viernes, 22 de noviembre de 2013

ÚLTIMA VOLUNTAD Y TESTAMENTO DE UN PERRO SUMAMENTE DISTINGUIDO / Eugene O' NEILL

Aun antes de que falleciera, en 1953, ya se había consolidado la reputación de E. O’Neill como el Shakespeare norteamericano. Dramaturgo laureado con el Premio Nobel, la producción de O’Neill fue formidable: más de 30 obras de teatro, que en su mayoría comunican una imagen profunda de lo que es la lucha, a menudo heroica, generalmente inútil, del hombre contra el hado. Por eso el “testamento”… constituye una rareza entre los documentos de O’Neill, pues es sentimental, inclusive travieso. Fue redactado con ánimo de consolar a su esposa Carlotta, poco antes de que el perro muriera de vejez, en diciembre de 1940.

OYO, SILVERDENE EMBLEM O’NEILL (llamado por mis parientes, amigos y conocidos, “Blemie”), dada la carga de años y de achaques que pesa sobre mí, y comprendiendo que el fin de mis días se aproxima, por estas líneas sepulto mi última voluntad y testamento en el ánimo de mi amo. Él no sabrá que está allí hasta cuando yo me haya ido. Pero luego, al pensar en mí en su soledad, tendrá de pronto la revelación de este testamento, y yo le pido que lo escriba como monumento a mi memoria.

   TENGO pocos bienes materiales que dejar. Los perros son más sabios que los hombres. No se enamoran de las cosas. No malgastan el tiempo acumulando bienes. No pierden el sueño preguntándose cómo conservarán los objetos que poseen o cómo harán para obtener los que no tienen.. No tengo nada de valor que legar, excepto mi amor y mi fe. Los dejo a todos aquellos que me han querido, a mi amo y ama, que bien sé habrán  de ser quienes más me lloren; a Freeman, que ha sido tan bueno conmigo; a Cyn, Roy, Willie y Naomi, y a… pero si me pusiera a enumerar a todos los que han dado su cariño obligaría a mi amo a escribir un libro. Quizá sea vanidad de mi parte jactarme así cuando me encuentro a las puertas de la muerte, que convierte a todas las bestias y vanidades en polvo, pero sé que siempre he sido un perro extremadamente digno de ser amado.

   Pero a mis amos que me tengan siempre presente en su memoria, pero que no penen demasiado por mí. En vida me he esforzado por ser para ellos un consuelo en los momentos de tristeza, y un motivo de mayor alegría en su felicidad. Me duele pensar que incluso en la muerte pueda yo causarles pena. Recuerden que si bien es cierto que ningún perro ha tenido una vida más feliz que yo (y esto lo debo a su amor y sus cuidados), ahora que estoy ciego, sordo y cojo, y que incluso el olfato me falla de tal manera que un conejo podría pasarme por las narices sin que yo me diera cuenta, mi orgullo ha degenerado en enfermiza y aturdida humillación. Siento que la vida hace burla de mí por haber abusado de su hospitalidad. Es hora de decir adiós, antes de que mis achaques me convierta en una carga para mí mismo y para quienes me aman. Será un pesar dejarles, pero no será un pesar morir. Los perros, a diferencia de los hombres, no temen a la muerte. La aceptamos como parte de la vida, no la vemos como algo ajeno y terrible que destruye la vida. ¿Quién sabe nada sobre lo que nos espera después de la muerte? Quisiera compartir con mis hermanos los dálmatas, que son devotos musulmanes, la creencia de que hay un paraíso donde uno es siempre joven y tiene siempre la vejiga henchida; donde retoza todo el día con una amorosa multitud de huríes, de piel deliciosamente moteada; donde los conejos, que corren más aprisa pero no demasiado (como las huríes), son tan abundantes como las arenas del desierto; donde toda dichosa hora que pasa es hora de comer; donde en las largas veladas encontramos un millón de chimeneas con troncos perpetuamente encendidos, y uno se enrosca y parpadea mirando el fuego, y cabecea y sueña recordando aquellos hermosos días pasados en la Tierra, y el amor de sus dueños.

   CREO que esto es demasiado esperar, incluso para un perro como yo. Pero por lo menos tengo la certeza de hallar la paz. Paz y reposo para el viejo corazón, para la cabeza y los miembros, y un sueño eterno en la tierra que he amado tanto. Quizá después de todo, esto sea mejor.

   Quiero hacer ardientemente una última petición. He oído a mi ama decir: “Cuando Blemie muera no volveremos a tener otro perro. Lo quiero tanto que no podré querer a otro”. Yo quisiera pedirle, por amor a mí, que tenga otro. Que no tuviera otro perro sería triste homenaje a mi recuerdo. Lo que yo quisiera es sentir que, por lo mismo que me tuvo en la familia, ahora ya no puedo vivir sin un perro. Nunca fui celoso ni mezquino. Siempre he dicho que casi todos los perros son buenos (como lo es también un gato, el negro a quien permití que compartiera conmigo el tapete de la sala en las noches, y cuyo afecto he tolerado bondadosamente, al punto de corresponderle un poquito en los raros momentos en que me ganaba el sentimentalismo). Por supuesto, algunos perros son mejores que otros. Naturalmente, como es bien sabido, los dálmatas son los mejores.

   Por tanto, recomiendo un dálmata como mi sucesor. Difícilmente será tan fino, tan distinguido ni tan hermoso como lo fui yo en mis mejores años. Mis amos no deben pedir imposibles. Pero mi sucesor hará cuanto esté de su parte, de eso estoy seguro, e incluso sus inevitables defectos contribuirán, por comparación, a perpetuar mi recuerdo. A él le dejo mi collar y correa, así como mi abrigo y mi impermeable, hechos a la medida por Hermes, en París. Jamás podrá llevarlos con la misma distinción que yo, al pasear por la Place Vendome, o a lo largo de Park Avenue, donde me seguían todas las miradas con admiración; pero también en este caso estoy seguro de que quien me suceda hará cuanto pueda para no parecer un vulgar provinciano. Es posible que aquí en la quinta se muestre digno de ser comparado conmigo en algunos aspectos.


   UNA ÚLTIMA palabra de adiós, idolatrados amos. Cuando visitéis mi tumba, decíos a vosotros mismos, con tristeza pero también con satisfacción, recordando mi dichosa existencia a vuestro lado: “Aquí yace una criatura que nos amó y a quien amamos”. Por profundo que sea mi sueño yo os escucharé, y ni aun toda la potencia de la muerte podrá impedir que mi espíritu menee la cola, agradecido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario