RÍO, que naces en la plácida laguna de
Callacuyán,
en la alta Quiruvilca. Al escaparte de ella, eres como una cadenita de plata
que se va engrosando al correr de arriba hacia abajo. Calladito, vas haciendo
un intento de gorjeo, como niño amamantado por mamá. Así te veo, mi querido río
Moche.
Río, te enriqueces de manantiales, de
granizadas, de torrentes. Casi siempre llevas agua que viertes en los campos o
en las quebradas. Después de vaciarte en las acequias y de regar el valle de
Santa Catalina, depositas tus aguas sobrantes en la bocana de Las Delicias y
éstas van al mar. Eres un río irregular, pues tu caudal se desperdicia en el
verano y baja muy menguado en el invierno.
Río,
vas creciendo, y en tu bajada te ondulas también como una culebrita de azulado
color. Tú corres entre peñascos, triturando las piedras que se hacen cascajo y
arenilla para servir al constructor. Cuando, manso, nos atraes por tu serena
tranquilidad. Por eso siendo niños, remangados y descalzos, te horadábamos
buscando en tus aguas pececillos y camarones que cogíamos con las manos. En
casa buscábamos sal, limones, camotes para preparar el cebiche o el caldillo de
licitas y camarones. Así lo hacen mis paisanas, las ágiles y alegres mocheras,
herederas de laboriosos mochicas y aguerridos chimúes, etnias que superviven
con orgullo, valentía y dignidad.
Río, nos invitas a quererte, a entrar en tus
aguas, a caminar siguiendo tu corriente. Todo en ti es alegría, es amor hecho
canción. Por eso te quiero, río cantarino, serpenteando cristalino, cual veta
de argentado metal que deslumbra la linda, alegre y rica campiña mochera.
Bendecimos que nos riegues los cultivos; la
alfalfa, los zapallos, las arvejas, los camotes, las yucas, los repollos, los
tomates, las lentejas, las caiguas, las lechugas, el maíz, los naranjos dulces,
la naranja agria, el limón dulce, el limón sutil; los verdes cañaverales, los
piñales, los guayabos, los guabos, los guanábanos, las ciruelas cansa boca, los
pepinos, los membrillos, los manguitos, los higos, el plátano manzanito, las
lúcumas. Qué decir de las flores: los rosales, las diamelas, los margaritones,
los jazmines, los claveles, las margaritas,
los doguitos, las dalias y los alhelíes…
De mayo a noviembre eres suave, dulce,
tranquilo; invitas a soñar, a meditar. Nos dicen que tus aguas ya no son las
mismas de ayer; que las han envenenado los residuos del metal extraído de las
minas. No es posible; se hace necesario que se remedie tanto mal, pues
perjudica a la agricultura del floreciente, hospitalario, saludable, valle
Moche.
Río, llega el verano, creces; te haces
ancho, caudaloso, voraz. Tus aguas se vuelven bravas, turbias, como la chicha
de jora endulzada con chancaca de Tomabal que las mujeres oriundas preparan sin
igual. No gorjeas, ruges; no besas las orillas, erosionas la tierra de los
valles que recorres. Tu voz de arrullo lleva ahora un mensaje destructor:
arrastras la tierra fértil y, a cambio, dejas piedras y arena que saben a
desolación.
Esto hace que el labriego te diga en su
canción: “Lleva río, mi esperanza, lleva río, mi ilusión; recorre el verde
valle, repitiendo en tu murmullo mi canción”. Y al rendir homenaje al santo
patrón San Isidro Labrador, yo también le pido que te conserve cantarino y
verde, y que regando la campiña la colmes siempre de frutales, de verduras y de
flores.
Declaro a los cuatro vientos que te quiero,
río Moche, pero te quiero siempre cantarino.
-- María
Julia LUNA TIRADO.
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