PASACANCHA
DE: ORACIONES SIGLO XX
“AMOR INMORTAL”
Señor:
Tres palabras sintetizan la tónica del amor que yo debo sentir por Ti: Padre,
hermano y amigo. Por eso, permíteme hacer míos los sonetos de un poeta
malagueño, que rezan así:
“Aquí
estoy, vengo a conversar contigo
de
algunas cosas tristes y dolientes
y
acerca de unas ansias inclementes,
que
sólo Tú comprenderás, Amigo.
Padre:
aquí llego, y mi alegría es testigo;
estoy
contento; siento unas ardientes
ganas
de tus diálogos fluyentes;
háblame,
y ya verás cómo te sigo.
Hermano:
aquí me tienes, ¡tan cansado!
Déjame
que me recline en tu costado
esta
cabeza de tribulaciones.
Señor,
cubre mis ojos con tu mano,
y
ya que eres amigo, padre, hermano,
adorméceme
al son de tus canciones.
Aquella
voz que otrora me llamaba
y
a la que nunca yo le respondía.
Aquella
luz que antaño me cegaba
y
que en los ojos se me guarecía.
Aquella
mano que me saludaba,
aquella
voluntad que me quería,
aquel
amor que siempre me esperaba,
aquella
sangre que por mí corría.
Aquella
plenitud que me buscaba,
aquel
Rey que del trono descendía
a
tenderme la mano, y se inclinaba.
Necesitó
vencer en la porfía.
Y
me ganó cuanto yo más negaba,
y
me alcanzó cuando yo más huía”.
(J. M. Souvirón)
Señor,
déjame sólo añadirte mi deseo de acudir a Ti siempre como al mejor de los
padres, al más solícito hermano, al mayor de los amigos.
Rafael de Andrés.
DOM. XVI DEL TIEMPO ORDINARIO
El trigo y la hierba mala
Les propuso otro ejemplo: ‘El Reino de los Cielos es como
un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero cuando todos estaban
durmiendo, vino su enemigo y sembró maleza en medio del trigo. Cuando el trigo
estaba echando espigas, apareció la maleza, Entonces los trabajadores fueron a
decirle al patrón: ‘Señor, ¿no sembró buena semilla en su campo?, ¿de dónde,
pues, viene esa maleza?
Respondió el patrón: ‘Algún enemigo la ha sembrado’. Los
obreros le preguntaron: ¿Quieres que la arranquemos?
‘No, dijo el patrón, no sea que, al arrancar la maleza,
arranquen también el trigo. Dejen crecer
juntos el trigo y la maleza. Cuando llegue el momento de la cosecha, yo diré a
los segadores: Corten primero la maleza y, en atados, échenlos al fuego. Y
después, guarden el trigo en las bodegas’.
El grano de mostaza
Les propuso otro ejemplo: ‘el Reino de los cielos es
semejante al grano de mostaza que un hombre sembró en su campo.
Este grano es muy pequeño, pero cuando crece es la más
grande de las plantas del huerto y llega a hacerse arbusto, de modo que las
aves viene a hacer sus nidos en sus ramas.
Y añadió esta parábola: ‘El Reino de los cielos es
semejante a la levadura que toma una mujer y la mezcla con tres medidas de
harina, hasta que todo fermenta’.
Todo esto lo dijo Jesús en parábolas. Mateo 13, 24-43
Mediante
una parábola de contrastes trigo y cizaña, se presenta a Dios en nuestro
camino, pero a la par, aparecen las manifestaciones el mal que pretenden
amarrar, hasta ahogar el crecimiento de la palabra en cada persona. Con la
parábola del grano de mostaza, Jesús le ofrece a su comunidad, un cambio de
mentalidad, pues la espiritualidad judía, muchas veces acentuaba solo la
magnificencia de Dios, su poder, su grandeza y su gloria. La última parábola
del día, tiene rostro de mujer, como en las labores del hogar, destinado a
construir familia, se hace evidente la manifestación de Dios.
«Jesús expuso todo esto a la
gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada».
En este domingo, continuamos
meditando las “Parábolas del Reino”. Como la parábola del sembrador, también la
del trigo y la cizaña va seguida de una explicación. Interpretaremos las
parábolas de hoy dentro del contexto de Jesús hablando en medio del viejo
Pueblo de Dios. En este sentido, no se debe perder de vista que las parábolas tienen
en Mateo una función crítica respecto al viejo Pueblo.
