha y en Págjnas Libres se
encuentra condensada la vida de medio siglo de nuestra historia. Nadie atacó
con tanta decisión, con tanta libertad y con tanta nobleza y amplitud de miras,
las carcomidas y viejas instituciones nacionales, que pretendían inmovilizare
el alma peruana. Su pluma tuvo indignaciones que nos han redimido de más de un
estigma hereditario.
Queremos dejar de lado el gran artista que
hubo en este espíritu vigoroso, para contemplar sólo al hombre, al tribuno de
las reivindicaciones, al caudillo de las generaciones jóvenes, al apóstol
mental de nuestra raza, que dejará una huella perdurable y única.
- A. ORREGO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario