lunes, 14 de abril de 2014

SAN MARCOS SEGÚN SU EVANGELIO / Ernest HAUSER

San Marcos, uno de los padres fundadores del Cristianismo, se nos revela, en el más breve de los Evangelios, no sólo como hombre de  gran fe, sino también de profunda humanidad.
“Y ABANDONÁNDOLE,  huyeron todos. Un cierto joven le seguía, envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo, y trataron de apoderarse de él; más él, dejando la sábana, huyó desnudo”.
Este extraño incidente, que únicamente se menciona en el Evangelio según San Marcos, ha impulsado a muchos lectores de la Biblia a pensar que encierra una clara referencia al autor mismo. Es tentador suponer que el evangelista, quizá aún adolescente, estuvo en el huerto de Getsemaní la noche en que prendieron a Jesucristo, y que  huyó aterrado al verse él también amenazado. El que conociera personalmente al Señor es sólo una conjetura. En todo caso su vida adulta estuvo consagrada por completo a la fe a la cual debemos uno de los libros capitales de la Historia.
Aunque por orden numérico es el segundo de los Evangelios, según aparecen en la Biblia, este es el más antiguo de los cuatro libros sagrados y sirvió de modelo a los Evangelios sinópticos (“populares”) escritos por san Mateo y san Lucas. El “Evangelio espiritual” de san Juan, que fue el último en publicarse, ocupa sitio aparte. Quizá por ser el más breve de los Evangelios, la obra de san Marcos fue durante siglos el libro inadvertido entre los del Nuevo Testamento. Hoy, sin embargo,, es el Evangelio preferido de un número creciente de fieles. Su concisión, su lenguaje directo y preciso, el énfasis que san Marcos pone más en los hechos que en las palabras, todo esto lo convierte en el más accesible de los cuatro evangelistas.
Misión entre los paganos. Su nombre hebreo era Juan; con frecuencia se habla de él como Juan Marcos, y tal vez el “apellido” latino de Marcos indique su posible conexión con Imperio Romano, que entonces gobernaba a Palestina. Su familia era acomodada.  María, la madre de Marcos, vivía en Jerusalén en una amplia casa que servía de punto de reunión  al pequeño grupo de acosados cristianos de la ciudad. Algunos opinan que esa fue la casa que escogió Jesús para la Ultima Cena con sus apóstoles, y que el “buen hombre” de quien Cristo hizo referencia en relación con aquella que no era otro que el padre de Marcos. N o hay duda de que Marcos creció en un ambiente vibrante de temores y esperanzas y sacudido por la emoción de una nueva fe.
No es extraño que el joven, talentoso y atractivo, ocupara un puesto activo en la comunidad. Los cristianos de Antioquía, entonces floreciente ciudad, situada en la costa siria (hoy territorio turco), habían mandado dos emisarios con dinero para ayudar a sus hermanos oprimidos de Jerusalén. Estos mensajeros eran Pablo y Bernabé. Durante su estadía en Jerusalٕén es probable que se alojaran en casa de María, que era tía de Bernabé.
Al partir Pablo y Bernabé en su primera misión entre los paganos, se llevaron como ayudante a Marcos. Este compartió con ellos las dificultades del viaje, y posiblemente los ayudaba a veces bautizando o pronunciando un sermón. Pero cuando llegaron a Perga, ciudad situada en las costas de Asia Menor, Marcos dejó a sus dos compañeros y regresó a casa.
Los eruditos han intentado encontrar alguna razón para explicar el extraño regreso de Marcos. Algunos creen que fue el miedo que sentía acostumbrado a vivir en una ciudad, ante los duros caminos de las altas montañas de Asia, sembrados de bandidos, y que conducían a las profundidades paganas de Galacia, la meta de los dos misioneros. ¿O tal vez sentía nostalgia de Jerusalén? Fuera lo que fuese, Pablo no pudo olvidar fácilmente el brusco cambio de actitud de Marcos. Más tarde, con todo, reanudaron relaciones. Pablo generosamente lo perdonó, inclusive lo admitió en su círculo más íntimo.
Pero fue Pedro, el príncipe de los apóstoles, quien, gracias a su intimidad con Marcos, influyó  de manera más decisiva en su carrera. Su amistad quizá comenzó cuando Marcos era todavía un muchacho en Jerusalén. La figura majestuosa del pescador de Galilea debió de causar gran impresión en el joven Marcos. Quizá también Pedro, hombre ya maduro, quien iniciara al joven en la nueva fe, y es posible que incluso fuera él quien lo bautizara. Y tal vez sus destinos se cruzaron de nuevo en Antioquía, donde Pedro era uno de los guías de la Iglesia, y la amistad de ambos se afianzó y profundizó gracias al trabajo común.
Un relato de acción. A medida que el Cristianismo dirigía su llamamiento desde Palestina al vasto mundo de los gentiles, era natural que Marcos se uniera al grupo creciente de la comunidad cristiana de Roma, centro del poder en el mundo occidental. Podemos suponer que algo más tarde se encontrara en Roma con Pedro, quien muy probablemente desempeñaba ya un influyente papel allí y que debió alegrarse de poder utilizar el notable talento de su fiel amigo. “Marcos, hijo mío, le llama afectuosamente el anciano al final de su Primera Epístola.
“Marcos escribió cuidadosamente, mas no en estricto orden, todo lo que Pedro recordaba acerca de lo que Cristo había dicho y hecho”. Esto escribía Papías, obispo en el Asia Menor, una generación después de la muerte de Pedro. Porque la verdad es que Jesús de Nazaret no dejó ningún testimonio escrito. La épica historia de su vida y de su muerte había pasado de unos a otros sólo en forma oral. Pero como los testigos de aquellos sucesos iban desapareciendo y los nuevos y ardientes conversos pedían más y más detalles, se hizo palpable la urgencia de tener una relación escrita.
El que existieran uno o dos breves relatos antes de que Marcos escribiera su Evangelio, es tema que ha causado grandes debates; aunque Mateo y Lucas se guiaron ambos en muy grande medida por el original de Marcos, parece ser que al mismo tiempo; o dispusieron de otra fuente común de noticias que no ha llegado hasta nosotros. La opinión de la mayoría coincide en que Marcos fue el primer escritor que compuso un relato acerca de la vida terrena de Jesucristo y que su obra está basada, en su mayor parte, en testigos oculares y en la tradición viva. Y podemos también suponer que su fuente principal fue Pedro, miembro principal del círculo íntimo de Jesucristo desde los comienzos del Cristianismo en Galilea.
Marcos andaba cerca de los 50 años cuando, aproximadamente en el año 65, escribió el Evangelión, palabra que significa la Buena Nueva y de la cual se deriva la actual denominación de Evangelio que utilizamos. Marcos, que escribe en griego, entonces la lengua común en el este del Mediterráneo, muestra una tendencia a utilizar frases y expresiones vulgares. Algunos peritos perciben, tras el texto, un autor que escribió en griego pero pensaba en arameo, la lengua materna de Jesucristo y los Apóstoles.
El Evangelio de san Marcos no es un libro de historia, ni una biografía de Jesucristo. Marcos nos habla de Jesús, el “Hijo del Hombre”, cuyas obras y martirio prueban que es el  Hijo de Dios. En el libro de Marcos buscaremos en vano el Padrenuestro o el Sermón de la Montaña. Marcos sólo nos narra ocho parábolas (contra 20 de Mateo y 29 de Lucas) y tan sólo un extenso sermón. En todo su Evangelio, el énfasis está en la acción. Su narrativa es como un trueno, desde la aparición de Jesús ante el Bautista, hasta que, prosiguiendo como un río impetuoso, llega al martirio y a la resurrección del Salvador.
El estilo fogoso de Marcos apresura los acontecimientos: “Y le miraron… Y asciende… E inmediatamente… Y en seguida… Y de pronto…” Siguiendo la tradición oral de la Iglesia primitiva, Marcos utiliza a menudo el tiempo presente del verbo: “Y a uno por allí pasaba, cierto  Simón… requiriéndole para que le lleve a cuestas su cruz. Y llevan a Jesús al lugar del Gólgota…”.
Destellos de poesía. Por los apiñados 16 capítulos del Evangelio de san Marcos, podemos seguir los viajes de Jesucristo por Galilea, lo vemos obrar milagros y somos testigos del momento culminante de su vida. Marcos nos revela claramente que el ministerio de Jesús fue una tremenda batalla contra una serie de abrumadoras desventajas. Nosotros, como espectadores, nos damos cuenta, con el alma en vilo, de cómo se va aproximando a su fin inevitable. La narración se termina, brusca y misteriosamente, en la tumba vacía: “Saliendo (María Magdalena, y María la de Santiago, y Salomé) huían del monumento, porque el temor y el espanto se habían apoderado de ellas, y a nadie dijeron nada; tal era el miedo que tenían”.
