“Acaso las
generaciones venideras se resistan a creer que un hombre mortal, de carne y
hueso, como este, haya pisado alguna vez los caminos del mundo”.
-Palabras
de Albert Einstein, refiriéndose al Mahatma Gandhi.
Condensado de “Mankid”
EL 2 de octubre pasado se cumplieron 100 años del
nacimiento de uno de los hombres que con más vigor y éxito han sacudido la
humana inercia: Mohandas Karamchand Gandhi. Menudo y enclenque, no siempre
seguro de sí mismo ni de los medios que debía emplear, llegó a ser, sin
embargo, el supremo artifice de la libertad de su patria. A las pululantes
muchedumbres de campesinos y relegados de
la India les predicó el evangelio de la esperanza. Con sus lents bifocales,
su manto, su yoti (taparabos) y sus
sandalias, y el reloj que colgaba de un cordel que le ceñía de la cintura,
Gandhi era el respetado profeta de la India nueva; un enviado de Dios que le
traería, sin fallar, el don precioso de la libertad.
Fue como un puente vivo tendido sobe el
abismo entre los intelectuales y los aldeanos analfabetos. Diferente de ellos,
fue, no obstante, uno de ellos. Servidor abnegado de todos, hablaba a los
pobres de su país en un lenguaje que nunca habían oído.
No fue un santo. A veces perdía la calma y
se encolerizaba. No perdonaba fácilmente a los necios. No era un hombre
sencillo; por el contrario, era complejo y hasta algo astuto, cuando creía
necesario serlo. Por encima de todo, fue un incansable adalid de los intereses
de la India. “Raro era el día”, dice un amigo G. D. Birla, “en que no
sorprendiera y fascinara a la nación con nuevas ideas, nuevas aspiraciones, con
una nueva y radiante vision”.
Entre las más persistentes de sus ideas
figura la del satyagraja, o sea, la
gandhiana renunciación a la violencia. Todavía se ciernen dudas y sombras en
torno a esta nueva técnica pacífica. No tiene afinidad alguna con los
vituperables procedimientos a que apela el espíritu de protesta de nuestros
días, ni con el prurito de escarnecer a las autoridades, A jucio de Gandhi, la
satyagraja, o “fuerza de la verdad”, era
más ponderosa que la guerra y que la revuelta armada, y tenía de antemano
asegurada la victoria, porque, según uno de los más distinguidos estadistas
indios, “es un modo de resistencia al mal, fundado en la existencia de Dios y
en la fe en su absoluta soberanía”. No debemos odiar a quien nos ofende, ni
devolver mal por mal. Debemos de anunciar de antemano nuestro espíritu de
desobedecer, y estar dispuestos con voluntad soberana y firme a padecer aun la
misma muerte en la creencia de que la verdad que defendemos es más importante que nuestra propia vida.
Remedio heroico que, aplicado por Gandhi,
bastó para cambiar de raíz los destinos de su patria.
Cómo
nace un sueño. Gandhi nació en
Porbandar, Estado de la India Occidental, del que su padre era primer
ministro. A los 18 años se embarcó para
Inglaterra a estudiar la carrera de leyes. Estudió también el francés, el baile
y la oratoria, movido por el deseo de llegar a ser como una caballero ingles.
Cuando se dio cuenta de que estaba derrochando lamentablemente un dinero, que
representaba tanto esfuerzo y sudor, en adquirir conocimientos y modales de
poco o ningún valor en la India, abandon esa clase de vida.
Fue entonces cuando, por primera vez en su
vida, leyó los textos religiosos, tales como el Bhagavad Gita indio y el Sermón
de la Montaña. “Se me clavaron
derechos en el corazón”, había de escribir después. “Me impresionaron sobremanera
aquellos versículos de San Mateo: En verdad os digo que no resistáis al mal,
pues a quienquiera que os golpee la
mejilla derecha, debéis presenter la otra también”. El 11 de junio de 1891 pasó
con éxito sus examines finales de leyes, y al día siguiente se embarcó para la
India.
