viernes, 22 de noviembre de 2013

THEODORE ROOSVELT / Antenor ORREGO

Al morir Roosvelt, Estados Unidos pierde una de sus más poderosas y fuertes individualidades políticas. Era un hombre emersoniano, un tipo representativo de los valores espirituales de su pueblo, que influyó enormemente en el desenvolvimiento de su país. 

   Representaba  aquella fuerza pletórica, aquel vigor rebosante, aquella potencialidad vital de Yaquilandia que, en la embriaguez de los primeros triunfos, produce siempre en todas las colectividades cierta dirección expansiva hacia el exterior, atemperada, sin embargo, por la fuerte y consolidada tradición democrática que constituía la estructura íntima del pueblo americano. Theodore Roosvelt fue el hombre público que mejor y más íntegramente esta etapa en el proceso espiritual de Estados Unidos. De allí que se le haya acusado, no sin fundamento, de tender hacia un imperialismo americano. Se dio entonces a la doctrina de Monroe aquella interpretación expansionista que levantó tantos recelos en Europa y, sobre todo, en las jóvenes Repúblicas sudamericanas, temerosas del extraordinario poderío de la gran República del norte. De hecho, había un peligro de absorción, pero este era más bien el resultado de un natural despliegue biológico que de una política sistematizada, reflexiva, calculadamente organizada.

   Un pueblo creado en los hábitos de la libertad y de la tradición democrática, cuya vida internacional estaba incorporada íntegramente a la corriente universal de la historia y desastrosa, que a la larga debía enajenarle las simpatía del mundo y de América.
Por muy acentuada que fuera una individualidad en el gobierno, hubiera sido impotente para encauzar al espíritu liberal de la nación por un sendero que cohibía su amplia orientación humana.

   El expresidente Roosvelt fue el genuino representante de este breve momento en la memoria de Estados Unidos, de esta dirección que fue quizá necesaria para afianzar y depurar el espíritu democrático de la nación. Una tendencia genuina representativa de un ideal nacional y humano no llega a cristalizarse definitivamente, sino después de un largo y trabajoso proceso, en viva lucha, en encendido razonamiento con las otras tendencias antagónicas que quieren supeditarla. Tales son las leyes de la vida y de la historia.

   La última guerra dio ocasión para que se manifestara en todo su vigor y plenitud la esencia, liberal, y democrática, constitutiva de la fundamental estructura del pueblo americano. La actuación de una colectividad ante un acontecimiento histórico no es un hecho circunstancial, debido exclusivamente a la fortuita oportunidad del azar como aparentemente podría creerse. Es el resultado de una larga preparación espiritual; obedece a causas profundas, que obran de una manera necesaria y decisiva. El más nimio incidente puede provocar su revelación, sirviendo de pretexto el hecho, externo, pero la significación perdurable y viva permanece la misma, como resultado de un proceso continuo y creador.

   Es innegable que Roosvelt favoreció abiertamente la política de los grandes trusts, pero sería necio negar también que es entonces cuando Estados Unidos alcanza su máximo desarrollo industrial y económico, elementos preponderantes d su grandeza actual.

   Hombre poderosamente afirmativo, de una individualidad descollante y rectilínea, cuando llegó a Europa poniéndose en contacto con sociedades curiosas y reinadas; aureolada su persona con áureas leyendas de cazador de fieras en Sudáfrica; rodeada de anécdotas pintorescas y hazañas exóticas de cowboy, se puso de actualidad en París, y los grandes rotativos comentaban sus frases y sus gestos, y fiscalizaban su vida íntima para satisfacer la insaciable curiosidad de sus lectores. Fue el héroe del día en la Ciudad Luz, cuya curiosidad es tan difícil de suscitar, paseando su arrogancia de triunfador en los radiosos bulevares de la gran urbe. Su popularidad fue inmensa.


   Cuando se produjo la guerra europea, Roosvelt, gran estadista, libró desde el comienzo una activa campaña para inclinar la opinión americana del lado de los aliados. Comprendió el rol decisivo que debía jugar Estados Unidos en el conflicto.

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