Muchos y vívidos detalles hacen que nos sintamos en presencia de los sucesos. Temblamos de pavor al ver a Jesús “dormido sobre una almohada” en la barca que a merced de la tormenta amenaza zozobrar. Cuando Jesucristo resucita a la jovencita de doce años, le oímos utilizar su lengua natal, el arameo: “Talitha qumi (¡Niña, a ti te lo digo, levántate!)”. En varias ocasiones ilumina su texto con destellos poéticos: “… y se transfiguró ante ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, muy blancas, como no las puede blanquear lavandero alguno sobre la tierra”.
Marcos no se anda con rodeos. Una y otra vez nos dice que los apóstoles eran demasiado obtusos para comprender el carácter de Mesías de Jesucristo: “Teniendo ojos, ¿no veis? El Señor les pregunta”¿Pues aún no caéis en la cuenta? Se disputan entre ellos quién ha de ser el “primero”. El mismo Pedro “reprende” al Señor  cuando Él les anuncia su inevitable martirio, y Jesús le dice: “Quítate allá, Satán, porque no sientes según Dios, sino según los hombres”.
El Evangelio de san Marcos refleja una humanidad sin adornos, real y crudamente. Hay en él también una fe perseverante. Marcos  escribió su Evangelio bajo el  reinado de Nerón, el emperador romano que cobró fama por sus sangrientas persecuciones contra los seguidores de Jesucristo. Sus lectores podrían verse detenidos en cualquier momento como enemigos del Estado, conducidos a prisión, torturados o arrojados a las fieras en el circo del emperador. Así considerado, viene podríamos llamar al Evangelio de san Marcos un Manual para Mártires. El mismo Cristo, ¿no les había prevenido que tendrían que beber de la misma copa que él había bebido? “Estad alerta: os entregarán a los sanedrines, y en las sinagogas seréis azotados, y compareceréis ante los gobernadores y los reyes por amor de mí”. Palabras semejantes habrán sido las que aquellos valerosos hombres y mujeres recordaran en su última agonía, así como la promesa: “El que perseverare hasta el fin, ese será salvo”.
De este modo surge un escritor de vigor y de fe. Una gran hombría se hace palpable en cada versículo. Su valor para proclamar la verdad tal y como le fue revelada se une con su cálida humanidad para darnos la imagen de una verdadera figura de apóstol.
Origen del Nuevo Testamento. El Evangelio de san Marcos, copiado por manos piadosas, circuló en pocos años por todo el mundo mediterráneo, y los cristianos todos lo aceptaron como una autoridad. Entre sus ávidos lectores se contaron el apóstol Mateo y Lucas, el gentil, quienes debieron encontrar el libro en el cercano oriente. De los 661 versículos auténticamente de san Marcos, 630 aparecen, con variantes o sin ellas, en los Evangelios de Lucas y Mateo. Es menos seguro que san Juan leyera a Marcos. Hacia el fin del siglo segundo, los ancianos de la Iglesia unieron los cuatro libros, así como las trece epístolas de san Pablo y los Hechos de los Apóstoles para formar un solo volumen al que se le confirió el mismo privilegio que sustentaban las sagradas escrituras. Así nació el Nuevo Testamento.
No tenemos ninguna noticia segura acerca de los últimos años de san Marcos. Según algunos escritores cristianos primitivos, se dirigió a Alejandría (Egipto), donde desempeñó el cargo de obispo de la Iglesia Cristiana y se cree que murió mártir. Se proclamó al evangelista patrón de la ciudad y se edificó una iglesia para albergar sus reliquias. A medida que pasaron los siglos, esta iglesia se fue embelleciendo, hasta que el esplendor de sus mármoles y oros igualaron al parecer el poder y la riqueza del Estado  veneciano. Hoy la basílica de san Marcos, con sus altiva cúpulas y sus brillantes mosaicos, es una de las grandes atracciones turísticas del mundo, y, al mismo tiempo, una muestra sin rival del arte cristiano. Y aunque la “República de San Marcos” ha tiempo que pasó a la historia, el león alado, antiguo y respetado símbolo de san Marcos, sigue siendo todavía el emblema oficial de Venecia, la ciudad nacida del mar.

Marcos mismo está presente en la actualidad en todas las casas donde exista una Biblia. Como sus colegas evangelistas, modestamente deja que el texto de su “Buena Nueva” hable por sí mismo. Sin embargo, aunque el autor prefiera la sombra del anonimato al brillo de la fama, nuestro conocimiento del hombre que alienta en su Evangelio puede contribuir a hacernos disfrutar aún más de la lectura de su obra.   

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