AUNQUE LA MAYOR PARTE DE LOS AMANTES
DE LA MÚSICA CONSIDERAN QUE MOZART ES EL PRIMER COMPOSITOR DE ÓPERA
VERDADERAMENTE GRANDE, MICHAEL OLIVER SUGIERE QUE TODAVÍA HAY TESOROS OCULTOS
EN LA OBRA DE SU GRAN AMIGO Y MENTOR JOSEPH HAYDN.
Las óperas de
Haydn han sido admiradas y aplaudidas como música, pero ninguna de ellas se ha
incorporado al repertorio internacional. La razón que se suele dar para ello es
que no son dramáticas, que Haydn no era un hombre del teatro. Pero sí lo era: durante una buena parte de su
carrera Haydn estuvo a cargo de una sala de ópera. Su patrono, el príncipe
Esterhazy, era un fanático del teatro, y ya andaba escribiendo piezas teatrales
y operísticas antes de tener un auditorio donde interpretarlas. Cuando lo tuco
el número de interpretaciones de óperas llegó a bastante más de cien por año,
con más de 12 óperas simultáneas en algunos momentos. Haydn estaba a cargo de
todas estas representaciones: elegía la ópera, seleccionaba los cantantes y
ensayaba con ellos; en la época de mayor entusiasmo del príncipe por la ópera,
Haydn estaba tan ocupado en el auditorio que tenía muy poco tiempo para
componer. Excepto óperas, por supuesto:
para el teatro de la corte de Esterhazy compuso unas 24 (algunas de
ellas se han perdido), entre las que hay algunas obras maestras.
Así que sí
era un profesional de la ópera, ¿cómo es posible que sus óperas no sean
dramáticas? Cabe preguntarse: ¿lo son? Un ejemplo notorio de esta ineptitud
dramática es la escena crucial de su ópera L’
isola disabitata. Mucho antes de que empiece la acción Constanza ha sido
abandonada en una isla con su hija Silvia porque su marido Gernando, había sido
raptado por los piratas. Después de mucho tiempo él regresa para buscarla y,
tras varios malentendidos (Constanza no sabía del rapto y creía que su marido
la había abandonado) y fracasos en la búsqueda mutua se reúnen, y los cabos del
argumento parecen firmemente atados. ¿Qué hace Haydn? Establece toda la escena
en recitativos con acompañamiento orquestal, con cerca de ocho minutos de
duración. ¿Puede haber una prueba más evidente de que Haydn, a pesar de
regentar un teatro, no tenía ni idea de efectos teatrales? Lo que hace falta en
este punto es un dúo con la pareja, después de una larga separación, conmoviéndonos
con su felicidad nunca soñada.
Para empeorar
las cosas aparece otra pareja; después de 13 años en la isla Silvia tiene ya
edad suficiente para descubrir el amor, y Gernando ha traído consigo a un
amigo, el hermoso Enrico. ¿Es el momento de un cuarteto? No. Si el anterior
recitativo sonaba más bien como una sinfonía interrumpida, Haydn nos obsequia
ahora con algo que parece un concierto interrumpido, pero no parece ser capaz
de decidir si el instrumento solista ha de ser un violín, un violonchelo, un
fagot o quizás los tres a la vez. Cuando después de cinco minutos por fin se
decide a entrar en el cuarteto, el cuarteto resulta tener ocho solistas: las
dos parejas felices más violín, violonchelo, fagot y flauta. Y en seguida nos
damos cuenta de por qué toda la escena, a pesar del recitativo, ha sido tan
conmovedora: la orquesta ha estado retratando las emociones de los personajes.
Poco a poco, a medida que se dan cuenta de su felicidad, van adquiriendo un
instrumento solista como compañero para expresar sus sentimientos. En el
cuarteto propiamente dicho los instrumentos “hablan” antes de que empiecen a
hacerlo los personajes. Se trata, podríamos pensar, de un auténtico problema
para un productor de ópera, y de otra razón para olvidar las óperas de Haydn.
Pero también nos podemos imaginar esos solos instrumentales como un pretexto
conmovedor para que esos personajes representen timidez, enmudecimiento,
felicidad y así sucesivamente. Silvia no tiene un compañero instrumental hasta
que no empieza el cuarteto propiamente dicho. Es lógico: el amor es una
experiencia nueva para ella, Enrico es el primer hombre que ha visto en su vida
y ha crecido con la convicción de que lo que les ocurre a las mujeres que se
enamoran es que les dejan abandonadas en islas. Sin embargo, una vez superados
estos pensamientos necesitan un compañero, una flauta, para cantar su alegría.
De hecho es una especie muy original de drama musical, y muy característico de
Haydn en sus mejores momentos. Ha sido muy criticado por subestimar el drama de
Orfeo ed Eurídice, también llamada L’ anima del filosofo, ya que la escena
de la muerte de Eurídice a causa de una serpiente venenosa se limita a un
momento muy breve en un recitativo. Pero eso es perder de vista el norte de
esta bella ópera de Haydn: el autor supone que el público conoce de sobra la
historia de Orfeo y Eurídice –que ya había sido cantada por docenas de
compositores- y reelabora completamente el argumento para convertirlo en una
parábola de la Ilustración sobre la desgracia filosóficamente aceptable. La
vieja historia queda así citada en el contexto de otra nueva. Una vez más todo
muy original.
Ésta fue su
última ópera: fue compuesta para Londres, pero nunca se interpretó en esa
ciudad, ni se escuchó hasta 1950. Las óperas anteriores, todas compuestas para
Esterhazy, eran muy poco conocidas incluso en vida de Haydn, hasta que
renegoció su contrato con el príncipe en 1779 y todas sus composiciones se
convirtieron en propiedad de Esterhazy, no teniendo Haydn derecho a aceptar encargos
u ofrecer sus obras en otros foros. Probablemente dejó de componer óperas para
Esterhazy porque no quería componer las comedias ligeras que tan caras eran al
príncipe. La mayor parte de las que compuso han permanecido en el olvido hasta
hace bien poco. Las importantes han sido grabadas, pero es frustrante escuchar
su sobresaliente música, darse cuenta de la sutileza e ingenio de sus dramas,
pero no verlas nunca representadas porque para lo convencional no son
dramáticas.
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