La parábola de la cizaña
continúa y avanza en la línea crítica de la parábola del sembrador. En la del
sembrador, Jesús le echaba en cara a los fundamentalistas religiosos (el viejo
Pueblo) el ser un continuo contratiempo para la cosecha. En la parábola de la
cizaña, les echa en cara el ser precisamente “cizaña”, en cuanto “religiosos”.
De igual manera, las dos
siguientes parábolas (grano de mostaza y levadura) son sinónimas. En ellas, se
apunta a la última parte de la parábola del sembrador: “a pesar de los
contratiempos, hay cosecha”. Les está diciendo que en cuanto religiosos,
tampoco sois necesarios. Otros fructificarán abundantemente.
De alguna manera, Jesús nos
está poniendo frente a una realidad del nuevo Pueblo de Dios y nos enseña que
en el campo hay buenos y malos (pero los hombres no están en condiciones de
saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos). La presencia de la
cizaña no constituye una sorpresa. Y, sobre todo, no es señal de fracaso. La
Iglesia no es la comunidad de “los salvados”, sino el lugar donde podemos
salvarnos. La Iglesia no se cierra a nadie.
El centro de la parábola no
está en percatarnos de la presencia de la cizaña, ni tampoco meramente en el
hecho de que más tarde el trigo será separado de la cizaña. El centro lo
constituye el hecho de que la cizaña no sea arrancada ahora. Esto es lo que
suscita la sorpresa y el escándalo de los siervos: esta política de Dios, esta
paciencia suya.
Es lo que san Pablo nos plantea
hoy en la Carta a los Romanos. ¿Cómo orar a Dios, cómo elevar a él nuestra
súplica, cuando experimentamos en nuestra carne el mal y el daño de gente
perversa que nos afecta directamente? Hermanos, no sabemos pedir ni orar ante
esa situación. Necesitamos recurrir al Espíritu de Dios. Él viene en ayuda de
nuestra debilidad porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene. Él
intercede por nosotros con gemidos inefables. Él escudriña nuestros corazones y
hace que nuestras intenciones sean según el corazón de Dios.
Hoy, precisamente, la
liturgia nos hace pensar en la necesidad de ser movidos por el Espíritu de Dios
para poder entender los “por qués” que no logramos entender ni asimilar al
descubrir la presencia del mal en el mundo que nos rodea.
La parábola del Evangelio
resulta, pues, transparente. El trigo y la cizaña; o sea, el bien y el mal,
crecen juntos en una mezcla que el hombre es incapaz de desenmarañar; sólo el
Señor podrá hacerlo a su tiempo. El bien y el mal, los santos y los pecadores,
en la historia conviven juntos. Algunos quisieran tomarse la justicia por su
mano. Jesús, en cambio, invita a compartir la paciencia y espera de Dios, a no
ser fanáticos justicieros; exhorta a aprender de la tolerancia divina, que deja
al pecador hasta el final la posibilidad de convertirse, «porque tú, en el
pecado das lugar al arrepentimiento…, Te compadeces de todos, porque todo lo
puedes, cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan»
-1ra lectura- (Sabiduría 12, 19; 11,23).
La Palabra de Dios nos
invita hoy a una tolerancia que no tiene nada que ver con “la indiferencia”. No
se trata de no sentir, de no importarme el daño que me hagan. Muchas veces se
sufre, se llora al experimentar ese mal que convive a nuestro lado, pero sabemos
que somos capaces de vencerlo, ahogarlo con el bien. Sabemos que el mal no
tiene la última palabra en nuestro entorno. Esta tolerancia de la que nos habla
la parábola es derivada del amor. Es imagen de la paciencia divina, que no se
cansa de esperar el cambio interior del hombre.
De todas maneras, la
tolerancia exige de parte nuestra una formación de nuestra conciencia para
poder responder al mal, con la verdad, mostrando a Jesucristo que es el Camino,
la Verdad y la Vida. En otras palabras, esta convivencia junto a los pecadores
y junto al mal, no nos puede dejar indiferentes frente a ellos, más bien nos
impela a trabajar, a evangelizar.
Ante tantos que todavía no
han escuchado la Buena Nueva de Jesucristo o no conocen la Verdad: ¿Dónde
podemos hallar respuestas? El Espíritu nos orienta hacia Jesucristo. En Él,
encontramos las respuestas que buscamos; (...) la fuerza para continuar el
camino que dé origen a un mundo mejor. Amén.
DE MI ÁLBUM
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