viernes, 18 de abril de 2014

EL RETORNO / Antenor ORREGO

Esta noche estoy solo conmigo, madre mía, con mis músculos de hombre y con mi pequeño corazón infantil, abrazado a tu inmortalidad que no quiere marcharse de la tierra; de esta tierra a la vez tan áspera y tan dulce, tan positiva y tan incierta…

   Mi pequeño corazón ha retozado en tu regazo tibio, como en otros días blancos; y mi amor te ha tenido a mi lado, acariciando tus manos, mientras tus labios fingían reproches y enfados, a la par que tus pupilas de madona me besaban grávidas de miel.

   He llamado a la Muerte: la he adulado con tres o cuatro zalemas de esas que tú me enseñaste cuando estaba chiquito para comprarme. La he colmado de decires sabrosos, como hacía con mi niñera. Al fin, la he sobornado.
Le he dicho: “Oye, gentil damita negra, deja a mi madrecita por unos momentos”.

   “Ella me ha dicho: “Bueno, hijo, qué fastidioso eres” y se ha ido (me ha llamado: “hijo”. ¿Porqué, madrecita, todos seremos hijos de la Muerte”?)


   Es así como esta noche henchida de tu silencio, estoy solo conmigo madre mía; con mis músculos de hombre y con mi pequeño corazón infantil, abrazado a tu inmortalidad

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