sábado, 16 de noviembre de 2013

EL DON DE UNIVERSALIDAD (WILSON) / Antenor ORREGO

WILSON, antes que ciudadano de Estados Unidos, es ciudadano del mundo; y más que producto espiritual de una raza, es producto de la humanidad. En él la política deja de ser limitada, exclusiva y estrechamente nacional para encumbrarse generosamente a grandes altitudes, para inspirarse en las inquietudes universales. En él, el sentimiento de la patria se depura; se engrandece, se universaliza, y, antes que representante de sus interese inmediatos y pasajeros, es representante de sus intereses eternos. Su acción, su pensamiento y sus palabras tienen un inequívoco cuño de eternidad. Rezuman el aliento perdurable de los siglos. Cuando Wilson habla, el mundo entero le escucha y le comprende, y no solamente le comprende, sino que le siente. Se patentizan y se expresan en su espíritu los informulados anhelos, las tácitas inquietudes, las anónimas y latentes angustias, las vagas y ecuménicas aspiraciones de la humanidad hacia una nueva valoracion social.

En ningún hombre de Estado se ha bosquejado con tan audaz y vigoroso relieve el don de catalizar. Es un producto netamente popular, sin mezcla, ni mixtificación alguna. Por más severo que sea el análisis, imposible es percibir la más tenue huella de seudoaristocratismo. Ha sentido la vida de la masa anónima, ha vivido sus angustias y sus duelos, conoce que ella moldea humilde y lentamente las evidencias de la historia. Egregiamente dice: “La vida brota de la tierra. Las naciones se renuevan desde la base, no desde la cumbre. El genio que remoza las energías de los pueblos surge de las filas anónimas. La verdadera sabiduría humana arranca de la sabiduría del pueblo. La vitalidad, como el crecimiento de un árbol, viene de abajo, se remonta por el tronco y se extiende por las ramas hasta llegar a las hojas y a los frutos”.

En él la democracia no es una simple teoría o sistema de gobierno; es una realidad plenamente vivida y orgánica; es la sustancia de la vida interior y de su acción; es la sangre de su espíritu y de su pensamiento.

Cuando se trata de que Estados Unidos intervenga en la guerra, dice un escritor, “pudiendo ordenar, prefiere convencer”, y así asistimos al maravilloso espectáculo en que despierta un pueblo a su misión y a su responsabilidad supremas, gracias a la enérgica sugestión de unos labios leales preñados de verdad. Cuando asume la defensa de los derechos de los neutrales, a raíz de la campaña submarina, los discursos del presidente se dirigen a todo el orbe.

Cuando el gobierno alemán propone la paz por primera vez, declara que Estados Unidos solo la celebrará con el pueblo alemán y no con los representantes de una oligarquía o facción dinástica. Y por ultimo cuando se suscita la cuestión de Fiume, lo que más irrita a Orlando es que Wilson haya dirigido su mensaje al pueblo italiano en que expone la cuestión, prescindiendo de los representantes oficiales.


Jamás estadista alguno vivió y practicó así la democracia, con tal plenitud de voluntad y de sentimiento, con tal afirmadora y perentoria rectitud, con tan fecunda y próvida firmeza.

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