Pero había de ser el África del Sur, y no la
India, el lugar de su futura residencia. Una firma de comerciantes musulmanes
enzarzada en un pleito en aquella tierra de abundancia a que habían acudido
millares de indios le propuso en 1893 que se trasladara allí paa asesorar a sus
abogados. Gandhi no desperdició tan brillante oportunidad. Desembarcó en Durban
y compró un billete de primera clase para Johannesburgo. Mas un viajero blanco
que subió al tren en Maritzburgo, se negó enfurecido, a sentarse en el mismo
compartimiento con un culi (nombre degradante que se les da a los peones indios
en Sudáfrica). Gandhi fue obligado a salir del coche y a pasarse, con su
equipaje, toda una larga noche, tiritando, en la helada sala de espera de una
estación ferroviaria.
Años después, Gandhi conceptuó aquella noche
humillante como el suceso más fecundo en resultados de su vida. “Fue entonces
cuando di principio a mi campaña de rebelion activa y a la vez pacífica”,
dijo.
De allí en adelante cifró su aspiración, no
en tomar represalias, sino en modificar por medios pacíficos la situación
imperante. Instó a sus compatriotas indios a reformarse a sí mismos; a ser más
honrados en sus negocios, a a prender el ingles, a olvidar las diferencias de
casta y de religion. Coadyuvó a fundar una socxiedad de beneficencia, y en la
guerra anglo-bóer, de 1899 a 1902, formó un cuerpo indio voluntario de
enfermeros, compuesto por 1100 personas, que le valió la Medalla Real
Sudafricana, concedida por los ingleses.
Comenzó entonces a organizer de Nuevo su
vida, reduciendo sus necesidades y recortando sus gastos. Tomó a su cargo la
educación de sus hijos. (Gandhi, siguiendo la costumbre ortodoxa india que más
tarde había de lamenter, se desposó a los 13 años con la hija de un rico
mercader). Compró una granja cerca de Durban y, en union de unos cuantos
amigos, animados de los mismos ideales de sencillez y sobriedad, empezó una
existencia de trabajo compartido y de austera disciplina.
La satyagraja
nació poco después. La primera coyubtura para su aplicación se le present en
1907, en el Transvaal. Las leyes del país obligaban a los indios a inscribirse
en un registro especial y a llevar un permiso. En un fallo del Tribunal Supremo
de Sudáfrica, se dispuso que solamente los matrimonios entre cristianos
tuviesen validez legal. Las esposas indias, musulmanas y parsis quedaban
automáticamente reducidas a concubinas. Gandhi organiza la Resistencia
pacífica. Cincuenta mil brazeros indios se declararon en huelga de solidaridad.
Se encarceló a millares de indostanos, entre ellos al mismo Gandhi, sin que los
detenidos apelasen a la violencia para oponerse a las severas medidas oficiales.
Al cabo de ocho años de lucha, el gobierno
derogó aquella inicua ley, la más ominosa de cuantas se habían promulgado con
character discriminatorio. Había surgido una nueva fuerza política.
Pasar
hambre con ellos.
En 1915, concluida la mision en África, Gandhi embarcó rumbo a la India. Pasó
un año entero recorriendo el país en tren, en carreta de bueyes y a pie, para
conocer directamente la aflictiva situación de los pobres. Fue entonces cuando
en una solemnidad académica celebrada en la Universidad Central de Benarés,
Gandhi abogó francamente por una India libre. En el Estado de Bihar organiza y
ganó una satyagraja contra los
abusivos ingleses propietarios de
plantaciones. Y en Ahmedabab se puso al frente de otro movimiento igual, contra
los fabricantes de tejidos, muchos de los cuales eran amigos suyos. Los
huelguistas prometieron abstenerse de toda volencia; pero el hambre empezó a
hacerlos vacilar en su propósito. “Brilló una luz en mi mente”, dice Gandhi… y
empezó a ayunar para pasar hambre como la pasaban ellos. Se zanjó el conflicto,
y la India entera fijó su atención en aquel
“abogadillo” incansable, animoso y cortés.
