SI LA vida lo
tolerara, sólo leeríamos a los maestros. Pasa rápido el tren: no hay modo de
cogerlo quedándonos parados; es preciso correr un trecho, sujetarse firme,
saltar: gimnasia saludable. Uno de mis “trenes rápidos” es Ernesto Hello.
***
Ernesto Hello
es tan grande como desconocido. Pertenece más a la gloria que a la fama, según
él dice de alguien. Rubén Darío que lo admira, hace en Los Raros la misma observación. Pero la justicia quiere que la fama
sea igual a la gloria.
Hello vive en las alturas, acaso por
eso desconocido de la multitud que pulula en los valles; aunque, a través de
espíritus de elección calladamente influidos por él, ha llegado de incógnito
tal vez a la muchedumbre que lo ignora. ¿No le sucederá algo semejante a lo que
él dice que sucede con las altas verdades metafísicas? Esta es su genial
observación:
“Tú que te codeas con los
transeúntes por las calles y que dices ¿Qué
importa? enfrente de las verdades sublimes que crees abstractas, tú te
pareces a un panadero que, en el fondo de su horno, al remover su masa, hablara
de la luz y dijera: ¿Qué me importa?
Dijérase, al escuchar a los hombres, que entre los rayos del sol y el pan que
comen, Dios no ha puesto ninguna relación. No saben cómo madura el trigo. Se
olvidan de la luz y se alimentan de ella.
Según el símil perfecto de Enrique
Laserre, Ernesto Hello es la montaña. Grandeza abrupta, “región de las águilas
y mansión del rayo”, titánicos abismos, vegetaciones formidables, insospechados
horizontes, y, de pronto, mesetas apacibles, ingenuos manantiales, hierbas
aromáticas, florecillas primorosas. Pero siempre entre cumbres. Su lectura
fatiga y tonifica como una ascensión.
Hello no envejece. “Pertenece a la
corta falange de los que mejoran con el tiempo, como los vinos generosos”, dice
Miguel Santos Oliver, traductor de El
hombre. Y agrega más allá: “En sus escritos es fácil advertir cuándo cesa
el tono meramente discursivo y cuándo se apodera de sus palabras algo así como
una reverberación interna de la luz increada, como una calentura misteriosa,
que interrumpe la ilación normal y habla el lenguaje de un subdelirio, lleno de
rapidez, de impromptu, de súbitas
clarividencias”. Entonces vienen cosas tan insólitas y radianes, que no dejan
duda de haber sido sorpresas para el propio Hello. “Diríase que éste las ha
visto con asombro descender a las puntas de la pluma, a manera de una gota de
luz caída de los astros…”
Sí, es un inspirado. Es una de las
originalidades más portentosas de su siglo. ¡Qué personalidad! ¡Qué estupendas
páginas sobre la unidad, sobre el siglo y los siglos”, sobre el arte, sobre la
crítica, sobre el estilo, sobre el hombre mediocre que es su odio capital! He
aquí un verdadero libre pensador,
como no imaginan los que sueñan que la verdad revelada esclaviza o pone
uniforme. Ella es brújula. El marino que se independiza
de la brújula no es hombre libre, sino hombre necio. Va a la esterilidad del
suicidio. Glorioso y libre marino el que, atento a la brújula, rompe todos los
mares y abre rutas ignotas. Va a la fecundidad de mundos nuevos.
Tenemos muchos de estos navegantes.
Trabad amistad con el indepiendentísimo de Maistre, con el libérrimo Veuillot,
con el personalísimo Hello…
Nació en Bretaña el 4 de noviembre
de 1828, hijo de un alto magistrado; estudió abogacía; se casó a los
veintinueve años con una mujer excepcional que cuidó con ternura inteligente su
frágil salud; fundó el periódico El
Cruzado; luchó, meditó, vivió con austera limpidez, y murió el 14 de julio
de 1885. Joseph Serree le ha dedicado un libro que informa de él cumplidamente.
Son su obras principales: El Hombre (La vida, la ciencia, el arte);
Fisonomías de santos, Palabras de Dios, Cuentos extraordinarios, Los platillos
de la balanza; Renán, Alemania y el ateísmo del siglo XIX; el P. Lacordaire; El
Siglo (Los hombres y las ideas); Renán y la Vida de Jesús, y traducciones
de los místicos admirables Ruysbrock y Angela de Foligno. Porque este gladiador
es, fundamentalmente, un místico. Místico de intuiciones sorprendentes. Místico
modernísimo.
El ilustre Maragall, prolongando su
traducción de las Fisonomías de Santos,
“hemos de confesar –escribe- que su lectura nos fue como una revelación. Todos
hemos leído vidas de santos, y sabemos en qué estado especial del espíritu
conviene y satisface su lectura. Pero Hello nos coge en el pleno fragor de la
lucha moderna y, pronunciando unas cuantas palabras mágicas, se apodera de
nosotros y nos obliga a volver los ojos encantados hacia el mundo de los
santos. Nosotros no sospechábamos que los santos fueran eso: nosotros creíamos
que había habido siglos de santos, pero que el nuestro no lo era: nuestra idea
de la santidad era algo que no armonizaba con nuestro siglo, sino con un acorde
muy especial y como remoto; y viene Hello, y los santos viven: los santos del
santoral, los santos de siglos atrás, los santos cuyas imágenes inmóviles
contemplamos en los altares con aquella vaga expresión de algo muy lejano, se
acerca, se acercan moviéndose cada uno en su ademán y gesto especial, viven,
hablan, se confunden con nosotros, confunden su vida con la nuestra, se
apasionan con nuestras pasiones y nos apasionan con las suyas, revelándonos que
en el fondo de la humanidad hay algo
siempre igual bajo las mayores diferencias exteriores, y que la santidad es una
cosa muy humana, que por ser muy fuerte y hondamente humana es también divina.
“La santidad toma en el libro de
Hello un sentido universal que de pronto nos sobrecoge y asusta, y después nos
reposa y serena abriéndonos los ojos a horizontes inexplorados”.
“El mismo es un vidente: ¡Cómo ve a
los santos! ¡Cómo habla de ellos! Debajo de su frase hay lo inefable, lo que se
siente y no se dice, lo que va infinitamente más allá de la expresión. Su
expresión es como un arco muy tendido, que se dispara: la flecha vuela y se
pierde de vista”.
A momentos el arco se afloja. Sin
transición, pasa Hello de lo sublime a lo pueril: desigualdad genial. Porque
es, substancialmente, genial. Genial por todo: por lo que tiene y por lo que le
falta.
Sin duda, hay en él algo de
exorbitante y desmesurado; pero mucho menos de lo que parece de golpe. Sino
que, habituados a verla con velos, vestidos y disfraces, Hello nos desconcierta
cuando, bruscamente, echa a andar desnuda la verdad por la calle.
***
¿Queréis ir al “país de las
maravillas”? Os invito a tomar este “tren rápido”.
Abril de 1925
Junco.
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