(Condensado
de “Hygeia)
POR TODOS los
tejidos del cuerpo humano, inclusa la piel, se extiende una red maravillosa de
vasos diminutos trasparentes, que se asemeja a un encaje de nudos. Es el
sistema linfático, que a la generalidad de las gentes les es casi desconocido,
a pesar de su gran importancia. Por sus conductos microscópicos circula un
líquido misterioso de color pajizo –la linfa- que en su curso hace prodigios
bioquímicos para la conservación de la salud y por ende de la vida.
Es probable que todo el mundo haya visto uno
de los pequeños milagros de la linfa sin saber quién es el taumaturgo ni cómo
procede. Cuando uno se hace una cortadura en un dedo y la descuida durante un
día, la herida empieza a enconarse. Entonces se ven aparecer en ella una
gotitas de un fluido ligeramente amarillento. Son gotas de linfa que llevan
células especiales cuya función es ayudar a los glóbulos blancos de la sangre a
destruir los organismos infecciosos.
Si estos organismos penetran más allá de la
herida, el sistema linfático los entrampa y los lleva al ganglio o nudo
linfático inmediato, donde hace otro esfuerzo por extirparlos. Los ganglios,
cuyo tamaño varía desde el de un grano de mostaza hasta el de una haba grande,
producen linfocitos, esto es, glóbulos blancos de que la sangre se sirve para
combatir las enfermedades, y los cuales abundan en todo el cuerpo. Los ganglios
más grandes están agrupados en la nuca, las ingles, las axilas y los
intestinos. Son filtros mecánicos que detienen no solamente las bacterias, sino
también los residuos de células y otras materias extrañas. Un fisiólogo las
llama muy acertadamente “basureros del cuerpo”.
Pero esta función protectora, aunque de sumo
valor, no es más que una pequeña parte de la gran tarea del sistema linfático.
La vida misma depende de la linfa, que, si bien se asemeja mucho a la sangre en
su composición química, difiere de ella en varios respectos importantes. La
linfa se deriva del sistema sanguíneo, al cual vuelve al fin; pero en el
intervalo, sirviéndose de su propia red circulatoria, desempeña un papel
fisiológico que parece milagroso: el de salvar proteínas –elementos
fundamentales de la estructura del cuerpo- que se perderían si el sistema
linfático no se encargara de recogerlas y llevarlas a su destino. He aquí
sucintamente lo que pasa:
Impulsados por el corazón, los fluidos pasan
por los poros de los tubos capilares –los vasos sanguíneos más pequeños-
llevando alimentos a los tejidos y arrastrando residuos de los procesos
vitales. Estos fluidos se componen de moléculas de proteína, varias sales y
agua. Las sales y el agua pueden volver y vuelven a las venas; pero las
proteínas no pueden entrar otra vez directamente en el sistema venoso, y dan origen
a un problema complicado. Si se dejan acumular, el exceso de ellas puede
perjudicar los tejidos circunvecinos. Al mismo tiempo, hay otras partes del
cuerpo que las necesitan y a las cuales es preciso llevarlas.
Actuando como papel secante, los vasos linfáticos
absorben el líquido de filtración, que contiene las proteínas. Por su propio
sistema circulatorio, que es enteramente independiente del de la sangre, la
linfa se dirige entonces al centro del cuerpo. En los intestinos, los vasos
linfáticos reciben una emulsión de grasas procedentes de los alimentos que han
sido transformados por los jugos digestivos.
La linfa, que ahora lleva las proteínas y
las grasas, está ya lista para volver al torrente sanguíneo. Unas valvulillas
diminutas en forma de aletas, situadas en las paredes interiores de los
conductos linfáticos, impiden que el
fluido retroceda: la linfa no puede moverse sino en un sentido: hacia el
corazón.
Pero, a diferencia del flujo de la sangre,
que se debe al bombeo del corazón, el de la linfa se debe exclusivamente a los
movimientos musculares y respiratorios. Así, por ejemplo, ciertos conductos
linfáticos se enrollan en los músculos de los brazos y las piernas, y cuando
estos músculos se dilatan o se contraen, ejercen presión sobre los conductos e
impulsan la linfa hacia adelante. En los intestinos se necesita una fuerza
poderosa que haga subir la pesada emulsión de grasas recogidas por la linfa.
Aquí se verifica una de las maravillas fisiológicas más pasmosas. El conducto
linfático se enrolla en la más potente de las arterias –la aorta- de cuyas
fuertes pulsaciones se aprovecha para impulsar la linfa.
Por lo común, la linfa se mueve lentamente.
Sin embargo, su movimiento puede acelerarse, con ventaja para la salud y el
vigor del cuerpo, por medio del ejercicio, el masaje y la respiración a pulmón
lleno.
Un poco arriba de la entrada al corazón, la
corriente principal de linfa desemboca en una de las venas mayores. Así, la
linfa, después de recoger los productos más nutritivos de la digestión, los
lleva al torrente circulatorio por vías indirectas y operaciones biológicamente
ingeniosas.
En todo su curso, la linfa pasa por las
miríadas de ganglios que forman las estaciones filtradoras del sistema
linfático. Estos ganglios son pequeñas glándulas que tienen que resistir
fuertes ataques. Por ejemplo, una infección en la mano puede causar hinchazón
dolorosa de los ganglios de la axila; una infección del pie o de la pierna
puede producir inflamación de los ganglios de la ingle. Estas son manifestaciones
de la lucha del cuerpo con los organismos patógenos que tratan de invadirlo. A
no ser que los ganglios triunfen exterminando por completo las bacterias, las
que queden entrarán a las venas y arterias y causarán septicemia, o
envenenamiento de la sangre.
Algunas veces las bacterias entrampadas
infectan los ganglios mismos, produciendo inflamación aguda y abscesos. En
tales casos llega a ser necesario extraerlos. Las células cancerosa son
detenidas por los ganglios, pero al mismo tiempo éstos pueden convertirse en
centros de nuevos tumores malignos. Así, en el tratamiento del cáncer, hay que
vigilar los ganglios que corresponden al área del tumor.
El sistema linfático está expuesto a
enfermedades que le son peculiares. En la elefantiasis, por ejemplo, invade los
tejidos linfáticos un parásito filiforme que les impide desempeñar sus
funciones de drenaje, de lo cual resultan piernas hinchadas hidrópicas y
aspereza de la piel.
En vista de la importancia vital de la
linfa, ocurre la pregunta: ¿Qué sucedería si algo impidiera que la linfa
volviese a la sangre? Los hombres de ciencia hallaron la respuesta clara en una
mujer que había recibido una puñalada en la nuca. El arma cortó el conducto
principal por donde la linfa vuelve al corazón. La mujer enflaquecía más y más
y empeoraba tan rápidamente que la muerte parecía inevitable. Los cirujanos
repararon entonces las vías linfáticas, por las cuales la linfa volvió a fluir
hacia los vasos sanguíneos. Al cabo de unas pocas semanas la enferma había
recobrado sus carnes y se había restablecido lo suficiente para salir del
hospital.
Silenciosa e invisiblemente, el torrente de
la linfa corre por las células de los órganos y los riega con un fluido
alcalino vital. Es uno de los más admirables mecanismos de que dispone el
cuerpo humano para conservar su economía y su equilibrio internos. Es un
instrumento de supervivencia tan adaptable y maravilloso como la sangre de que
proviene y a la cual, por el más extraño de los procesos fisiológicos, alimenta
y vigoriza.
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