EN UN terreno ubicado al extremo del pueblo de Moche antiguo, cruzado
por una acequia denominada “Del camal”, se hallaba sembrado el huerto jardín que
mi padre cuidó con mucho esmero.
Don Cosme, como así se llamaba mi papá, siempre nos inculcó que la
tierra era como una madre buena, generosa, y que debíamos amarla. Él, como buen
hijo de agricultores piuranos, continuó la tradición de ser también agricultor.
Es así como dedicó una de las hectáreas
de tierra que compró en Moche, a un huerto-jardín.
El terreno escogido, denominado “La Huerta del Camal”, fue parcelada en cuatro
partes:
- La destinada al cultivo de flores, que debería estar cuidada por las hijas, a fin de que puedan disponer de flores para el arreglo de la casa y de la parroquia; tarea cumplida por mi hermana Juliana y yo.
- La que debía sembrarse de verduras y hierbas de aliño para la comida, cuidada por mi mamá, doña Elisita.
- La zona en que se sembrarían las plantas y árboles medicinales. La encargada de esto, también era mamá.
- La parte más grande fue destinada para sembrar árboles frutales, bajo la orientación de papá.
Toda la huerta era trabajada por un horticultor muy entendido, de mucha
confianza de mi padre, y muy querido por nosotros, los hermanos Luna Tirado, al
que llamábamos “Ramitos”.
Las flores lindas de la huerta, eran muchas y variadas, de hermosos y
vivos colores, y en lo mejor de la primavera, las flores adornaban y engalanaban
e impregnaban todo el ambiente con su perfume.
Mamá hacía sembrar hortalizas y legumbres, todo lo cual servía para la
rica comida, que mamá y las empleadas Rosa o Meche, preparaban muy
exquisitamente.
Mi padre en persona sembró los árboles frutales que eran muchos y todos
producían a su tiempo.
Las cosechas se hacían de acuerdo a la estación. Como siempre éstas eran
abundantes. Mamá compartía con los vecinos y sus numerosas comadres, y si
sobraba, se hacía mermeladas o compotas que los ocho hermanos consumíamos
alegres, cuando mamita Elisa nos repartía, y apurados, cuando las hurtábamos
del aparador.
¡Qué bello y grande era nuestro huerto! A la muerte de mi padre en
setiembre de 1963, se siguió cultivando, pero las cosechas ya no eran tan
alegres. Mamá sentía pena, pero sonreía cuando nuestros hijos (los nietos de
papá), gozaban de los frutos. Siempre mandaba flores a la Iglesia y al cementerio
par ponerlas en la tumba de papá y los hermanos difuntos.
Nuestro bello huerto sobrevivió once años a mi padre; hasta que vino la Reforma agraria y urbana,
después del terremoto del año 70, en que fue afectado por ser grande y estar en
la periferia del pueblo. Por ello, el Estado lo expropió sin pagar nada. Hoy
allí, se han construido casas, y de nuestro huerto no queda nada.
Nuestro jardín es añorado por los pocos hermanos que aún vivimos y por
nietos que ya cuarentones, extrañan la Huerta del Camal de Moche. ¡Yo lo añoro! Era mi
lindo huerto jardín.
Cuando evoco mi niñez y mi juventud, me veo con la tijera de cortar
flores, cogiéndolas para llevarlas en mis brazos aspirando sus exquisitos
perfumes y caminando por las calles, llegando a casa para colocarlas en los
floreros de la mesita de centro de fina madera tallada y mármol, así mismo en
los floreros de las rinconeras, también talladas, que hacían juego con los
muebles. Igualmente veo a mi padre y a mi madre sonrientes, felices de gozar
con los productos del Huerto.
-- María Julia LUNA TIRADO.
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