lunes, 2 de diciembre de 2013

EL COMPOSITOR EXQUISITO / Michael OLIVER

Max Reger, famoso por su respuesta a un crítico hostil –estoy sentado en la habitación más pequeña de mi casa, con su crítica frente a mí. Dentro de poco estará detrás de mí”- puede ser, todavía, el que  ría el último. Ahora vamos a ver el por qué.

Un grupo de amigos estaba felicitando a Max Reger por el reciente estreno de su cuarteto de cuerda en mi bemol mayor; estaban  especialmente impresionados por el largo final en forma de fuga. “Bueno – dijo Reger en tono de chanza-, podía haber sido mucho más largo y mucho más bello, pero llegó mi mujer y me apagó la lámpara. Una lástima”.

Es verdad  que podía escribir música a una velocidad increíble; de todos los compositores de ese periodo –nació en 1873- era el más prolífico. Llegó hasta el Op. 146, pero tiene muchas piezas sin número de opus, y solía agrupar varias piezas bajo un solo número. Su sorprendente Op. 79, por ejemplo, incluye diez piezas para piano. ocho canciones, trece preludios para órgano, cuatro piezas para violín o violonchelo y piano y diecisiete corales.

En este aspecto, parece más bien un compositor barroco que tardorromántico.  Quién dijo que Bach escribía música como un manzano da manzanas? Lo mismo se podría haber dicho de Max Reger. Reger murió a los 43 años, así que todo ese ingente catálogo fue compuesto en unos 20 años. Y durante gran parte de ese período, dio clases regularmente y ofreció conciertos como pianista y director.

Un hombre prolífico, demasiado grande para este mundo.

Cuando tenía 24 años escribió una serie  de deliciosas y amenas improvisaciones para piano. Se las dedicó a un médico del ejército que le mantuvo de baja durante todo el año que duró su servicio militar, declarándole patológicamente incapaz de hacerlo, y salvándole así de una quiebra total. En realidad, Reger parecía completamente incapaz de soportar las tensiones de la vida diaria, por no hablar de las tensiones y frustraciones de la profesión musical. Su familia no estaba en una situación desahogada, y para él fue muy duro abrirse camino en la vida; sufrió mucho, sobre todo al principio de su carrera, por culpa de los críticos que detestaban su música y de los editores, que sólo publicaban sus grandes obras si les proporcionaba otras menores, más comerciales y accesibles. Éstas eran compuestas muy a menudo por la noche. El alcohol le ayudó a aliviarse de las presiones de la vida, hasta cierto punto. Pero en ocasiones era peor el remedio que la enfermedad, como aquella en la que tuvo que ser sacado de un banquete en su honor que había interrumpido gritando completamente borracho a un crítico. El alcoholismo y el exceso de trabajo acortaron sus días, sin duda.  Aunque conoció la fama, el éxito y una relativa popularidad durante sus últimos años, su música nunca ha tenido demasiados admiradores fuera de Alemania. Unos cuarenta años después de su muerte, la quinta edición del diccionario Grove decía que “indudablemente compuso demasiada música, y la mayor parte de su obra, a excepción de algunas atractivas canciones, está demasiado llena de notas. Se trata de una obra, en conjunto, carente de luz y aire”. Incluso un biógrafo reciente, admirador suyo, ha alumbrado la teoría de que el apetito excesivo de Reger por la comida y la bebida estaba relacionada en cierto modo con su excesiva”producción musical. Y no hay que buscar mucho para encontrar libros que hablen de la “densidad impenetrable de su contrapunto”y su hábito de no quedarse mucho tiempo en la misma clave.

De cómo una pequeña parte puede distorsionar el conjunto

Por todo lo dicho, parece uno de esos compositoers a evitar a toda costa; uno de sus críticos más hostiles dijo que su música era “nada más que una serie de sonidos densos y disonantes, descontrolados e informes, fruto de un cerebro musicalmente perverso”. Y hay interpretaciones de su música en las que cada palabra de esta denuncia se hace cierta. Pero hasta que no escuchemos una interpretación buena no estaremos en condiciones de decir si esta impresión es por culpa del intérprete o del compositor, y tras una velada particularmente agotadora de música de órgano en la que todas las piezas sonaban exactamente igual –grises, opacas y erráticas -no cabe duda que no dan ganas de darle otra oportunidad.

Pero con el tiempo, escuchando otras piezas muy diferentes, se llega a la conclusión de que hay dos Reger, y que hay cierta confusión entre los dos. El otro Reger escribía música lúcida y genial, a veces ligera o incluso llena de humor. También tiene piezas meditativas, que a veces suenan como Brahms o Schumann, otras como Dvorak, pero con deliciosas sorpresas siempre que el oyente intenta adivinar qué música vendrá después. También (habrá varios Reger?) tiene numerosos virtuosistas, como un cruce entre Liszt y Brahms, y también obras orquestales  de económica instrumentación, como las de Haydn, otras tan melódicas como las de Schubert, y sin una sola nota de más. Lo que tiene todas ellas en común es una amenidad desbordante. Puede éste ser Max Reger el ceñudo y abstruso contrapuntista, el hombre más interesado en elaborar complicados medios para pasar de una clave a otra que en componer melodías atractivas?

Disfrute de Reger

Reger fue un maestro del contrapunto, y algunas veces muestra sus habilidades con excesiva ostentación, y era un genio absoluto de la modulación, pasando de una clave a otra de forma que el oyente se pregunta adónde diablos va.

Pero en las interpretaciones realmente buenas, de esas que hay hoy día muchas más que cuando el Grove le despellejó, todo lo que hace falta para disfrutar con Reger es bajar un poco el volumen. En sus mejores piezas da la sensación de que está sentado a nuestro lado esperando a que nos apercibamos de la habilidad de lo que está haciendo, y sonriendo con placer, como hacía cuando componía sus piezas. Con todas las dificultades que experimenta, amaba su música, y en sus piezas podemos percibir este disfrute con toda claridad.


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