No
cooperar. Sobrevino
entonces uno de los acontecimientos más decisivos en las relaciones entre la
Gran Bretaña y la India: un conflicto del cual salió Gandhi con la autoridad y
el prestigio de jefe indiscutible de la lucha por la independencia patria,
confirmado como el hombre con quien habría de entendérselas Inglaterra de allí
en adelante.
Para apaciguar a los moradores de la
turbulenta ciudad de Amritsar, en el Penyab, el general brigadier inglés
Reginald Dyer publicó en inglés un bando que prohibía las reuniones públicas.
Ya porque no lo conocieran, ya porque, aun conociendo su tenor, se propusieron
desobedecerlo, ello es que unos 10.000 indios se congregaron en una especie de
parque rodeado de altos muros con una sola salida practicable. Dyer,
enfurecido, ordenó a sus tropas que abrieran fuego contra ellos. Cerca de 400
indostanos resultaron muertos, y más de 1000 heridos.
La matanza conmovió profundamente a Gandhi y
acaso determinó para siempre su actitud hacia Inglaterra. Gandhi dio principio
a un Nuevo género de oposición contra Inglaterra: la llamada no cooperación, la
cual tomó muchas formas. Proclamó, por ejemplo, que los indios debían abstenerse
de comprar y de usar telas extranjeras. Al conjuro de su palabra se encendieron
en todas partes restallantes hogueras que se encargaron de devorar saris,
chales y taparrabos hechos con tejidos ingleses, arrojados a las llamas por los
patriotas.
Pro el boicoteo colectivo degeneró en
cruentos desórdenes. Las turbas lincharon y asesinaron a muchos agentes de
policía. Inmediatamente Gandhi suspendió la campaña de no-cooperación con gran
disgusto de los politicastros locales,
que daban por segura una rápida victoria, pese a lo violento y sanguinario de
los medios.
El propio Gandhi fue a dar a la cárcel.
(Estuvo 249 días en cárceles africanas, y 2089 en la India). Puesto en
libertad, viajó de aldea en aldea predicando la igualdad de derechos par alas mujeres,
reuniendo fondos, tejiendo telas de algodón como public ejemplo para los
pobres, y hacienda tiempo hasta que llegase la hora propicia. Diríase que había
olvidado la política.
Pero el 12 de marzo de 1930 inició el
movimiento politico que el historiador
inglés Geoffrey Ashe califica de “la acción política más brillante y fantástica
de los tiempos modernos”: la famosa
Marcha de la Sal, que duró 24 días. Todos los indios consumían sal; pero a
ninguno se le permitía extraerla de la tierra. Todos estaban obligados a
adquirirla del gobierno inglés, que detentaba el estanco. El abusive monopolio
irritaba a los indostanos. Gandhi había dado, al fin, con un tema de protesta
de universal interés y de incalculables consecuencias. Comunicó al Virrey (llamándolo
“querido amigo”) que desobedecería la prohibición y exhortó a sus compatriotas
a hacer lo mismo.
Aquel día se puso en marcha, a pie, hacia
las riberas del mar, distante 385 kilómetros. El 6 de abril, después de sus
preces matutinas, se agachó y realize un acto simbólico de desacato, recogiendo
un terrón de sal natural. La India entera, valientemente, lo imitó. Miles de
aldeanos comenzaron a preparer su propia sal, aun a riesgo de verse encausados.
A las pocas semanas casi 100.000 hombres y mujeres habían sido encarcelados.
Gandhi nuevamente entre ellos. Pero la marcha al mar y sus efectos dieron a
conocer al mundo entero la determinación de la India de labrarse su propio
destino.
El
horror de los parias. Uno de los
objetivos constantes de Gandhi era el de “purificar a la India”, suprimiendo,
sobre todo, la verguenza de la intocabilidad. Aceptó algunos aspectos del
sistema indio de castas, mas, fuera del sistema, al margen y despreciados,
había 40.000.000 de parias, o intocables, “también hijos de Dios”, como
sostenía Gandhi. Los indios de las castas superiores huían de ellos como de
apestados, los forzaban a limpiar letrinas y a barrer las calles; les vedaban
la entrada en los templos; no les permitían tomar agua de las fuentes
reservadas a las castas privilegiadas y los condenaban, en expiación de “sus
pecados en una existencia anterior”, a llevar una vida abyecta en la actual.
En 1932, cuando el gobierno inglés propuso
crear un “electorado aparte” para los parias en una nueva Constitución para la India,
Gandhi se negó a aceptarlo. Los parias eran indios y el corazón de los indios
debe abrirse para sus hermanos.
Aunque estaba en la cárcel en aquellos días,
Gandhi dio principio a un “ayuno hasta la muerte”. A los 13 días, débil y
macilento, puso fin a su ayuno: ambas partes habían firmado un acuerdo. Quizá
por vez primera en muchos siglos los indios de casta superior y los parias se
sentaron a una misma mesa. “Si hubiera de atribuirse el final de la
intocabilidad a un solo hecho, este sería el ayuno de Gandhi”’, escribió en
aquella época un comentarista indostano.
El Segundo grave problema de la India, el
sordo antagonismo entre hindúes y musulmanes, era harina de otro costal. Gandhi
postuló que hindúes y musulmanes debían vivir y trabajar juntos, fundidos en
una sola nación: en una India libre. Pero, era
realmente possible la unidad?
Nadie lo sabe de seguro; había asimismo entre hindúes y musulmanes
partidarios de la division de la India en dos países. Y Mohamed Alí Jinnah, el
inexorable presidente de la Liga Musulmana, sostenía con inquebrantable firmeza
que la unidad era imposible.
Entendía
que debía desgajarse de la India una region musulmana, el Paquistán,
para erigirla en nación independiente y patria de cuantos musulmanes quisieran
acogerse a ella. En el verano de 1946 Jinnah proclamó en Bengala el Día de la
Acción Directa paa poner de relieve, dramáticamente, su propósito. Calcuta,
densamente poblada, fue teatro de una horripilante matanza, en la que
perecieron millares de personas. En aquel aciago agosto la doctrina de
resistencia pacífica pasó a ser un vano mito.
No tardaron en llegar de Noakhali, en
Bengala, desoladoras noticias de atroces represalias. Tenía Gandhi ya 77 años.
Vivía en el barrio de los intocables de Delhi. Sin perder tiempo, salió de la
capital y se dirigió al barril de pólvora de Noakhali. “En el bello libro de la
vida de Gandhi, es este el capítulo más augusto”, ha escrito aun autor
indostano. “En una región donde el 80 por ciento de los habitantes eran musulmanes,
hostiles la mayor parte, y donde encarnizados fanáticos sin freno asolaban el
país, levantó Gandhi su tienda. Rechazó toda custodia policíaca y conserve a su
lado solamente a un intérprete y a un amanuense”. Recorrió descalzo 185
kilómetros, de villorrio en villorrio cenagoso, calmando los ánimos excitados.
Se quedó allí cuatro meses y la situación mejoró algún tiempo.
“Se
ha apagado la luz”. Alboreaba para la India el glorioso día de su
independencia: el 15 de agostlo de 1947. Para el Mahatma fue aquella una hora
de triunfo y de derrota a un tiempo: la
India era libre; sin embargo, “disecada”, dijo, en dos naciones, La India y
Paquistán. Y en el Penyab, entre los musulmanes que emigraban al Paquistán y
los hindúes y sijis que se dirigían a la India, en un cambio de patrias, se
producían incontables choques armados. Centenares de millares perdieropn la
vida en una de las Matanzas más trágicas de la historia. El Estado de Bengal
había quedado también dividido; pero todo se arregló mediante la intervención
personal de Gandhi.
