lunes, 7 de abril de 2014

LABOR DE AMOR / J. D.

HUBO UNA vez un santo que había tenido una vida larga y feliz. Un día bajó a verlo un ángel del Señor, quien lo encontró en la cocina del monasterio.
   -Dios me ha enviado –le dijo-. Ha llegado la hora de llevarte a la Vida Eterna.
   -Agradezco al Todopoderoso su bondad –repuso el buen hombre-, pero, como podrás ver, no puedo dejar todos estos platos sucios. No quiero parecer malagradecido, pero ¿no sería posible retrasar mi viaje al otro mundo hasta que acabe esta tarea?
   El ángel lo contempló con la mirada bondadosa y comprensiva que suelen tener los seres alados.
   -Veremos qué se puede hacer –prometió. Y acto seguido desapareció.
   El santo siguió fregando sus trastos y atendiendo a muchos otros quehaceres. Un día, mientras escarbaba en el jardín, nuevamente se le apareció el mensajero de Dios. El virtuoso varón indicó con la azada los surcos:
   -Mira cuánto hay que desyerbar aquí –dijo-. ¿Crees que podríamos aplazar todavía un poco el viaje a la Eternidad?
   Sonriendo nuevamente, el ángel se desvaneció.
   El justo siguió trabajando con la azada. Y luego pintó el granero. Entre una y otra tarea, el tiempo se fue pasando, hasta que un día el venerable se hallaba en el hospital atendiendo a los enfermos. Acababa de llevar agua fría para que bebiera un paciente con fiebre, cuando, al levantar la vista, vio nuevamente al espíritu celeste.
   Esta vez el santo se limitó a abrir los brazos en un gesto de resignación y compasión. Con la mirada indicó al ángel el salón donde tanta gente sufría. Sin decir una palabra, el alado espíritu se esfumó.
   Esa noche, al volver a su celda del monasterio, el buen hombre pensó en el ángel y en cuántas veces le había dado largas. De repente se sintió viejo y cansado, y exclamó:
   -Señor: si quieres mandarme a tu mensajero otra vez, estoy dispuesto a recibirlo ahora.
   No bien hubo dicho eso, cuando el espíritu de luz se le apareció.
   Si deseas llevarme –declaró el virtuoso-, estoy listo ya a establecer mi morada en la Eternidad.
   Mirando al santo con la sabia y amorosa mirada propia de los ángeles, contestó el mensajero de Dios:
   -Pues, ¿dónde crees que has estado hasta ahora?

-J.D.

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