martes, 5 de noviembre de 2013

ERNESTO HELLO (FISONOMÍAS) / Alfonso JUNCO

SI LA vida lo tolerara, sólo leeríamos a los maestros. Pasa rápido el tren: no hay modo de cogerlo quedándonos parados; es preciso correr un trecho, sujetarse firme, saltar: gimnasia saludable. Uno de mis “trenes rápidos” es Ernesto Hello.
                                    ***
Ernesto Hello es tan grande como desconocido. Pertenece más a la gloria que a la fama, según él dice de alguien. Rubén Darío que lo admira, hace en Los Raros la misma observación. Pero la justicia quiere que la fama sea igual a la gloria.
            Hello vive en las alturas, acaso por eso desconocido de la multitud que pulula en los valles; aunque, a través de espíritus de elección calladamente influidos por él, ha llegado de incógnito tal vez a la muchedumbre que lo ignora. ¿No le sucederá algo semejante a lo que él dice que sucede con las altas verdades metafísicas? Esta es su genial observación:
            “Tú que te codeas con los transeúntes por las calles y que dices ¿Qué importa? enfrente de las verdades sublimes que crees abstractas, tú te pareces a un panadero que, en el fondo de su horno, al remover su masa, hablara de la luz y dijera: ¿Qué me importa? Dijérase, al escuchar a los hombres, que entre los rayos del sol y el pan que comen, Dios no ha puesto ninguna relación. No saben cómo madura el trigo. Se olvidan de la luz y se alimentan de ella.
            Según el símil perfecto de Enrique Laserre, Ernesto Hello es la montaña. Grandeza abrupta, “región de las águilas y mansión del rayo”, titánicos abismos, vegetaciones formidables, insospechados horizontes, y, de pronto, mesetas apacibles, ingenuos manantiales, hierbas aromáticas, florecillas primorosas. Pero siempre entre cumbres. Su lectura fatiga y tonifica como una ascensión.
            Hello no envejece. “Pertenece a la corta falange de los que mejoran con el tiempo, como los vinos generosos”, dice Miguel Santos Oliver, traductor de El hombre. Y agrega más allá: “En sus escritos es fácil advertir cuándo cesa el tono meramente discursivo y cuándo se apodera de sus palabras algo así como una reverberación interna de la luz increada, como una calentura misteriosa, que interrumpe la ilación normal y habla el lenguaje de un subdelirio, lleno de rapidez, de impromptu, de súbitas clarividencias”. Entonces vienen cosas tan insólitas y radianes, que no dejan duda de haber sido sorpresas para el propio Hello. “Diríase que éste las ha visto con asombro descender a las puntas de la pluma, a manera de una gota de luz caída de los astros…”
            Sí, es un inspirado. Es una de las originalidades más portentosas de su siglo. ¡Qué personalidad! ¡Qué estupendas páginas sobre la unidad, sobre el siglo y los siglos”, sobre el arte, sobre la crítica, sobre el estilo, sobre el hombre mediocre que es su odio capital! He aquí un verdadero libre pensador, como no imaginan los que sueñan que la verdad revelada esclaviza o pone uniforme. Ella es brújula. El marino que se independiza de la brújula no es hombre libre, sino hombre necio. Va a la esterilidad del suicidio. Glorioso y libre marino el que, atento a la brújula, rompe todos los mares y abre rutas ignotas. Va a la fecundidad de mundos nuevos.
            Tenemos muchos de estos navegantes. Trabad amistad con el indepiendentísimo de Maistre, con el libérrimo Veuillot, con el personalísimo Hello…
            Nació en Bretaña el 4 de noviembre de 1828, hijo de un alto magistrado; estudió abogacía; se casó a los veintinueve años con una mujer excepcional que cuidó con ternura inteligente su frágil salud; fundó el periódico El Cruzado; luchó, meditó, vivió con austera limpidez, y murió el 14 de julio de 1885. Joseph Serree le ha dedicado un libro que informa de él cumplidamente.
            Son su obras principales: El Hombre (La vida, la ciencia, el arte); Fisonomías de santos, Palabras de Dios, Cuentos extraordinarios, Los platillos de la balanza; Renán, Alemania y el ateísmo del siglo XIX; el P. Lacordaire; El Siglo (Los hombres y las ideas); Renán y la Vida de Jesús, y traducciones de los místicos admirables Ruysbrock y Angela de Foligno. Porque este gladiador es, fundamentalmente, un místico. Místico de intuiciones sorprendentes. Místico modernísimo.
            El ilustre Maragall, prolongando su traducción de las Fisonomías de Santos, “hemos de confesar –escribe- que su lectura nos fue como una revelación. Todos hemos leído vidas de santos, y sabemos en qué estado especial del espíritu conviene y satisface su lectura. Pero Hello nos coge en el pleno fragor de la lucha moderna y, pronunciando unas cuantas palabras mágicas, se apodera de nosotros y nos obliga a volver los ojos encantados hacia el mundo de los santos. Nosotros no sospechábamos que los santos fueran eso: nosotros creíamos que había habido siglos de santos, pero que el nuestro no lo era: nuestra idea de la santidad era algo que no armonizaba con nuestro siglo, sino con un acorde muy especial y como remoto; y viene Hello, y los santos viven: los santos del santoral, los santos de siglos atrás, los santos cuyas imágenes inmóviles contemplamos en los altares con aquella vaga expresión de algo muy lejano, se acerca, se acercan moviéndose cada uno en su ademán y gesto especial, viven, hablan, se confunden con nosotros, confunden su vida con la nuestra, se apasionan con nuestras pasiones y nos apasionan con las suyas, revelándonos que en el  fondo de la humanidad hay algo siempre igual bajo las mayores diferencias exteriores, y que la santidad es una cosa muy humana, que por ser muy fuerte y hondamente humana es también divina.
            “La santidad toma en el libro de Hello un sentido universal que de pronto nos sobrecoge y asusta, y después nos reposa y serena abriéndonos los ojos a horizontes inexplorados”.
            “El mismo es un vidente: ¡Cómo ve a los santos! ¡Cómo habla de ellos! Debajo de su frase hay lo inefable, lo que se siente y no se dice, lo que va infinitamente más allá de la expresión. Su expresión es como un arco muy tendido, que se dispara: la flecha vuela y se pierde de vista”.
            A momentos el arco se afloja. Sin transición, pasa Hello de lo sublime a lo pueril: desigualdad genial. Porque es, substancialmente, genial. Genial por todo: por lo que tiene y por lo que le falta.
            Sin duda, hay en él algo de exorbitante y desmesurado; pero mucho menos de lo que parece de golpe. Sino que, habituados a verla con velos, vestidos y disfraces, Hello nos desconcierta cuando, bruscamente, echa a andar desnuda la verdad por la calle.
                                                           ***
            ¿Queréis ir al “país de las maravillas”? Os invito a tomar este “tren rápido”.
Abril de 1925

Junco.

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