WILSON, antes
que ciudadano de Estados Unidos, es ciudadano del mundo; y más que producto
espiritual de una raza, es producto de la humanidad. En él la política deja de
ser limitada, exclusiva y estrechamente nacional para encumbrarse generosamente
a grandes altitudes, para inspirarse en las inquietudes universales. En él, el
sentimiento de la patria se depura; se engrandece, se universaliza, y, antes
que representante de sus interese inmediatos y pasajeros, es representante de
sus intereses eternos. Su acción, su pensamiento y sus palabras tienen un
inequívoco cuño de eternidad. Rezuman el aliento perdurable de los siglos.
Cuando Wilson habla, el mundo entero le escucha y le comprende, y no solamente
le comprende, sino que le siente. Se patentizan y se expresan en su espíritu
los informulados anhelos, las tácitas inquietudes, las anónimas y
latentes angustias, las vagas y ecuménicas aspiraciones de la humanidad hacia una nueva valoracion social.
En ningún hombre de
Estado se ha bosquejado con tan audaz y vigoroso relieve el don de catalizar.
Es un producto netamente popular, sin mezcla, ni mixtificación alguna. Por más
severo que sea el análisis, imposible es percibir la más tenue huella de
seudoaristocratismo. Ha sentido la vida de la masa anónima, ha vivido sus
angustias y sus duelos, conoce que ella moldea humilde y lentamente las
evidencias de la historia. Egregiamente dice: “La vida brota de la tierra. Las
naciones se renuevan desde la base, no desde la cumbre. El genio que remoza las
energías de los pueblos surge de las filas anónimas. La verdadera sabiduría
humana arranca de la sabiduría del pueblo. La vitalidad, como el crecimiento
de un árbol, viene de abajo, se remonta por el tronco y se extiende por las
ramas hasta llegar a las hojas y a los frutos”.
En él la democracia no
es una simple teoría o sistema de gobierno; es una realidad plenamente vivida y
orgánica; es la sustancia de la vida interior y de su acción; es la sangre de
su espíritu y de su pensamiento.
Cuando se trata de que
Estados Unidos intervenga en la guerra, dice un escritor, “pudiendo ordenar,
prefiere convencer”, y así asistimos al maravilloso espectáculo en que
despierta un pueblo a su misión y a su responsabilidad supremas, gracias a la
enérgica sugestión de unos labios leales preñados de verdad. Cuando asume la
defensa de los derechos de los neutrales, a raíz de la campaña submarina, los
discursos del presidente se dirigen a todo el orbe.
Cuando el gobierno alemán
propone la paz por primera vez, declara que Estados Unidos solo la celebrará
con el pueblo alemán y no con los representantes de una oligarquía o facción
dinástica. Y por ultimo cuando se suscita la cuestión de Fiume, lo que más
irrita a Orlando es que Wilson haya dirigido su mensaje al pueblo italiano en
que expone la cuestión, prescindiendo de los representantes oficiales.
Jamás estadista alguno
vivió y practicó así la democracia, con tal plenitud de voluntad y de
sentimiento, con tal afirmadora y perentoria rectitud, con tan fecunda y
próvida firmeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario