¿CÓMO QUEDA la conciencia de
los corruptos que roban millones de las arcas públicas o la de los empresarios
que inflan las facturas de los proyectos en millones de reales y pagan propinas
millonarias a agentes del Estado? Peor aún: ¿cómo queda la conciencia de los
malvados que desvían de la atención sanitaria cientos de millones de reales? ¿Y
la de los inhumanos que falsifican remedios y condenan a muerte a los que los
necesitan, sin olvidar a los desvergonzados que roban la merienda de la boca de
los escolares, que para innumerables pobres representa la única comida del día?
Muchos de esos corruptos solo son denunciados. Y por eso se ríen. No es raro
que sean cristianos y católicos que, con sus crímenes, continúan manteniendo a
Cristo en la cruz en los cuerpos de los crucificados de este mundo.
Para entender esta maldad
tenemos que considerar de manera realista la condición humana: ella es
simultáneamente dia-bólica y sim-bólica, compasiva y perversa. En el lenguaje
concreto de San Agustín, en cada uno de nosotros hay una porción de Cristo, el
hombre nuevo, y una porción de Adán, el hombre viejo. Depende del proyecto de
nuestra libertad dar más espacio a uno o a otro. Así puede surgir una persona
honesta, justa, amante de la verdad y del bien. Y puede crecer también una
persona malvada, corrupta y distante de todo lo que es bueno y justo.
Pero no es necesario que sea
así. En lo más profundo de nosotros mismos, no obstante la ambigüedad
mencionada, hay una primera naturaleza que se expresa por una bondad
fontal, por una tendencia hacia lo justo y lo verdadero. Cuanto más penetramos
en nuestra radicalidad, más nos damos cuenta de que esa es nuestra verdadera
esencia, nuestra naturaleza primera. Pero sin que sepamos cómo ni por
qué, sucedió algo en nuestro proceso antropogénico –desafío permanente para los
pensadores religiosos y los filósofos de todas las tradiciones– que hizo que
nuestra naturaleza primera decayese y se pervirtiese. Immanuel Kant constataba
que somos un leño torcido del cual no se consigue sacar una tabla recta.
Como consecuencia, creamos
una segunda naturaleza hecha de maldades de todo tipo. Esta terminología
se encuentra ya en san Agustín, en santo Tomás de Aquino y posteriormente será
retomada por Pascal y Hegel. Está presente en todos los pueblos e instituciones
y, a cierto nivel, en cada uno de nosotros. Es el resultado de la secuencia
continuada y uniforme de nuestros malos hábitos, que generan una verdadera
cultura de distorsiones. Es la cultura de lo negativo en nosotros. Es el reino
de la corrupción que se ha naturalizado.
Personalicemos esta segunda
naturaleza. Si alguien se habitúa a mentir, a engañar, a robar, a corromper
activamente y a dejarse corromper pasivamente, acaba creando en sí esta segunda
naturaleza. Roba sin darse cuenta de que esta práctica suya es perversa y
anti-ética porque perjudica a los otros o al bien común. Practica todo eso sin
culpa y sin remordimientos, porque la corrupción en él se volvió natural,
una segunda naturaleza. Siguen con su caradura como se ve en nuestros corruptos
que adelgazan, no por la mala conciencia que los corroe por dentro, sino por
las pésimas condiciones de las cárceles.
Además de este dato de la condition
humaine decadente, el sociólogo Jessé Souza en el libro que va a salir
publicado La élite del atraso: de la esclavitud al Lava-Jato nos
proporciona un dato de nuestra propia historia: la esclavitud. Esta cosificaba
a los esclavos considerándolos “piezas”, objeto de violencia y de desprecio.
«Su función era vender energía muscular, como animales» (J.Souza). Ese
desprecio ha sido transferido a los nordestinos, a los pobres en general y a
los LGBT entre otros discriminados.
En tiempos recientes, buena
parte de los adinerados se sintió amenazada por la ascensión de estos
condenados de la tierra. Empezó a irritarse porque los veían en los centros
comerciales y en los aeropuertos; para ellos bastaba el autobús, jamás el
avión. Aquí ya no se trata de corrupción financiera, sino de la corrupción de
las mentes y de los corazones, haciendo a las personas inhumanas.
Finalmente, por un cambio de
rumbo de nuestra política ante los crímenes de cuello blanco, los dueños de
grandes empresas y otros políticos que hicieron, en gran parte, sus fortunas
mediante la corrupción, están sintiendo el peso de la justicia, el rigor de las
prisiones y el escarnio público.
Están detrás de las rejas, hecho inédito en
nuestra historia.
El sufrimiento siempre da
duras lecciones. Ojalá, por los padecimientos, la primera naturaleza, la conciencia,
salga a la superficie y se descubran rehenes de la segunda naturaleza decadente
que ellos mismos crearon. Cambien el sentido de su vida y devuelvan el dinero
robado. Y como teólogo digo: en el momento supremo de sus vidas, se
enfrentarán, trémulos, a los rostros de las víctimas que hicieron por causa de
sus corrupciones y que murieron antes de tiempo, en realidad fueron asesinados
por ellos. Sus fortunas no los salvarán. ¿Y entonces qué será de ellos?
Leonardo BOFF/ 4-julio-17.
DE MI ÁLBUM
(Baltikum)
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