martes, 28 de agosto de 2012

"LA PRESENCIA DE DOÑA MARÍA JULIA": MI HUERTA "DEL CAMAL DE MOCHE".

(Condensado por el editor)
                                                                     EN UN terreno ubicado al extremo del pueblo de Moche antiguo, cruzado por una acequia denominada “Del camal”, se hallaba sembrado el huerto jardín que mi padre cuidó con mucho esmero.
   Don Cosme, como así se llamaba mi papá, siempre nos inculcó que la tierra era como una madre buena, generosa, y que debíamos amarla. Él, como buen hijo de agricultores piuranos, continuó la tradición de ser también agricultor. Es así como dedicó una de las  hectáreas de tierra que compró en Moche, a un huerto-jardín.

   El terreno escogido, denominado “La Huerta del Camal”, fue parcelada en cuatro partes:
  1. La destinada al cultivo de flores, que debería estar cuidada por las hijas, a fin de que puedan disponer de flores para el arreglo de la casa y de la parroquia; tarea cumplida por mi hermana Juliana y yo.
  2. La que debía sembrarse de verduras y hierbas de aliño para la comida, cuidada por mi mamá, doña Elisita.
  3. La zona en que se sembrarían las plantas y árboles medicinales. La encargada de esto, también era mamá.
  4. La parte más grande fue destinada para sembrar árboles frutales, bajo la orientación de papá.
   Toda la huerta era trabajada por un horticultor muy entendido, de mucha confianza de mi padre, y muy querido por nosotros, los hermanos Luna Tirado, al que llamábamos “Ramitos”.

   Las flores lindas de la huerta, eran muchas y variadas, de hermosos y vivos colores, y en lo mejor de la primavera, las flores adornaban y engalanaban e impregnaban todo el ambiente con su perfume.

   Mamá hacía sembrar hortalizas y legumbres, todo lo cual servía para la rica comida, que mamá y las empleadas Rosa o Meche, preparaban muy exquisitamente.

   Mi padre en persona sembró los árboles frutales que eran muchos y todos producían a su tiempo.

   Las cosechas se hacían de acuerdo a la estación. Como siempre éstas eran abundantes. Mamá compartía con los vecinos y sus numerosas comadres, y si sobraba, se hacía mermeladas o compotas que los ocho hermanos consumíamos alegres, cuando mamita Elisa nos repartía, y apurados, cuando las hurtábamos del aparador.

   ¡Qué bello y grande era nuestro huerto! A la muerte de mi padre en setiembre de 1963, se siguió cultivando, pero las cosechas ya no eran tan alegres. Mamá sentía pena, pero sonreía cuando nuestros hijos (los nietos de papá), gozaban de los frutos. Siempre mandaba flores a la Iglesia y al cementerio par ponerlas en la tumba de papá y los hermanos difuntos.

   Nuestro bello huerto sobrevivió once años a mi padre; hasta que vino la Reforma agraria y urbana, después del terremoto del año 70, en que fue afectado por ser grande y estar en la periferia del pueblo. Por ello, el Estado lo expropió sin pagar nada. Hoy allí, se han construido casas, y de nuestro huerto no queda nada.

   Nuestro jardín es añorado por los pocos hermanos que aún vivimos y por nietos que ya cuarentones, extrañan la Huerta del Camal de Moche. ¡Yo lo añoro! Era mi lindo huerto jardín.

   Cuando evoco mi niñez y mi juventud, me veo con la tijera de cortar flores, cogiéndolas para llevarlas en mis brazos aspirando sus exquisitos perfumes y caminando por las calles, llegando a casa para colocarlas en los floreros de la mesita de centro de fina madera tallada y mármol, así mismo en los floreros de las rinconeras, también talladas, que hacían juego con los muebles. Igualmente veo a mi padre y a mi madre sonrientes, felices de gozar con los productos del Huerto.

  -- María Julia LUNA TIRADO.

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