DE: ORACIONES SIGLO XX
“CITA EN LOS CIELOS”
Señor: No todo es
indiferencia religiosa en el mundo de hoy. No todo es ateísmo negador de tu
existencia por caminos de técnica y ciencia. No todo es lucha abierta contra Ti
y la religión. También existen almas que confiesan tener las fauces secas y
deseosas de beberte para saciar su sed.
Como ese poeta moderno que dice así:
“Yo tengo sed de Ti, oh Alegría sin nombre. Sed
[de Dios.
Cuando me muera, cerradme
bien los ojos,
para que al interior, al fin
vea abrirse los cielos.
Ausencia de todo mal … Oh
día de un Día de oro.
En que sin noche en el alma,
se verán desplegarse
las alas del metal del azur
sobre los trigos.
Quiero ver, porque estoy
hundido en la mentira
de la vida que no es la
Vida. Que Dios me hunda
en El Que Es. (…).
Amiga mía, cuya voz hería el
corazón del bosque:
tan dulce como fue tu voz,
me hace falta una voz
más dulce y un Amor más
dulce que el tuyo…
Cosas, yo no os he visto
aun… Rosas,
¿cómo seréis vosotras en el
cielo, en que se abre
la Rosa de mi Dios en que mi
Dios reposa? … (…)
Oh Tú, que ves desde el
cielo cómo son estas cosas:
que más tarde y al unísono
de tu bello corazón
pueda yo verla en el verano
de la Resurrección…”
(Francis James)
Déjame, Señor, añadirte
solamente mi deseo de
que todos los hombres tengan
sed de Ti y la sacien
un día en el cielo.
Rafael de Andrés
DOM. XIV DEL TIEMPO ORDINARIO
Jesús nos presenta el motivo
de su gratitud, Dios se hace accesible a todos, no es el resultado de unos
iniciados o privilegiados como ocurría en los pueblos vecinos a Israel, con
Dios se rompen las barreras y superan las diferencias.
Desde esta óptica, nos
hace llegar al corazón del Evangelio, la estrecha e íntima unión entre el Padre
y el Hijo. El único modo que tenemos de conocer al Padre, es acercarnos y
dejarnos transformar por el Hijo. Este ejercicio de espiritualidad es entendido
como un suave intercambio, en donde el hombre entrega aquellas cargas que lo
atormentan y doblegan, y a cambio recibe, un yugo que invita a un cambio
radical de vida.
Carguen con mi yugo
“Por aquel tiempo exclamó Jesús:
‘Padre, Señor del cielo y de la tierra, yo te alabo porque has mantenido
ocultas estas cosas a los sabios y prudentes y las revelaste a la gente
sencilla’. Sí, Padre, así te pareció bien.
Mi Padre puso todas las cosas en mis
manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, ni nadie conoce al Padre sino el
Hijo y aquellos a los que el Hijo quiere dárselo a conocer.
Vengan a mí los que se sienten cargados
y agobiados, porque yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí que
soy paciente de corazón y humilde, y sus almas encontrarán alivio. Pues mi yugo
es bueno y mi carga liviana”.
Mateo 11, 25-30
Uno de los más grandes
anhelos del ser humano es conocer a Dios, pues sabe que en Él se encuentra su
origen y es tendencia en el hombre encontrarlo. Dios, mi origen, es quien puede
revelarme quién soy yo, para qué he venido al mundo; Él es el único que puede
dar sentido a mi vida. Por eso lo busco. Ya Felipe, el Apóstol, le pide a
Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Jn. 14, 8). Conocer
al Dios a quien, ahora sabemos, podemos llamar Padre.
Jesucristo es el Hijo de
Dios Padre que ha venido del Cielo a revelárnoslo. Es más, en Él se nos revela
el padre: “Tanto tiempo hace que estoy con ustedes y no me
conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn,
14, 9).
Si tanto deseamos conocer a
Dios, vayamos hacia Jesús, quien nos dice: “…y nadie conoce al
Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Mt.
11, 27).
Seguir a Cristo es dejarse llevar al Padre, quien nos dice: “Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv. 19, 2).
El camino
que Cristo nos propone es el de la santidad de vida. Y esa vida santa debe
reflejarse en nuestro pensar y en nuestro sentir. Jesús, modelo de santidad,
nos propone: “Aprendan de mí, que
soy manso y humilde de corazón (Mt. 11, 29). Si vamos por este
camino hacia el Padre, tendremos la certeza de que llegaremos a Él.
Mientras tanto, ¿qué nos
toca? Levantarnos por la mañana y elevar una oración de acción de gracias al Padre,
ofreciéndole nuestras obras de ese día. Vivir en presencia del Padre, dejándonos
enseñar por el Hijo y permitiendo que el Espíritu Santo ayude a nuestra
libertad a elegir lo que más nos conviene en orden a nuestra salvación. En la
noche, dar gracias a Dios por el día que termina, haciendo examen de
conciencia. ¿Qué más? Dar culto al Padre
en la Santa Misa los domingos y las fiestas de guardar. Pero, ¿por qué no dar
culto al Padre diariamente? La misa
diaria es capaz de transformar la vida del cristiano: la luz de la Palabra de
Dios y el poder de la gracia sacramental que nos es dada en la Sagrada Comunión
no puede dejar igual a quien las recibe. Conocer al Padre es tener experiencia
del Padre; y sólo Cristo, Mediador, nos hace capaces de conseguir ese encuentro
con el Padre.
Enrique Carrión.
Cuasiparroquia Virgen Peregrina-Lima. (6, de julio del 2014)
DE MI ÁLBUM
(Pasacancha)
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