HOMBRE de hierro y de oro: hierro de intrépida
voluntad, de perseverancia omnipotente, de hercúleo carácter; oro de corazón
sin mancilla, de incorruptible pundonor y de inteligencia soberana.
Nació don Gabriel García Moreno el
día de Navidad de 1821. Fue presidente del Ecuador de 1861 a 1865 y del 69 al
75. Ya para concluir su período el 6 de agosto de 1875, primer viernes de mes,
saliendo después de mediodía de orar ante Cristo Sacramentado y a punto de
entrar en palacio para leer a sus ministros el mensaje presidencial que esos
días había de presentar a la Cámara, fue asesinado felonamente por la espalda
entre varios criminales, y cayó acribillado de puñaladas y balazos, diciendo:
“Dios no muere”.
El asesino principal fue un tal
Rayo, antiguo partidario del presidente, a quien éste confió importantes
funciones en Napo, teniendo que destituirlo por sus malversaciones. Este
infeliz fue muerto, inmediatamente después de su crimen, por un soldado, y arrastrado
luego por el pueblo enfurecido. Se le encontraron en el bolsillo cheques sobre
el Banco del Perú: los treinta dineros inmortales.
Palabras de santidad
Veinte días
antes de su muerte, García Moreno había escrito a Pío Nono, con claro y viril
conocimiento de las maniobras enemigas.
“Hoy que las logias de los países
vecinos, instigadas por Alemania, vomitan contra mí toda clase de injurias
atroces y de horribles calumnias, procurando secretamente los medios de
asesinarme, tengo más que nunca necesidad
de la protección divina, para vivir y morir…”
Quería vivir y morir en defensa de
su religión y de su patria; gozábase, con explícitas palabras, de ser
“aborrecido y calumniado” por causa de Cristo; y tenía por felicidad que la
bendición del Pontífice le atrajese la gracia de verter su sangre por Dios.
El oyó sus deseos. Y a los pocos
días, manchado con la sangre del presidente mártir, leíase en las cámaras el
manuscrito que él ya no pudo leer, mensaje austero, sobrio y admirable que fue
un testamento.
“Hasta ahora pocos años, el Ecuador
repetía diariamente las tristes palabras que el Libertador Bolívar dirigió en
su último mensaje al Congreso de 1830: “Me
ruborizo al decirlo: la independencia es
el único bien que hemos adquirido, a costa de todos los demás. Pero desde
que, poniendo en Dios toda nuestra esperanza, y apartándonos de la corriente de
impiedad y apostasía que arrastra al mundo en esta aciaga época, nos
reorganizamos en 1869 como nación realmente católica, todo va cambiando día por
día…”
Y, después de narrar escuetamente el
progreso portentoso de la nación en lo espiritual, lo intelectual y lo
material, suenan estas insólitas palabras, dignas de San Fernando o de un San
Luis:
“Mayores por cierto hubieran sido
sus adelantos, si yo hubiera tenido para gobernar las cualidades de que por
desgracia carezco, o si por hacer el bien bastara el vehemente deseo de
conseguirlo. Si he cometido faltas, os pido perdón mil y mil veces, y lo pido
con lágrimas sincerísimas a todos mis compatriotas, seguro de que mi voluntad
no ha tenido parte en ellas” (Escritos y
discursos de Gabriel García Moreno. Quito, 1887 y 1888. Tomo segundo).
¡Un supremo gobernante que pide
perdón a sus gobernados! Espectáculo de prodigio que sólo puede contemplarse en
las esferas superiores del cristianismo que toca a la santidad.
El hombre
Veamos cómo
lo describe el P. Berthe, en su preciosa biografía: “La naturaleza había dotado
a García Moreno de aquellas cualidades eminentes que hacen al hombre de acción.
Su inteligencia tan vasta como penetrante, abarcaba de un golpe de vista las
complicaciones de los asuntos y las razones más merecedoras de influir en sus
decisiones… Estatura encumbrada, vigorosa constitución, porte noble y digno,
seguro andar, un poco precipitado, como de quien no tiene tiempo que perder:
todo en él revelaba, con una actividad devoradora, una energía soberana. Su
hermosa cabeza, noblemente erguida, prematuramente cubierta de cabellos
blanqueados por el trabajo y las vigilias, su frente alta y amplia, forzaban al
respeto; sus grandes ojos, llenos de vivacidad, lanzaban a momentos relámpagos
de indignación que hacía temblar; su voz viril y poderosa, sus frases
incisivas, cortadas, nunca académicas; su estilo lleno de imágenes, su tono
animado y vehemente, daban a su palabra una autoridad sin réplica. Cada rasgo
de esta fisonomía expresiva y ardiente marcaba una inquebrantable fuerza de
voluntad”.
Diciembre de
1921.
Esto es lo más relevante de este Presidente. (Hay párrafos
sobre su grandeza de gobernante. Reconocimientos de Rodó, Menéndez y Pelayo.
Acción en un siglo de cobardías y plaga
de libertadores. Amor del pueblo. / Pueda ser que haya tiempo para su completa
difusión).
Junco
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