San Marcos,
uno de los padres fundadores del Cristianismo, se nos revela, en el más breve
de los Evangelios, no sólo como hombre de
gran fe, sino también de profunda humanidad.
“Y ABANDONÁNDOLE, huyeron todos. Un cierto joven le seguía,
envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo, y trataron de apoderarse de él;
más él, dejando la sábana, huyó desnudo”.
Este extraño
incidente, que únicamente se menciona en el Evangelio según San Marcos, ha
impulsado a muchos lectores de la Biblia a pensar que encierra una clara
referencia al autor mismo. Es tentador suponer que el evangelista, quizá aún
adolescente, estuvo en el huerto de Getsemaní la noche en que prendieron a
Jesucristo, y que huyó aterrado al verse
él también amenazado. El que conociera personalmente al Señor es sólo una
conjetura. En todo caso su vida adulta estuvo consagrada por completo a la fe a
la cual debemos uno de los libros capitales de la Historia.
Aunque por
orden numérico es el segundo de los Evangelios, según aparecen en la Biblia,
este es el más antiguo de los cuatro libros sagrados y sirvió de modelo a los
Evangelios sinópticos (“populares”) escritos por san Mateo y san Lucas. El
“Evangelio espiritual” de san Juan, que fue el último en publicarse, ocupa
sitio aparte. Quizá por ser el más breve de los Evangelios, la obra de san
Marcos fue durante siglos el libro inadvertido entre los del Nuevo Testamento.
Hoy, sin embargo,, es el Evangelio preferido de un número creciente de fieles.
Su concisión, su lenguaje directo y preciso, el énfasis que san Marcos pone más
en los hechos que en las palabras, todo esto lo convierte en el más accesible
de los cuatro evangelistas.
Misión entre
los paganos. Su nombre hebreo era Juan; con frecuencia se habla de él como Juan
Marcos, y tal vez el “apellido” latino de Marcos indique su posible conexión
con Imperio Romano, que entonces gobernaba a Palestina. Su familia era
acomodada. María, la madre de Marcos,
vivía en Jerusalén en una amplia casa que servía de punto de reunión al pequeño grupo de acosados cristianos de la
ciudad. Algunos opinan que esa fue la casa que escogió Jesús para la Ultima
Cena con sus apóstoles, y que el “buen hombre” de quien Cristo hizo referencia
en relación con aquella que no era otro que el padre de Marcos. N o hay duda de
que Marcos creció en un ambiente vibrante de temores y esperanzas y sacudido
por la emoción de una nueva fe.
No es extraño
que el joven, talentoso y atractivo, ocupara un puesto activo en la comunidad.
Los cristianos de Antioquía, entonces floreciente ciudad, situada en la costa
siria (hoy territorio turco), habían mandado dos emisarios con dinero para
ayudar a sus hermanos oprimidos de Jerusalén. Estos mensajeros eran Pablo y
Bernabé. Durante su estadía en Jerusalٕén es probable que se alojaran en casa
de María, que era tía de Bernabé.
Al partir
Pablo y Bernabé en su primera misión entre los paganos, se llevaron como
ayudante a Marcos. Este compartió con ellos las dificultades del viaje, y
posiblemente los ayudaba a veces bautizando o pronunciando un sermón. Pero
cuando llegaron a Perga, ciudad situada en las costas de Asia Menor, Marcos
dejó a sus dos compañeros y regresó a casa.
Los eruditos han intentado encontrar alguna razón para explicar el
extraño regreso de Marcos. Algunos creen que fue el miedo que sentía
acostumbrado a vivir en una ciudad, ante los duros caminos de las altas
montañas de Asia, sembrados de bandidos, y que conducían a las profundidades
paganas de Galacia, la meta de los dos misioneros. ¿O tal vez sentía nostalgia
de Jerusalén? Fuera lo que fuese, Pablo no pudo olvidar fácilmente el brusco
cambio de actitud de Marcos. Más tarde, con todo, reanudaron relaciones. Pablo
generosamente lo perdonó, inclusive lo admitió en su círculo más íntimo.
Pero fue Pedro, el príncipe de los apóstoles, quien, gracias a su intimidad
con Marcos, influyó de manera más
decisiva en su carrera. Su amistad quizá comenzó cuando Marcos era todavía un
muchacho en Jerusalén. La figura majestuosa del pescador de Galilea debió de
causar gran impresión en el joven Marcos. Quizá también Pedro, hombre ya
maduro, quien iniciara al joven en la nueva fe, y es posible que incluso fuera
él quien lo bautizara. Y tal vez sus destinos se cruzaron de nuevo en
Antioquía, donde Pedro era uno de los guías de la Iglesia, y la amistad de
ambos se afianzó y profundizó gracias al trabajo común.
