La serenidad
es el producto del perfecto equilibrio de las facultades espirituales; y el
equilibrio de éstas es el resultado de un cabal acuerdo entre la acción y el
pensamiento, entre la vida interior y la obra, entre la voluntad y la
conciencia.
Hay espíritus
armoniosos, como un poema, que alcanzan a realizar la máxima adaptación entre su
mundo subjetivo y su actuación externa; son aquellos que logran objetivar, con
íntegra lealtad, las conclusiones de su conciencia. La vida de cada uno de
ellos son la más fiel y la más honrada traducción de la realidad actual, y de
las demás realidades superiores que se encuentran en germen en ella. No es
posible encontrar la más ligera desviación, la más leve incongruencia. Su vida
es una euritmia magnífica, una sinergia ejemplar y única, un ritmo constante y
maravilloso.
El destino,
por una arcana colusión de las fuerzas espirituales de un siglo, forzando la
vigencia de las leyes ordinarias, permite la reco0mposición de la naturaleza
humana en un todo integral. Nada es capaz de romper la solidaria reconstitución
de la unidad armoniosa. Pensamiento, sentimiento y voluntad se expresan y
realizan con cabal justeza, con simultánea unanimidad. Sólo en tales ocasiones
es posible una síntesis espiritual, la más verdadera, la más leal, la más
completa, de la realidad que nos rodea. Se consuma, entonces, a través de un
espíritu, el cual actúa como una alquitara, una depuración de aquella.
Sepáranse las escurrajas, las sustancias pegadizas y accidentales; los
elementos extraños y espurios que han venido acumulándose lentamente en cada
introducción incompleta de su esencia eterna. Se establece la relación directa
entre el espíritu y la máxima verdad de una época. Aquella expresa en su
cerebro y en su acción; patentiza su universalidad, es como un médium de su
eficacia.
La serenidad,
tanto como la intuición y la inteligencia, es una condición de las almas
superiores. Es la armonía espiritual en su máxima expresión. Es el equilibrio
de la razón, de la voluntad y de la intuición al actuar sobre la más alta
realidad histórica. La vida que alcanza a compendiar tales condiciones es siempre
la más hermosa, la más sugestiva y la más fecunda.
La época
contemporánea, a consecuencia de su trágica intensidad, tan rica en almas de
esta contextura, ofrece su mayor ejemplar en la figura de Wilson.
En él se
magnifica de una manera maravillosa la concordancia entre su acción y su
pensamiento; el maridaje de su vida interior y su voluntad; el acoplamiento
entre su conciencia y su obra; el concierto entre sus voliciones y la realidad;
la concatenación entre su ideal y las circunstancias; la armonía entre su
espíritu y la historia; el equilibrio entre sus anhelos y sus miedos.
Armoniosa,
misteriosa y mirífica coincidencia entre la madurez de un espíritu y la sazón
de una realidad. Aquel es la más completa, la más depurada, la más intensa
definición de esta; es su expresión suprema. Se hace carne en él, se incorpora,
se materializa, en cierto respecto; se hace palpable, toma sustancia humana. Es
la sublimación de la génesis racional y sensitiva de un periodo, el remate, la
culminación y el epítome de un ciclo.
Wilson es la
armonización, la concordancia, el equilibrio de un siglo.
-Antenor ORREGO
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