Cuando los primeros chispazos de un
levantamiento popular parecían presagio de un mortífero incendio en Calcuta,
Gandhi comenzó a ayunar, hasta que los desórdenes cesaran. A los cuatro días,
35 facinerosos (goondas) se postraron
a los pies de Gandhi implorando perdón para sus desmanes y suplicándole que
pusiese fin a su ayuno. “No hay palabras para describer aquella enternecedora
escena”, ha escrito su fiel colaboradora, Manubehn Gandhi. “Fue un vívido
testimonio de la victoria que un pequeño y frágil ser humano puede alcanzar
mediante el amor”. Cabecillas hindúes, musulmanes y sijis prometieron, a la
cabecera de su humilde yacija, terminar la matanza: promesa que cumplieron
fielmente. Bengala, a diferencia del
Penyab, entró pacíficamente en la nueva era.
En los primeros días de enero de 1948,
Gandhi ayunó una vez más para que se reanudaran los lazos de amistad entre hindúes y musulmanes, rotos en una Delhi
presa de la anarquía y el terror. También instó en términos apremiantes al gobierno del primer ministro Jawaharlal
Nehru a cumplir, por motivos de honor, la obligación de pagar al Paquistán la
parte alícuota que le correspondía en el saldo en efectivo de la India
indivisa, o sea, 550 millones de rupias. La India, al principio se mostró
reacia a pagar; el odio engendrado por la secesion y la guerra en Cachemira
había emponzoñado y alas relaciones entre ambos países nuevos. Gandhi insistió,
y la India se avino a pagar. A los pocos días le comunicaron que la marea roja
estaba en franco reflujo; Gandhi tomó unos sorbos de líquido para quebrantar el
ayuno. Según se dice, más de 200.000 ciudadanos firmaron un documento en que se comprometían “a fomentar la armonía
y la seguridad de los habitantes de Delhi”.
El 30 de enero, a las 4:30 de la tarde, tomó
su frugal colación vespertina y salió al jardín para asistir a su diaria reunión
de oración. De pronto, un joven hindú se abrió paso bruscamente entre la
multitud, se inclinó ante Gandhi con las palmas de las manos unidas en señal de
respeto y obediencia, y luego le disparó tres tiros con una pistola automática.
Gandhi, al desplomarse, exclamó: “!Hai Ram! !Hai Ram! (!Oh, Dios, oh, Dios!) Lo
llevaron al interior de la casa, y allí expiró, víctima de un grupo extremista
hindú que lo acusaba de demasiada parcialidad hacia los musulmanes. “La luz de
nuestras vidas se ha extinguido”, dijo Nehru a la India, con visible tristeza,
aquella misma noche, por radio. “En torno nuestro se espesan las tinieblas”.
El 30 de enero de 1970 marcará el vigésimo
Segundo aniversario del asesinato de Gandhi. Qué hemos de decir en glosa
retrospectiva? Nadie que pudiera comparársele había deambulado antes con tan
apostólico celo por los polvorientos caminos de la India. Y a nadie, acaso,
había consagrado nunca la India tan puro y reverente amor. Gandhi pagó con
creces ese amor, trabajando sin cesar por la fraternidad entre los hindúes y
musulmanes, entre los altivos indostanos de casta “superior” y los míseros
parias. Apologista infatigable del empleo de recursos ajenos a la violencia,
llevó a la India a la meta de la libertad por medios originales, pacíficos y
nunca inspirados en móviles de venganza. Padre de su nación, tuvo siempre
confianza en la capacidad del ser humano para subir a alturas que parecen
demasiado elevadas para sus débiles y limitadas fuerzas.
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