Un relato de acción. A medida que el Cristianismo dirigía su
llamamiento desde Palestina al vasto mundo de los gentiles, era natural que
Marcos se uniera al grupo creciente de la comunidad cristiana de Roma, centro
del poder en el mundo occidental. Podemos suponer que algo más tarde se
encontrara en Roma con Pedro, quien muy probablemente desempeñaba ya un
influyente papel allí y que debió alegrarse de poder utilizar el notable
talento de su fiel amigo. “Marcos, hijo mío, le llama afectuosamente el anciano
al final de su Primera Epístola.
“Marcos escribió cuidadosamente, mas no en estricto orden, todo lo que
Pedro recordaba acerca de lo que Cristo había dicho y hecho”. Esto escribía
Papías, obispo en el Asia Menor, una generación después de la muerte de Pedro.
Porque la verdad es que Jesús de Nazaret no dejó ningún testimonio escrito. La
épica historia de su vida y de su muerte había pasado de unos a otros sólo en
forma oral. Pero como los testigos de aquellos sucesos iban desapareciendo y
los nuevos y ardientes conversos pedían más y más detalles, se hizo palpable la
urgencia de tener una relación escrita.
El que existieran uno o dos breves relatos antes de que Marcos
escribiera su Evangelio, es tema que ha causado grandes debates; aunque Mateo y
Lucas se guiaron ambos en muy grande medida por el original de Marcos, parece
ser que al mismo tiempo; o dispusieron de otra fuente común de noticias que no
ha llegado hasta nosotros. La opinión de la mayoría coincide en que Marcos fue
el primer escritor que compuso un relato acerca de la vida terrena de
Jesucristo y que su obra está basada, en su mayor parte, en testigos oculares y
en la tradición viva. Y podemos también suponer que su fuente principal fue
Pedro, miembro principal del círculo íntimo de Jesucristo desde los comienzos
del Cristianismo en Galilea.
Marcos andaba cerca de los 50 años cuando,
aproximadamente en el año 65, escribió el Evangelión,
palabra que significa la Buena Nueva y de la cual se deriva la actual
denominación de Evangelio que utilizamos. Marcos, que escribe en griego,
entonces la lengua común en el este del Mediterráneo, muestra una tendencia a
utilizar frases y expresiones vulgares. Algunos peritos perciben, tras el
texto, un autor que escribió en griego pero pensaba en arameo, la lengua
materna de Jesucristo y los Apóstoles.
El Evangelio de san Marcos no es un libro de
historia, ni una biografía de Jesucristo. Marcos nos habla de Jesús, el “Hijo
del Hombre”, cuyas obras y martirio prueban que es el Hijo de Dios. En el libro de Marcos
buscaremos en vano el Padrenuestro o el Sermón de la Montaña. Marcos sólo nos
narra ocho parábolas (contra 20 de Mateo y 29 de Lucas) y tan sólo un extenso
sermón. En todo su Evangelio, el énfasis está en la acción. Su narrativa es
como un trueno, desde la aparición de Jesús ante el Bautista, hasta que,
prosiguiendo como un río impetuoso, llega al martirio y a la resurrección del
Salvador.
El estilo fogoso de Marcos apresura los
acontecimientos: “Y le miraron… Y asciende… E inmediatamente… Y en seguida… Y
de pronto…” Siguiendo la tradición oral de la Iglesia primitiva, Marcos utiliza
a menudo el tiempo presente del verbo: “Y a uno por allí pasaba, cierto Simón… requiriéndole para que le lleve a
cuestas su cruz. Y llevan a Jesús al lugar del Gólgota…”.
Destellos de poesía. Por los apiñados 16
capítulos del Evangelio de san Marcos, podemos seguir los viajes de Jesucristo
por Galilea, lo vemos obrar milagros y somos testigos del momento culminante de
su vida. Marcos nos revela claramente que el ministerio de Jesús fue una
tremenda batalla contra una serie de abrumadoras desventajas. Nosotros, como
espectadores, nos damos cuenta, con el alma en vilo, de cómo se va aproximando
a su fin inevitable. La narración se termina, brusca y misteriosamente, en la tumba
vacía: “Saliendo (María Magdalena, y María la de Santiago, y Salomé) huían del
monumento, porque el temor y el espanto se habían apoderado de ellas, y a nadie
dijeron nada; tal era el miedo que tenían”.
