Max Reger,
famoso por su respuesta a un crítico hostil –estoy sentado en la habitación más
pequeña de mi casa, con su crítica frente a mí. Dentro de poco estará detrás de
mí”- puede ser, todavía, el que ría el último. Ahora vamos a ver el por qué.
Un grupo de amigos estaba felicitando a Max Reger por
el reciente estreno de su cuarteto de cuerda en mi bemol mayor; estaban especialmente impresionados por el largo
final en forma de fuga. “Bueno – dijo Reger en tono de chanza-, podía haber
sido mucho más largo y mucho más bello, pero llegó mi mujer y me apagó la
lámpara. Una lástima”.
Es verdad que
podía escribir música a una velocidad increíble; de todos los compositores de
ese periodo –nació en 1873- era el más prolífico. Llegó hasta el Op. 146, pero
tiene muchas piezas sin número de opus, y solía agrupar varias piezas bajo un
solo número. Su sorprendente Op. 79, por ejemplo, incluye diez piezas para
piano. ocho canciones, trece preludios para órgano, cuatro piezas para violín o
violonchelo y piano y diecisiete corales.
En este aspecto, parece más bien un compositor barroco
que tardorromántico. Quién dijo que Bach
escribía música como un manzano da manzanas? Lo mismo se podría haber dicho de
Max Reger. Reger murió a los 43 años, así que todo ese ingente catálogo fue
compuesto en unos 20 años. Y durante gran parte de ese período, dio clases
regularmente y ofreció conciertos como pianista y director.
Un hombre
prolífico, demasiado grande para este mundo.
Cuando tenía 24 años escribió una serie de deliciosas y amenas improvisaciones para
piano. Se las dedicó a un médico del ejército que le mantuvo de baja durante
todo el año que duró su servicio militar, declarándole patológicamente incapaz
de hacerlo, y salvándole así de una quiebra total. En realidad, Reger parecía
completamente incapaz de soportar las tensiones de la vida diaria, por no hablar
de las tensiones y frustraciones de la profesión musical. Su familia no estaba
en una situación desahogada, y para él fue muy duro abrirse camino en la vida;
sufrió mucho, sobre todo al principio de su carrera, por culpa de los críticos
que detestaban su música y de los editores, que sólo publicaban sus grandes
obras si les proporcionaba otras menores, más comerciales y accesibles. Éstas
eran compuestas muy a menudo por la noche. El alcohol le ayudó a aliviarse de
las presiones de la vida, hasta cierto punto. Pero en ocasiones era peor el
remedio que la enfermedad, como aquella en la que tuvo que ser sacado de un
banquete en su honor que había interrumpido gritando completamente borracho a
un crítico. El alcoholismo y el exceso de trabajo acortaron sus días, sin
duda. Aunque conoció la fama, el éxito y
una relativa popularidad durante sus últimos años, su música nunca ha tenido
demasiados admiradores fuera de Alemania. Unos cuarenta años después de su
muerte, la quinta edición del diccionario Grove decía que “indudablemente
compuso demasiada música, y la mayor parte de su obra, a excepción de algunas
atractivas canciones, está demasiado llena de notas. Se trata de una obra, en
conjunto, carente de luz y aire”. Incluso un biógrafo reciente, admirador suyo,
ha alumbrado la teoría de que el apetito excesivo de Reger por la comida y la
bebida estaba relacionada en cierto modo con su excesiva”producción musical. Y
no hay que buscar mucho para encontrar libros que hablen de la “densidad
impenetrable de su contrapunto”y su hábito de no quedarse mucho tiempo en la
misma clave.
De cómo una
pequeña parte puede distorsionar el conjunto
Por todo lo dicho, parece uno de esos compositoers a
evitar a toda costa; uno de sus críticos más hostiles dijo que su música era
“nada más que una serie de sonidos densos y disonantes, descontrolados e
informes, fruto de un cerebro musicalmente perverso”. Y hay interpretaciones de
su música en las que cada palabra de esta denuncia se hace cierta. Pero hasta
que no escuchemos una interpretación buena no estaremos en condiciones de decir
si esta impresión es por culpa del intérprete o del compositor, y tras una
velada particularmente agotadora de música de órgano en la que todas las piezas
sonaban exactamente igual –grises, opacas y erráticas -no cabe duda que no dan
ganas de darle otra oportunidad.
Pero con el tiempo, escuchando otras piezas muy
diferentes, se llega a la conclusión de que hay dos Reger, y que hay cierta
confusión entre los dos. El otro Reger escribía música lúcida y genial, a veces
ligera o incluso llena de humor. También tiene piezas meditativas, que a veces
suenan como Brahms o Schumann, otras como Dvorak, pero con deliciosas sorpresas
siempre que el oyente intenta adivinar qué música vendrá después. También (habrá
varios Reger?) tiene numerosos virtuosistas, como un cruce entre Liszt y
Brahms, y también obras orquestales de
económica instrumentación, como las de Haydn, otras tan melódicas como las de
Schubert, y sin una sola nota de más. Lo que tiene todas ellas en común es una
amenidad desbordante. Puede éste ser Max Reger el ceñudo y abstruso
contrapuntista, el hombre más interesado en elaborar complicados medios para
pasar de una clave a otra que en componer melodías atractivas?
Disfrute de
Reger
Reger fue un maestro del contrapunto, y algunas veces
muestra sus habilidades con excesiva ostentación, y era un genio absoluto de la
modulación, pasando de una clave a otra de forma que el oyente se pregunta
adónde diablos va.
Pero en las interpretaciones realmente buenas, de esas
que hay hoy día muchas más que cuando el Grove
le despellejó, todo lo que hace falta para disfrutar con Reger es bajar un poco
el volumen. En sus mejores piezas da la sensación de que está sentado a nuestro
lado esperando a que nos apercibamos de la habilidad de lo que está haciendo, y
sonriendo con placer, como hacía cuando componía sus piezas. Con todas las
dificultades que experimenta, amaba su música, y en sus piezas podemos percibir
este disfrute con toda claridad.
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