Muchos y vívidos detalles hacen que nos
sintamos en presencia de los sucesos. Temblamos de pavor al ver a Jesús
“dormido sobre una almohada” en la barca que a merced de la tormenta amenaza
zozobrar. Cuando Jesucristo resucita a la jovencita de doce años, le oímos
utilizar su lengua natal, el arameo: “Talitha qumi (¡Niña, a ti te lo digo,
levántate!)”. En varias ocasiones ilumina su texto con destellos poéticos: “… y
se transfiguró ante ellos. Sus vestiduras se volvieron resplandecientes, muy
blancas, como no las puede blanquear lavandero alguno sobre la tierra”.
Marcos no se anda con rodeos. Una y otra vez
nos dice que los apóstoles eran demasiado obtusos para comprender el carácter
de Mesías de Jesucristo: “Teniendo ojos, ¿no veis? El Señor les pregunta”¿Pues
aún no caéis en la cuenta? Se disputan entre ellos quién ha de ser el
“primero”. El mismo Pedro “reprende” al Señor
cuando Él les anuncia su inevitable martirio, y Jesús le dice: “Quítate
allá, Satán, porque no sientes según Dios, sino según los hombres”.
El Evangelio de san Marcos refleja una humanidad
sin adornos, real y crudamente. Hay en él también una fe perseverante.
Marcos escribió su Evangelio bajo
el reinado de Nerón, el emperador romano
que cobró fama por sus sangrientas persecuciones contra los seguidores de
Jesucristo. Sus lectores podrían verse detenidos en cualquier momento como
enemigos del Estado, conducidos a prisión, torturados o arrojados a las fieras
en el circo del emperador. Así considerado, viene podríamos llamar al Evangelio
de san Marcos un Manual para Mártires. El mismo Cristo, ¿no les había prevenido
que tendrían que beber de la misma copa que él había bebido? “Estad alerta: os
entregarán a los sanedrines, y en las sinagogas seréis azotados, y
compareceréis ante los gobernadores y los reyes por amor de mí”. Palabras semejantes
habrán sido las que aquellos valerosos hombres y mujeres recordaran en su
última agonía, así como la promesa: “El que perseverare hasta el fin, ese será
salvo”.
De este modo surge un escritor de vigor y de
fe. Una gran hombría se hace palpable en cada versículo. Su valor para
proclamar la verdad tal y como le fue revelada se une con su cálida humanidad
para darnos la imagen de una verdadera figura de apóstol.
Origen del Nuevo Testamento. El Evangelio de
san Marcos, copiado por manos piadosas, circuló en pocos años por todo el mundo
mediterráneo, y los cristianos todos lo aceptaron como una autoridad. Entre sus
ávidos lectores se contaron el apóstol Mateo y Lucas, el gentil, quienes
debieron encontrar el libro en el cercano oriente. De los 661 versículos
auténticamente de san Marcos, 630 aparecen, con variantes o sin ellas, en los
Evangelios de Lucas y Mateo. Es menos seguro que san Juan leyera a Marcos.
Hacia el fin del siglo segundo, los ancianos de la Iglesia unieron los cuatro
libros, así como las trece epístolas de san Pablo y los Hechos de los Apóstoles
para formar un solo volumen al que se le confirió el mismo privilegio que
sustentaban las sagradas escrituras. Así nació el Nuevo Testamento.
No tenemos ninguna noticia segura acerca de
los últimos años de san Marcos. Según algunos escritores cristianos primitivos,
se dirigió a Alejandría (Egipto), donde desempeñó el cargo de obispo de la
Iglesia Cristiana y se cree que murió mártir. Se proclamó al evangelista patrón
de la ciudad y se edificó una iglesia para albergar sus reliquias. A medida que
pasaron los siglos, esta iglesia se fue embelleciendo, hasta que el esplendor
de sus mármoles y oros igualaron al parecer el poder y la riqueza del
Estado veneciano. Hoy la basílica de san
Marcos, con sus altiva cúpulas y sus brillantes mosaicos, es una de las grandes
atracciones turísticas del mundo, y, al mismo tiempo, una muestra sin rival del
arte cristiano. Y aunque la “República de San Marcos” ha tiempo que pasó a la
historia, el león alado, antiguo y respetado símbolo de san Marcos, sigue
siendo todavía el emblema oficial de Venecia, la ciudad nacida del mar.
Marcos mismo está presente en la actualidad en
todas las casas donde exista una Biblia. Como sus colegas evangelistas,
modestamente deja que el texto de su “Buena Nueva” hable por sí mismo. Sin
embargo, aunque el autor prefiera la sombra del anonimato al brillo de la fama,
nuestro conocimiento del hombre que alienta en su Evangelio puede contribuir a
hacernos disfrutar aún más de la lectura de su obra.
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